El secretario Adán Augusto López ocupó durante cuatro días el sitio de Andrés Manuel López Obrador, el lugar del presidente de la República, el asiento más alto, más ancho, más importante. No se puede decir que el titular de Gobernación ostentó formalmente el cargo de primer mandatario de México, porque para eso López Obrador, que estuvo enfermo de covid-19 y tomó reposo, tuvo que haber pedido licencia o incurrir en una ausencia absoluta, como indica la Constitución. López Obrador no dejó de ser el presidente, pero en su convalecencia delegó en el secretario de Gobernación algunas funciones esenciales de su cargo. Adán Augusto, como se le conoce al secretario, pasó en una semana de aspirante a practicante de presidente.
Al secretario de Gobernación, de 59 años, le tocó encabezar las reuniones diarias del Gabinete de Seguridad, donde los funcionarios de Estado entregan al mandatario un parte de la situación general del país. Le tocó conducir el miércoles un encuentro privado con secretarios federales y gobernadores de Morena para repasar la cobertura de los programas sociales, tema del mayor interés del presidente. Y quizá la más importante de todas: le tocó tomar el lugar de López Obrador en las conferencias mañaneras, que son más que un foro para responder preguntas de la prensa: en realidad es un sitio más de toma de decisiones dentro de Palacio Nacional, lugar —más visible— desde donde el primer mandatario gira instrucciones a su Gabinete, anuncia proyectos de política pública, confronta a sus adversarios e impone a los medios la agenda nacional; es un sitio que garantiza popularidad pero también el máximo escrutinio colectivo.
Un oficio es a la vez su propia escuela: se aprende haciendo las cosas que hay que saber hacer. El presidente López Obrador tiene una manera peculiar de definir el oficio de la política: que no es un asunto “de cargos, sino de encargos”, donde no importa tanto el rango o título de un funcionario cuanto su capacidad para atender los problemas que él, el primer mandatario, le encomienda resolver. Adán Augusto, uno de los cuatro aspirantes dentro de Morena a la candidatura presidencial, pero muy lejos de ser el favorito según todas las encuestas, tuvo esta semana lo que podría ser una ventaja —o una desventaja, según se mire— respecto de sus contrincantes, la jefa de Gobierno de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum; el secretario de Exteriores, Marcelo Ebrard, y el líder de la mayoría morenista en el Senado, Ricardo Monreal.
Parado en el lugar más público de México, el secretario de Gobernación mostró ante una mirada demandante su eficacia en el despacho de los encargos de López Obrador, y al mismo tiempo alimentó la pregunta de cómo haría las cosas si él fuera el presidente, si él diseñara la política nacional, si fuera él quien acaparase todos los días las portadas de los medios. A poco más de un año de la sucesión presidencial, la pregunta no es arbitraria. Los aspirantes morenistas se juegan ante el electorado la herencia de López Obrador, en un espectro de tonalidades donde el voto duro del presidente evaluará quién es más fiel al obradorismo, mientras que el voto moderado se fijará en las posibilidades de cambio sin ruptura. Del lado de la oposición, cualquiera de esas dos posibilidades será criticable.
“Hombre de confianza”
Desde el primer día de esta semana, una maquinaria de propaganda difundió en redes sociales que el encargo de López Obrador al secretario demostraba que él era su “hombre de confianza”. El gobernador de Tabasco, Carlos Merino, leal a la candidatura de Adán Augusto, dijo que este daría “continuidad a la tarea de transformación” en la ausencia del mandatario.
Esa continuidad se pareció en muchos sentidos a una emulación. El lunes, el secretario aseguró que López Obrador no había sufrido ningún desvanecimiento a consecuencia del covid ni había sido trasladado de emergencia de Mérida a Ciudad de México, como el periódico local Diario de Yucatán publicó desde el día anterior. “Es una absoluta mentira. No será la primera vez ni la última. Seguramente que miente el Diario de Yucatán. Yo ya relaté cómo se dieron los acontecimientos”, dijo en la mañanera, a tono con las críticas consuetudinarias del presidente a los medios. Pero su propósito de negar a toda costa la vulnerabilidad del mandatario lo llevó a desinformar a la ciudadanía. El miércoles, el mismo López Obrador contradijo a Adán Augusto en el video que publicó para desmentir los rumores sobre su estado de salud. Allí, el mandatario confirmó que había sufrido un desmayo transitorio y que ciertamente fue trasladado en un vuelo de emergencia a la capital.
Tabasqueño como López Obrador, Adán Augusto presume con orgullo tener el habla del presidente. No solo por el tono: también por el contenido. Si el presidente ha cargado antes contra la Suprema Corte de Justicia y ha ordenado a sus funcionarios “no contestarles ni el teléfono” a los ministros, el secretario confirma el lunes que la relación con el poder Judicial será “de carácter institucional”, neutral, no mala pero tampoco buena. Si el presidente ha criticado antes de manera consistente al Instituto Nacional de Transparencia (INAI), el titular de Gobernación dice el martes que esa es una dependencia inoperante, parcial y que ha sido un botín político de los partidos. Si el presidente ha defendido antes la honorabilidad de Francisco Garduño, jefe de Migración, en medio de las investigaciones por la muerte de 40 migrantes en Ciudad Juárez —lo ha llamado “trabajador y recto” y se ha negado a removerlo del cargo—, Adán Augusto dice el miércoles que el funcionario puede sin problemas continuar desempeñando sus labores y al mismo tiempo rendir cuentas ante la Justicia, porque el proceso judicial “no le quita tiempo y no lo distrae”.
Ese día, por accidente, un reportero de la mañanera llamó a Adán Augusto “presidente” en lugar de secretario. Hubo algunas risas en el salón Tesorería, sede de las conferencias. Alguna inquietud habrá despertado en el funcionario. Cuando un periodista quiso saber su opinión sobre el proceso interno de Morena y sobre sus contrincantes por la candidatura, él aclaró que no podía hablar de eso desde ese lugar, ese púlpito, que no le pertenece a un secretario. “Evidentemente, yo tengo una opinión al respecto. Pero este no es el foro, ni voy a aprovechar este espacio, que no le corresponde al secretario de Gobernación”, dijo. “Yo estoy cumpliendo aquí una instrucción del señor presidente, que es la de cubrir el espacio, atender esta conferencia de prensa, en tanto él termina de recuperarse. Esa es la instrucción que el presidente de la República me ha dado y yo voy a cumplir estrictamente con ello”. Aprendiz de su oficio, pareció recordar la enseñanza de López Obrador de que los encargos van sobre los cargos.