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POLÍTICA ZOOM

La tiranía de la culpa



Una estructura social culposa es tan tóxica como una familia con esas mismas características. Octavio Hoyos

Una estructura social culposa es tan tóxica como una familia con esas mismas características.Octavio Hoyos

Se es culpable de una sola cosa, haber cedido en el propio deseo

Jacques Lacan

A través de los sueños las doncellas de la culpa visitan a Orestes para reclamar por el asesinato de su madre. El personaje de Eurípides cree que se está volviendo loco, pero en realidad se trata de todo lo contrario. Es su consciencia la que habla a través de las pesadillas.

La culpa mueve las partículas del alma, de la familia y de la sociedad, mueve montañas, planetas y universos. Es signo de virtud y también puede serlo de la violencia, pues hay culpa buena y culpa malvada.

La culpa buena, como la que sufrió Orestes, es la que impide al ser humano convertirse en un sicópata. Se trata de un mecanismo regulador que juega las veces del aparato íntimo de la justicia. Gracias a ella la responsabilidad y el comportamiento se armonizan.

Aprendemos de la culpa desde los primeros meses de vida. La familia nos educa con ella y a partir de ella. La vergüenza frente al error y el premio respecto del acierto forman parte del mismo artefacto. Los mayores se encargan no solo de transmitir los valores de la progenie sino también el dispositivo para orientar las conductas convenientes para la prole. 

No se puede sentir culpa sin empatía, sin consciencia de que la otra persona existe. De ahí que sintamos culpa cuando experimentamos la pobreza ajena, la violencia que hace sufrir a terceros, el dolor que por nuestro propio y afortunado privilegio no nos tocó sufrir.

Pero la culpa tiene también su extremo perverso. Para no soltar la dramaturgia de la Grecia antigua, la tragedia de Edipo sirve como ejemplo. Aquel rey que sin tener responsabilidad directa se arrancó los ojos antes de morir aplastado por la loza de su inmensa culpabilidad.

En este caso Edipo no es el sicópata sino la víctima de un engranaje que lo trasciende, lo conduce y lo destruye. Él no decidió asesinar a su padre, ni casarse con su madre, mucho menos engendrar a sus hermanos y, sin embargo, un pecado original cometido mucho antes de su nacimiento le arrebata cualquier posibilidad de salvación.

Los griegos llamaban hybris a ese hecho fundacional, causa primera del destino, orden de los dioses a la que era imposible escapar.

Las familias también sucumben ante su propia hybris. Cada integrante ocupa un lugar que no fue elegido sino asignado por el azar, como si se tratara de cartas de lotería: el primogénito, la agraciada, el que tiene suerte, el que no la tuvo nunca, la exitosa o la fracasada.

En las reglas del clan suele estar escrita también la culpa experimentada por quien se atreve a transgredir el dictado de la hybris. Los roles predefinidos suelen ser la gran tragedia de la narrativa familiar. Son el pacto de sangre que sirve para asegurar el gobierno del conjunto.

En este mismo continente oscuro de la culpa se encuentra el malsano talento que algunos desarrollan para manipular. Aquí no se trata más de la culpa, como acto de consciencia, sino del sentimiento de culpa.

Desgraciada será la víctima del chantaje emocional de un manipulador diestro para usar a la culpa como su arma principal. Esta forma agresiva de relación es demasiado común como para negarla.

El chantajista no suele tener llenadera. Nunca será suficiente, nunca obtendrá todo lo que quiere, nunca podrá estarse a la altura de sus expectativas. El manipulador de culpas es un acreedor eterno y cruel. Porque no tiene empatía es que puede manipular la culpa de sus semejantes sin sentir ninguna culpa.

Los que saben de sicología recomiendan como única solución para la víctima enferma de culpabilidad salir corriendo de esa relación tóxica. De lo contrario, como le sucedió a Edipo, cabe el riesgo de perder la autoestima, la confianza en uno mismo, los ojos y hasta la vida.

Las mismas virtudes y desviaciones de la culpa que suceden dentro de las familias atraviesan a la sociedad. Las hay donde sus integrantes viven en paz, regulados y conscientes, pero también están las otras, las sociedades turbulentamente culposas y por tanto fácilmente manipulables por el liderazgo del chantaje.

En efecto, el chantaje emocional llega también a ser una herramienta puesta al servicio del poder público. Un instrumento de manipulación masiva que igual somete a sus víctimas a partir de los resortes colectivos de la culpabilidad.

Una estructura social culposa es tan tóxica como una familia con esas mismas características. Esa sociedad es susceptible —otra vez los griegos— de suplicarle a Zeus para que castigue o premie según su arbitraria divinidad.

El megalómano que sabe manipular la culpa social es quizá el más peligroso a la hora de movilizar voluntades hacia el tóxico pantano de la cólera.

Los tiranos de la culpa no construyen sociedades felices: las arruinan. Son ellos quienes siembran la hybris que les permite seguir reinando. Esa que les da autorización para fijar y distribuir premios y castigos.

Los tiranos de la culpa son una plaga peligrosa porque en vez de entregar consciencia, la destruyen, en vez de aportar dignidad, la expropian, en vez de producir respeto social lo aniquilan.

La única culpa que merecería tener un castigo implacable es la de haber cedido ante el deseo propio para colocar en su lugar el deseo del tirano chantajista y manipulador.

Ámbito: 
Nacional