Incognitapro

ESTRATEGIAS

¿Necesitamos un Mario Olea Martini?

 

La primera referencia que tuvimos fue un “tuit” del ex cronista municipal de Yautepec,  Miguel Ángel Alarcón Urbán; el pasado 8 de marzo: “Un día como hoy pero de hace 70 años moría asesinado en el Barrio de Santiago, Municipio de Yautepec, el otrora poderoso quien fuera jefe de la Judicial en el Estado de Morelos, Don Mario Olea Martini”.

Nos llamó la atención el comentario que escribió en respuesta a ese mensaje el presidente municipal de Jojutla, Juan Ángel Flores Bustamante: “Mi abuela (1915-2002) me contó de su sepelio. Fue todo un acontecimiento en Jojutla; le pusieron tapas reforzadas a su tumba porque la familia tenía miedo de que sacaran el cuerpo de su sepulcro”.

“Mario Olea Martini tenía una manera muy singular de combatir a los criminales. Pero le fue eficaz en su tiempo, cuando no existían las comisiones de derechos humanos”, terció @GuillermoCinta.

De ahí me surgió la curiosidad por saber quién fue el tal Mario Olea Martini. Me enteré por el historiador morelense Juan José Landa que así se llamaba el director de la policía judicial del Estado de Morelos, durante el cuatrienio del gobernador Jesús Castillo López (1942-1946) y siguió en el sexenio del gobernador Ernesto Escobar Muñoz (1946-1952).

Pero lo que narró el amigo Juan José me dejó boquiabierto:

“Mi tío Nicolas Ávila, quien tiene 90 años, me platicó una macabra anécdota de Mario: "Una vez llegó al taller mecánico de Abel Abúndez, donde yo trabajaba y me dijo: Oye mano vengo a que me cambies el mofle, traigo el nuevo en la cajuela, sácalo y se lo colocas; le respondí que claro que sí don Mario, me dio la llave, mientras él platicaba con don Abel. Cuando abrí la cajuela vi que en el interior estaba el cadáver de un cristiano amarrado de manos y pies. Me sorprendió, pero yo no dije nada porque se le tenía miedo a Mario. Saqué el mofle y cerré la cajuela; coloqué el mofle y al poco rato Mario se retiró tranquilo, como si nada".

Don Abel Abúndez fue el mecánico que tenía su taller en Tlaltenango, y cuando la tradicional feria lo obligaba a cerrar durante dos semanas vendía pulque, con tan buena mano que en poco tiempo mejor se dedicó a vender esa bebida y cerró su taller, naciendo así “Los curados de Abel”.

Don José Gutiérrez Sandoval, el famoso periodista, menciona en su libro Personajes y Sucesos de Morelos: " Mario Olea era un hombre cruel, pero gran amparo de la sociedad morelense; pocos rateros, pocas violaciones y, en resumen, la mano justiciera de Mario, un tanto cruel como digo, en mucho alejó la delincuencia del Estado de Morelos".

Pero quien más referencias da sobre este personaje es el ex diputado Julián Vences, quien escribió que en la casa de sus padres “desde mi más tierna infancia y por muchos años más, se mencionó el nombre de Mario Olea; él tenía 44 años cuando lo mataron, un 8 de marzo de 1953. Yo era un niño de pecho de 9 meses cuando eso sucedió”.

Él se apoya en otro personaje, Mónico Rodríguez Gómez, para describir a Mario Olea.

“…un muchacho rebelde, fue basculero dentro del Ingenio, buen tipo, vestía bien. Saludaba con caravana a todo mundo. Capitaneaba un equipo de beisbol; cuando Rubén Jaramillo presidió el Consejo de Administración le consiguió bates, manoplas y pelotas. Se volvió matón después de colgar en el puente Apatlaco de Jojutla a dos violadores de unas jovencitas. La sociedad aplaudió el ajusticiamiento. Luego lo nombraron jefe de la policía municipal y después jefe de la policía judicial en el estado. Andaba con su séquito de policías. Debía titipuchal de muertes”.

Raúl Iragorri Montoya, en 2016, le habló de Mario Olea a Julián Vences.

“Conocí a Mario Olea, aquel legendario y siniestro jefe de la policía judicial, famoso aplicador de la ley fuga. Era amigo de mi padre. Se decían compadres, sin serlo realmente. Mario no tenía facha de asesino, vestía pulcro, siempre bien planchadito, botines lustrosos y texana fina. Eso sí, la 45 bien fajada.

Por lo menos una tarde a la semana llegaba a nuestra casa; en la terraza, cómodamente instalados en equipales, conversaban largas horas. Se tomaban unas copas. Una plática entre ellos quedó grabada en mi mente. Los últimos rayos solares, inofensivos, pegaban en sus caras. Acababa yo de arrimarles un recipiente con hielos para sus güisquis.

— No ejecutes a los delincuentes. Ponlos en manos de la justicia, que los jueces decidan.

—No ajusticio a cualquier delincuente. Solo me echo a violadores, secuestradores y abigeos. A los que matan por motivos pasionales, como sé que lo hace en un arrebato de cólera, los pongo en manos de jueces. Ajusticio a los que delinquen con premeditación, alevosía y ventaja. Los abigeos, además de robar deliberadamente, tienen dinero para comprar jueces y, estos, que nomás están prestos a ver quién les unta la mano con unos billetes, los sueltan.

“Los viejos de hoy, quienes tienen más de 75 años, pueden confirmar que, en esa época, en Morelos, la criminalidad estaba controlada. Mucha gente, sin aplaudirlo públicamente, en privado o en corrillos, aprobaban la forma en que operaba Mario Olea”, refiere Julián.

Hay muchas versiones de cómo ocurrió su asesinato.

“Era secreto a voces que Mario había discutido a gritos con el gobernador Rodolfo López de Nava, que le mentó la madre delante de muchos subordinados y que le renunció. Mi papá le aconsejó que se fuera de Morelos. Regresó a Iguala, su tierra. Un día, yendo a Veracruz, entró al fondo de una cantina en Yautepec, se sentó dando la espalda contra la pared, mirando hacia la calle, el pistolón sobre la mesa. Ni siquiera tuvo tiempo de ingerir la primera copa. Un pelotón de soldados lo cazó. Lo dejaron como cedazo. Se llevó por delante a dos. López de Nava, obvio, negó haber ordenado que lo mataran".

Juan José Landa “tiene otros datos”:

“Lo mataron judiciales del gobierno de Rodolfo López de Nava; este gobernador lo mandó matar por una venganza, pero primero le pidió que abandonara el Estado y como Mario no quiso obedecer, por este motivo lo mandó matar".

Haya sido como haya sido, el hecho es que se hizo leyenda. A la fecha hay gente que considera que la solución para acabar con la delincuencia es que haya otro Mario Olea, que detenga delincuentes y los juzgue él mismo en ese momento y decida sobre sus vidas.

Para empezar, no podría ser en este sexenio porque se enfrentaría a la máxima de “abrazos, no balazos”, de quien despacha en Palacio Nacional.

HASTA MAÑANA.

 

Ámbito: 
Local