Vivimos un torbellino de desarrollo tecnológico que está modificando nuestra manera de vivir, comunicarnos y entender lo que está sucediendo en nuestro país y en el mundo. Nos produce una especie de vértigo y ahonda nuestro ensimismamiento porque nuestro pensamiento libre y crítico es condicionado por tanta infodemia que consumimos a través de nuestros celulares inteligentes, donde los bulos, los fakes news y la mentira aniquilan los destellos de la verdad.
Este fenómeno está siendo aprovechado por los gigantes de las tecnologías y el poder político de los gobiernos, quienes lo utilizan para robar nuestra atención y generar una nueva forma de esclavitud. Sin darnos cuenta, como lo ha consignado el filósofo Roberto Aramayo “somos cooperadores necesarios de nuestra propia manipulación”.
Es cierto que por nuestro ensimismamiento e indiferencia crítica hace que sucumbamos a una especie de dictadura del poder la cual está favoreciendo el surgimiento de fanatismos y división entre los integrantes de la sociedad: la verdad del poder y la mentira de los libres pensadores.
El uso del celular y el Internet son los nuevos instrumentos y canales de comunicación para que resurja o se refuercen todo tipo de dogmatismos: el político, el religioso, el ideológico, el consumista, el de la salud.
El político, busca su permanencia en el poder usando todo tipo de estratagemas para erigirse en el poseedor de la verdad y la mentira, para descalificar a sus adversarios y proteger a sus vasallos.
El religioso, utiliza los nuevos dispositivos digitales para transmitir sus homilías con mensajes personalizados.
El ideológico, para cautivar a unos y desacreditar a otros erigiéndose como los salvadores de la sociedad con posturas extremistas tanto de derecha como de izquierda. Lo de hoy, los populismos.
El consumista, es el que vende la idea de éxito a toda aquella persona que debe consumir lo que le ofrece el mercado como un acicate de bienestar y felicidad, para poder estar a la moda.
El de la salud, fomenta la venta de productos milagro para la salud perfecta.
Los cierto es que ya no se distingue entre realidad y el mundo virtual, lo cual puede dar paso a la banalidad del mal.