No habían aparecido en el menú autoritario del gobierno mexicano las expropiaciones, ni las turbas violentas.
Pero han aparecido ya sus embriones.
Uno, la ocupación militar “temporal” de Ferrosur, en beneficio de la Marina y del Tren Interoceánico del Istmo.
Otro, las turbas que asedian a la Suprema Corte e infaman a sus ministros y en especial, con énfasis misógino, a su presidenta, Norma Piña.
Digo embriones, porque eso son, si se les compara con las fiestas expropiatorias de Hugo Chávez en Venezuela o con las pandillas paramilitares, los “colectivos chavistas”, que el mismo Chávez fomentó en los barrios, para amedrentar ciudadanos, inhibir protestas y violentar manifestaciones.
En la ocupación “temporal” de Ferrosur por la Marina sorprende la mesura con que los empresarios han respondido a lo que puede verse como la primera expropiación grande, pura y dura del sexenio, a la vez aviso y sonda de decisiones por venir.
Indigna, por otro lado, la impunidad y la procacidad del asedio físico que sufre la Suprema Corte, con turbas que queman efigies de la ministra presidenta, pasean ominosos ataúdes con su retrato y profieren la más bajas consignas, que las redes sociales del gobierno repiten, corregidas y aumentadas, en sus granjas de seguidores.
Inquieta que todo esto suceda en un edificio contiguo de Palacio Nacional, donde despacha la Corte, en contraesquina del cabildo metropolitano, donde despacha otra mujer, Claudia Sheinbaum, jefa de Gobierno de la ciudad y precandidata favorita del Presidente a la presidencia de la República.
Si no me equivoco, la jefa de Gobierno casi podría ver desde su oficina, con sólo asomarse, precisamente el edificio de la Corte, asediado en estos días por grupos de insultadores, entre ellos una banda de ingeniosos veracruzanos azuzados por su gobernador, Cuitláhuac García, partidario rendido de Sheinbaum.
Algo rima en estos embriones.
La “ocupación temporal” de Ferrosur por la Marina nos dice algo sobre un posible final turbulento de sexenio.
Mal augurio del porvenir es, también, el papel de invitada de piedra que asume la jefa de Gobierno frente al asedio violento que regurgita insultos contra la Corte, al pie de su ventana.