Quiero volver a la reflexión de Henry Kissinger sobre el riesgo de que la Inteligencia Artificial dé a los arsenales del planeta lo que nunca han tenido: precisión para destruir totalmente al enemigo.
Si entiendo bien, Kissinger se refiere al hecho de que, entre más eficiente se quiera un ataque guiado por la Inteligencia Artificial, más “independiente” del hombre, o más automático, debe ser el mecanismo que desata la acción.
La eficacia autogenerada del mecanismo podría saltarse lo que se da por sentado: que no se activará sin una decisión humana.
El párrafo a considerar es el siguiente:
“Vivimos en un mundo de destructividad sin precedentes. Pese a la doctrina de que habrá un ser humano en el circuito, pueden crearse armas automáticas indetenibles. Si usted mira la historia militar, puede decir que, por limitaciones geográficas y de precisión, nunca ha sido posible destruir a todos los adversarios, ahora no hay límites. Todos los adversarios son 100% vulnerables” (The Economist, 17 de mayo).
La historia militar nos dice también que no hay arma que se haya inventado para no usarse. Todo lo contrario.
Lo peor, sugiere Kissinger, es que la conflagración de China y Estados Unidos puede venir de un simple malentendido. Un país puede estar leyendo mal las verdaderas intenciones del otro, en un ambiente de desconfianza tal que lleva a creer en las peores hipótesis sobre lo que el otro pretende.
Estados Unidos cree que China quiere dominar el orden mundial, gobernar, conquistar el mundo. China cree que Estados Unidos nunca la tratará como igual, que no quiere si no someterla a sus reglas, haciéndolas pasar como las “reglas de Occidente”.
Pero China no es Hitler, dice Kissinger, no quiere conquistar el mundo. Lo que quiere es hegemonizar la parte del mundo que garantice su seguridad.
Estados Unidos, por su parte, ha dado muestras, con el propio Kissinger, de que puede negociar con China, pero plantea hoy condiciones impracticables, como que China cambie su régimen político.
“En toda diplomacia de estabilidad debe haber algo del mundo del siglo XIX, un mundo basado en el corolario de que la existencia misma de los Estados no está a discusión”.
Negociar implica aceptar la realidad inevitable del otro.