El senador Germán Martínez se define como un “mandaloriano”, esa versión galáctica de Robinson Crusoe y del Llanero Solitario, si bien la historia del forajido de Star Wars sucedió hace mucho tiempo y en un lugar muy lejano. Aquí y ahora, en el último año del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, desde la altura de su oficina en una torre del Senado de la República, Germán Martínez prodiga una aguda visión de la historia y la política mexicana como pocos entre su especie —otros legisladores—. Nacido en el Estado de Michoacán, Martínez colaboró con dos presidentes que llegaron a ser los mayores rivales políticos entre sí: Felipe Calderón, del PAN, y López Obrador, de Morena. De los dos se ha distanciado él por igual. De ambos gobiernos se ha decepcionado, dice. En el Senado formó el Grupo Plural, una nueva bancada integrada por unos cuantos legisladores sin partido, sin recursos y casi sin influencia en la dirección de la Cámara alta, pero con un enorme peso simbólico en la tribuna. Como no tiene partido ni jefe, este abogado de 55 años, uno de los críticos más lúcidos ya del oficialismo, ya de los partidos de oposición, se considera libre de ataduras, libre de decir y de criticar.
Martínez, que en la gestión de Calderón fue secretario de la Función Pública —la dependencia que vigila la conducta de los servidores públicos—, se convirtió al obradorismo en la elección presidencial de 2018. Fue director del instituto de seguridad social más grande del país, el IMSS, cargo del que renunció al año tras darse cuenta de que el Gobierno de López Obrador estaba regateando el gasto público en medicinas para los más pobres. Y él, que se formó en el PAN —partido conservador del que fue dirigente nacional— y en sus ideales católicos de ayudar al necesitado, sintió que la política obradorista de austeridad era una alta traición.
El senador considera que la actual Administración degeneró en una kakistocracia (o caquistocracia), definida por el filósofo Michelangelo Bovero como el “gobierno de los peores”, “la pésima república”: un régimen corrupto, incompetente y cínico. El término, dicho por Martínez, lleva algo de sorna: en México, “caco” significa ladrón, ratero. “La Cuarta transformación fue degenerando. Y mi decepción y repudio a muchas cosas aumentó”, dice en entrevista con EL PAÍS, en un despacho en el que cuelga una imagen de José María Morelos y un facsímil de sus Sentimientos de la Nación. Entre los motivos michoacanos —muñecos, mapas y libros— destaca una foto en la que Martínez aparece abrazando al poeta y revolucionario nacaragüense Ernesto Cardenal.
El legislador advierte de que la oposición, si quiere vencer al oficialismo en la elección de 2024, en la que se jugará la silla presidencial y todo el Congreso federal, debe abandonar la búsqueda de un líder caudillista y centrarse en integrar un “equipo de inteligentes” capaz de “recoger el tiradero” que el mandaloriano-michoacano ve en la crisis de inseguridad, la falta de acceso a la salud y el aumento de la pobreza.
Pregunta. ¿Es irreconciliable su distancia del Gobierno de López Obrador?
Respuesta. Con la ignorancia, el desastre y la mediocridad, sí, sin duda. Yo creo que nos gobierna una caquistocracia. Es un gobierno del ahí se va, de lo peor, de lo mediocre, del salvemos el hoy y ya después el siguiente sexenio que se las arregle el nuevo presidente. Cualquier empresa planea a mediano o a largo plazo. Un gobierno debería planear a largo plazo, y a este le importa el aplauso fácil. Frente al aplauso fácil yo no me reconcilio. Yo acuso a Morena de que está des-democratizando, des-ciudadanizando y des-civilizando. Y por lo tanto está desmantelando nuestra vida democrática, en esas tres vertientes.
P. ¿En dónde advierte esos tres problemas?
R. La des-democratización, en los ataques al INE y ahora al Tribunal Electoral, los ataques a las formas de convivir y de renovar nuestros poderes de manera pacífica y democrática. La des-ciudadanización en que está convirtiendo a los ciudadanos en clientes políticos, con una tarjeta de bienestar, o en clientes económicos, con una tarjeta comercial o una tarjeta de crédito de un banco. La des-ciudadanización implica ponerlos a merced del mercado voraz y de las clientelas político-electorales.
Y la tercera, la des-civilización: simple y sencillamente, el poder real en México está en la militarización. Y de una vez subrayo: yo quiero un Ejército victorioso frente a los criminales. No se confunda. Queremos que el Ejército actúe en el marco de la ley y del respeto a los derechos humanos, y fuera de la corrupción en la que lo traen. No estamos en contra ni de los marinos ni de los soldados, sino de que los usen como puntal de la Cuarta transformación y que los estén corrompiendo y metiéndoles discordia. Unos soldados van a los contratazos y otros van a los balazos.
P. Quedan poderes, como la Corte, que ejercen todavía un papel de contrapeso. No es un caso perdido.
R. No. Yo no estoy aquí para derramar bilis ni para llevar pesimismo. El pesimismo, la cultura del espectáculo político y el desprecio a la política, esas tres cosas son aliadas del morenismo y de los intereses de mantener el status quo. No soy pesimista. Yo sí veo que hay jueces que se la está jugando por vivir en un Estado de Derecho. Y no sólo veo a los jueces desde el optimismo: veo a las universidades, veo al periodismo revigorizado, veo a las mujeres sin dejarse humillar, veo a las madres buscadoras de sus hijos desaparecidos. Y al final, veo el triunfo de la ministra Norma Piña [como presidenta de la Suprema Corte] como un tema esperanzador.
P. Un político debe tener también la habilidad de mirar a futuro. Cuando se integró al proyecto de López Obrador ¿no vio que se iba a convertir en esto que critica?
R. No. Yo sí le creí, y creo necesario, el principio de: “Por el bien de todos, primero los pobres”. Esa idea igualadora de país es vital para la república. Porque, de lo contrario, nos convertimos en clientes del mercado, o en algo peor: marginados del mercado. Ese principio lo aprendí en el PAN con Carlos Castillo Peraza. Los sandinistas verdaderos de Nicaragua le llamaron “opción preferencial por los pobres” —preferencial, no única—, y está iluminada por la doctrina social de la Iglesia católica. En eso no ha variado mi posición. Y yo le creí y me decepcionó. Hay más pobres y los oligarcas de este país siguen igual o más ricos (después de la pandemia, algunos criminalmente más ricos). Este Gobierno no ha tocado ni con el pétalo de una rosa a los oligarcas de este país. Los programas sociales son buenos para arrancar, pero para movilizar socialmente, para que ascienda socialmente una persona, creo más en la participación de utilidades de las empresas. Para que un muchacho salga de su estado de pobreza, se necesita redistribuir la renta nacional, no sólo repartir migajas sociales.
P. ¿Cuál es la crisis más grave que enfrenta el Gobierno?
R. La de seguridad, sin duda. Hay que devolver tres cosas. Hay que devolverle al presidente el honor de ser Jefe de Estado. Es decir, de ser presidente de todos y de ser comandante de las Fuerzas Armadas. Segundo: hay que devolverles a los maestros de las escuelas públicas y a los médicos de los hospitales públicos la centralidad de la vida social en México. Y tercero: hay que devolverles el miedo a los criminales.
P. ¿López Obrador sí rompió con el neoliberalismo y con la corrupción, como prometió?
R. No. La puerta de las adjudicaciones directas y las invitaciones restringidas para contratar obra pública y servicios públicos es el triple de ancha ahora que con los tres gobiernos anteriores. La corrupción está alcanzando a su familia, a sus hermanos, a su hijo. Eso yo no lo vi ni con Peña ni con Calderón. Entonces yo sí veo ahí un guardar debajo de la alfombra esa corrupción y que no se hable de ella. Yo entiendo que la Fiscalía tiene otras prioridades. Ojalá las consiga, porque yo Fiscalía no veo. ¿Dónde está Tomás Zerón [acusado de torturar y manipular pruebas en el caso Ayotzinapa]? ¿Dónde está Andrés Roemer, acosador de mujeres? ¿Dónde están todas las denuncias? Por lo tanto, otra marca de la 4T, además de la opacidad y de la corrupción, se llama impunidad. Y esa es otra señal de la des-democratización de este país.
P. En su carta de renuncia al Gobierno habló de que la austeridad impuesta en la función pública, lejos de ser antineoliberal, profundiza las desigualdades.
R. Es absolutamente criminal no gastar en educación y en salud. Gobierno que no gasta en salud y en educación es un gobierno irresponsable con el futuro. La puerta de acceso a un hospital en México y a una escuela deben ser iguales en lo público y lo privado. Ese es mi sueño desde que entré a política. No gastar ahí ha sido criminalmente inhumano en un gobierno que en fetiche lingüístico se dice humano y moral. Como esa inversión no luce, se gasta en que vengan Grupo Firme y Rosalía al Zócalo capitalino. Espectáculo puro y duro. Aplauso fácil.
P. ¿Qué le pasó al PAN, donde usted militó hace 30 años?
R. El PAN pensó que igualarnos en las urnas era igualarnos en oportunidades de desarrollo a los mexicanos. Y ese fue un gran equívoco del partido: abandonar el discurso social que sí tenían muchos de sus fundadores. La responsabilidad social con el otro, el dolor de la pobreza empezó a no dolerle al PAN, y se fue comiendo ese terreno López Obrador. Y segundo: nos sentamos cómodamente en los sillones del poder con Fox y con Calderón. El poder anestesió nuestra capacidad de ir en búsqueda de nuevos liderazgos y el PAN se fue ensimismando. Al final, a los políticos y a los empresarios los iguala que no les gusta la libre competencia. Les gustan los privilegios a los dos. Yo creo que los partidos necesitan un fuerte terremoto social, y no sé si se han dado cuenta de eso. Yo me doy cuenta desde fuera de cómo, ante una amenaza a sus privilegios, inmediatamente se cierran, cuando íbamos en una ruta de apertura. Prueba: la reforma [para acotar al] Tribunal Electoral.
P. ¿Hubo ruptura con Calderón?
R. Claro que sí. Con él y con Andrés Manuel. Yo soy un “mandaloriano”, ando solo con mis cuatro “Baby Yodas”. Irme a Morena significó una ruptura. Que yo lamento las dos rupturas, pero me enseñaron a apreciar que hay tinos y desatinos en todos los gobiernos. El de López Obrador ha tenido tinos y desatinos. También los tuvimos —hablando en primera persona— con Calderón y con Fox. Pero yo no le pido permiso a nadie para que tú me entrevistes, ni para dar mis opiniones políticas, ni para asumir mi responsabilidad pública. Soy un “mandaloriano”. Soy solo. No sigo más que a mi conciencia. No tengo grupo. Me hago cargo de lo que hago y de lo que digo. Quizá eso es una paradoja política. Pero al final del día creo estar libre de ataduras para expresarme y para contrapesar y para controlar al poder desde uno de los tres poderes: el Senado. Y creo ser un senador absolutamente libre.
P. Hablando del Grupo Plural, ¿tiene sentido colocarse en el centro en tiempos de polarización entre dos grandes bandos?
R. No. El centro es ambigüedad. Yo no estoy en el centro en cuanto a la pobreza ni en cuanto al crimen. Yo estoy a favor de combatir radicalmente la pobreza y de combatir al crimen sin lugar a dudas. Yo no estoy en el centro frente al dolor de los migrantes en Ciudad Juárez. No estoy en el centro. El centro es ambigüedad y estrabismo. El centro es equilibrismo y se lo dejo a Ricardo Monreal [líder de la bancada de Morena y aspirante presidencial]. No, yo asumo en cada una de las decisiones y en cada uno de los votos una definición.
P. ¿Qué opina de la alianza del PAN con el PRI y el PRD en Va por México?
R. Esa alianza debe tener cuatro cosas: una idea, un equipo, unidad y coraje. Primero: la idea debe ser la misma, pero bien hecha: “Por el bien de todos, primero los pobres”. Médicos y maestros públicos para los pobres. Se tiene que rearmar ideológicamente esa alianza. Tiene que tener una idea, no tiene que ser antipolítica ni espectacular ni vender pesimismo.
Segunda cosa: tiene que haber un equipo. Ellos [en Morena] tienen un candidato a la presidencia. En la alianza debe haber 20 para las secretarías y la Consejería Jurídica de la Presidencia. Debe haber un equipo. Este país lo debe gobernar un equipo de inteligentes, no un cúmulo de mediocres e ineficaces. El famoso gobierno de coalición se debe vender como un gobierno de inteligencia. Los mejores. Y ahí se deben remojar otros liderazgos que no necesariamente van a ser los candidatos a la presidencia. Se debe anunciar un gabinete. Tercero: deben tener coraje cívico. Y por último, la unidad se debe lograr primero dentro de los partidos. Andan buscando la unidad entre los partidos, pero los adversarios internos, si no se gobiernan a sí mismos, ¿cómo van a llamar a gobernar a los ciudadanos?
P. El PAN ha mencionado que está entre Santiago Creel y Lilly Téllez como prospectos a la presidencia.
R. Yo no me decanto por ninguno, yo me decanto por un equipo. Este país no lo debe gobernar una persona. Mira nada más cómo está gobernándolo una sola persona. Esa lección ya la debimos aprender. Si no entiende eso la alianza Va por México, no ha entendido absolutamente nada. Este país no tiene un dueño, no tiene un caudillo, no tiene un hechicero. Si la alianza anda buscando caudillo o hechicero, va al fracaso. Debe buscar equipo de inteligencia, debe abrazar a las universidades públicas y de ahí sacar su gabinete. No rehúyo la pregunta. Al contrario, me defino absolutamente en contra del gobierno unipersonal del presidente de la República. El voluntarismo presidencialista es el que nos tiene sumidos en esta mediocridad, no debe México buscar un presidencialismo exacerbado como el que vivimos con el PRI y como el que ahora está resucitando.
Me decepcionaría otra vez buscar y encontrar a un hechicero que lleve a México a su destino manifiesto. Y encontrar a uno que nos salve también es des-ciudadanizar. Los ciudadanos tienen una responsabilidad que no es hipotecable al presidente. Yo insisto: no creo en un México de electores ni de clientes. Yo creo en un México de ciudadanos comprometidos a revisar diariamente al poder. El poder ciudadano es permanente, no es de votar cada seis años. Y a veces andamos buscando que un presidente resuelva todo lo que el ciudadano debe hacer. En el PAN aprendí que un buen gobierno se mide por lo que hace su sociedad, no por lo que hace el presidente. El presidente debe ser el gran animador de la sociedad, y la que debe hacer las cosas es la sociedad. Y mientras la alianza Va por México quiera un presidente fuerte y no una sociedad fuerte, se equivoca rotundamente.
P. La mayoría de las encuestas da por cierto el triunfo de Morena. Lo de menos parece ser quién va a ser el candidato.
R. Hay algo que yo veo con toda claridad y también lo ve López Obrador (parece que la oposición no): la elección presidencial se va a resolver por un dígito. Por eso aprieta a sus bases sociales, porque él sabe que esto se va a cerrar claramente, como en Brasil con Bolsonaro, como con Trump en EE UU, como en Inglaterra. Y te digo algo más: en la reforma al Tribunal Electoral yo veo la intención clara de que no pueda anular la elección del 24. Porque López Obrador ve que se va a cerrar la elección. Todas las encuestas hablan de una gran ventaja. López Obrador, en los hechos, no lo ve. Y yo, que soy optimista, estoy seguro de que este coyote va a agarrar al correcaminos. Si hay idea, si hay equipo, si hay coraje cívico y si hay unidad.