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POLÍTICA ZOOM

El trastorno de las corbatas rojas



La funcionaria se presentó en la conferencia de Palacio el miércoles. ESPECIAL

La funcionaria se presentó en la conferencia de Palacio el miércoles. ESPECIAL

Llegó a creer que todos los hombres que utilizaban corbata roja formaban parte de una misma conspiración comunista cuyo propósito era destruir a los Estados Unidos. Envió inclusive cartas a la Casa Blanca para advertir de la intriga que se estaba fraguando y que sólo él pudo descubrir.

John Forbes Nash fue uno de los matemáticos más geniales que haya tenido la humanidad. Pero a la edad de 30 años ingresó a un hospital psiquiátrico donde le diagnosticaron esquizofrenia. Tiempo después este hombre de ciencia fue capaz de conversar sobre su trastorno y reconoció que, en su peor momento, uno de los delirios que padeció fue el de estar convencido de que tenía una misión política fundamental.

En vez de contar con un pensamiento científicamente orientado —explicó Nash— devoró su cerebro otro tipo de pensamiento que él denominó como “políticamente orientado”.

Ya la filósofa Hannah Arendt, en su texto Verdad y política, había advertido sobre lo mal que pueden llevarse la verdad y la verdad política. La primera permite explicar la realidad a partir de los hechos, mientras que la segunda subordina los hechos a la explicación.

Entre las propiedades virtuosas de la ciencia está la de ser un contrapeso frente a la política. Es lugar común decir que la democracia moderna y la ciencia basada en un método racional son dos caras de una misma moneda. Pero a veces se olvida. La democracia es un sistema político basado en el método que considera al ensayo y el error como el camino más cierto para aproximarse a la realidad.

Democracia y ciencia convergen de un mismo punto de partida: a menos que pueda probarse causal y racionalmente lo contrario, no hay verdades definitivas.

En un contexto donde la democracia mexicana está atravesando por una crisis cuyas proporciones aún no logramos medir, no debería desestimarse la preocupación que un número considerable de personas pertenecientes a la comunidad científica han manifestado a partir de la fallida comunicación con las autoridades responsables de conducir la política científica, particularmente desde la reforma a la antigua ley de ciencia y tecnología.

Dado que esta pieza legislativa fue aprobada sin diálogo con esa comunidad se esperaba que durante la comparecencia de María Elena Álvarez-Buylla, el pasado miércoles 3 de mayo en Palacio Nacional, se ofrecieran los argumentos detrás de una nueva ley que no había sido siquiera discutida entre las y los integrantes del Congreso de la Unión. 

Pero no fue así. Sin que la metáfora pretenda ser irrespetuosa con John Nash, en vez de argumentar a favor de su iniciativa, Álvarez-Buylla comenzó y terminó su intervención hablando de corbatas rojas.

Habría sido buena cosa, por ejemplo, que la directora del ex-Conacyt razonara por qué un organismo centralmente científico debe ahora contar, en su junta de gobierno, con generales y almirantes.

En vez de ello Álvarez-Buylla arremetió contra la política que en el pasado promovió la creación de fondos mixtos —públicos y privados— para financiar a la ciencia. De un plumazo, desestimó la importancia que estas bolsas tuvieron para sostener en el largo plazo investigaciones que deben trascender el presupuesto anualizado de los gobiernos

Si la palabra fideicomiso se ha estigmatizado, al menos en el ámbito de la ciencia, es porque quienes hoy gobiernan no se han detenido a reflexionar sobre los motivos que realmente llevaron al uso de esta figura, los cuales nada tenían que ver con pretensiones corruptas.

Los fideicomisos se crearon, primero, para poder sumar recursos públicos y privados a favor de las tareas científicas y también para que la voracidad de los gobiernos no restase dinero a las investigaciones que necesitan apoyo sostenido durante plazos largos.

Tan no fue deshonesto el acto de crear fideicomisos que nadie está hoy en la cárcel por este motivo. Todavía más, el dinero que había sido apartado para este propósito estuvo a salvo hasta que llegó la llamada Cuarta Transformación. Porque fue el actual gobierno quien arrebató el dinero de estos fondos de manos de la ciencia para desviarlo a otras tareas, presumiblemente a la construcción del Tren Maya y de la refinería de Dos Bocas.

El otro tema que Álvarez-Buylla tocó fue el de los apoyos públicos que ciertas empresas recibieron para el desarrollo de tecnología. Sin mencionar a la enorme lista de personas morales beneficiadas, la directora del ex-Conacyt denunció solamente aquellas industrias que, desde su ideología, no debieron haber merecido ningún apoyo.

Hasta aquí la discusión es meramente ideológica. Antes los fideicomisos y los apoyos a la innovación —legales sin ninguna discusión— fueron considerados como parte de una política correcta y acorde con las necesidades del país. Ahora que otras personas con otros valores nos gobiernan, están en su derecho de modificar la política de ciencia y tecnología. Esto es justo lo que la ciencia recomienda a la democracia: si algo se considera un error, este sistema político es el único que permite corregir sin violentar el orden político.

Sin embargo, lo que vino después en la intervención de Álvarez-Buylla alarmó a todo el mundo. Igual que ocurre en la película Mente brillante, dedicada a recorrer la biografía de John Nash, Álvarez-Buylla presentó un mapa alucinante de vínculos que trató de imitar a los que comúnmente publicitan en sus conferencias de prensa la Fiscalía General de la República o la Unidad de Inteligencia Financiera.

En esa representación gráfica la directora del ex-Conacyt ubicó al Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) como el epicentro de una conspiración, similar a la que Nash descubrió en 1959, cuyo objeto no sería destruir al Estado mexicano sino al movimiento que lo ha colonizado: el lopezobradorismo.

Quien elaboró esa gráfica sabe que hizo un documento acorde con la ya muy sobada tradición del fakenews. Inspirado en alguna gráfica utilizada para denunciar a los cárteles mafiosos colocó en el corazón de la conspiración a quien fuera director del CIDE, Sergio López Ayllón y, a partir de ahí, trazó vínculos de lo más disparatados para tratar de probar un complot neoliberal tan maléfico como el liderado por Darth Vader en la saga de la Guerra de las Galaxias.

La señora Álvarez-Buylla no tiene idea de cuánto ha sido el aporte que el CIDE ha hecho a mi país. No hay nada más ajeno a la verdad que lo dicho por ella en la mañanera del miércoles.

Por si quiere desestimar este texto, rindo mi propia corbata roja: fui orgulloso académico del CIDE por más de veinte años. Y, por cierto, como muchos otros, desde esa trinchera di más de una batalla contra el neoliberalismo. 

Ámbito: 
Nacional