Un testigo relata cómo fue el “cateo” en que desaparecieron millones de dólares
―¡Cálmate, cabrón! ¡Cálmate, cabrón!
―¡Al suelo!
―¡Se los cargó su puta madre ahora sí!
El 15 de marzo había una junta de socios en el piso alto de Black Wallstreet Capital, una empresa de resguardo de valores y asesoría financiera, ubicada en la colonia Anzures.
A la bóveda del lugar acababa de llegar, apenas unos días antes, una fuerte inversión: tres millones de dólares. Uno de los analistas financieros de la compañía refiere que aquella mañana se comenzaron a escuchar fuertes golpes dados con un mazo. Alguien llevaba alrededor de cinco minutos pegándole a una pared.
“Bajé a ver qué ocurría. Vi a dos de los escoltas de la compañía como intentando detener la puerta blindada. En sus caras había señales de gran nerviosismo. En el garaje había varios hombres vestidos de negro y estaban tratando de abrir un boquete en el muro para poder entrar”.
Comenzaron así las horas más largas que “Alfonso” ha vivido en su vida.
Regresó a la oficina principal para informar lo que estaba ocurriendo. La primera idea fue que se trataba de un robo.
“Vienen por el dinero de la bóveda”, dijo Juan Carlos Minero, dueño de la empresa.
Decidieron sacarlo de ese sitio y esconderlo. Sacaron dos maletas, dos bolsas y una caja, todas repletas de fajos de dólares. Alguien intentó esconderlas en la azotea. Pero vieron que sobrevolaba un dron, y que estaba grabando.
No hubo tiempo de mucho más. Según “Alfonso” el lugar se llenó de encapuchados que entraron con las armas desenfundadas.
―¡Ya te cargó la madre!
―¿Dónde está el dinero, dónde están las armas?
―Ya sabemos qué hay. Ya sabemos lo que hacen. Ya sabemos quiénes son ustedes.
Ciro Gómez Leyva presentó en su noticiero las imágenes de aquel instante: un supuesto cateo que policías y agentes de la fiscalía de la CDMX, bajo el mando del ministerio público Erick Armando Pérez Venegas, efectuaron en el domicilio luego de recibir una supuesta denuncia por narcomenudeo.
Las imágenes muestran la manera en que Pérez Venegas se apodera de las bolsas de dinero y ordena que se destruyan las cámaras.
En la empresa, prosigue “Alfonso”, había 26 cámaras. Una tras otra fueron localizadas y destruidas. Cuando esto ocurrió, Pérez Venegas se despojó del cubrebocas que le ocultaba parte de la cara. Otros agentes se quitaron los pasamontañas.
“Estábamos unos 11 empleados, entre asesores y gente del jurídico. A ninguno de nosotros nos habían apuntado nunca con un arma. Como nadie se identificó como policía, no sabíamos lo que estaba ocurriendo. Con palabras muy violentas, hicieron que nos sentáramos. A algunos nos encerraron en una oficina. A los socios, el que iba al mando de todos los metió en otra ‘para platicar’. Decían que no habían venido de a gratis, que venían a negociar”, relata “Alfonso”.
Todo fue volteado de cabeza. Los agentes rompieron todo. Destruyeron sobre todo la puerta de cristal que resguardaba el sistema de vigilancia. “Les decíamos: ¿qué pasa? ¿qué buscan? Respondían: ‘Cállate o te partimos la madre’”.
Pérez Venegas, dice Alfonso, exigió las llaves de la bóveda:
―¡Las llaves, las llaves, rápido!
Un sistema alterno de grabación permitió que imágenes cruciales se preservaran. En estas aparecen los agentes abriendo las maletas y las bolsas repletas de fajos. “Alfonso” vio cómo llevaban el botín hacia la planta baja: “No vi a dónde lo llevaron. Pero sí vi cómo lo bajaron…”, dice.
Todos los empleados, así como 15 escoltas, fueron interrogados, fotografiados, amenazados ―y más tarde liberados.
“De pronto nos dijeron: ‘bueno, ustedes ya se pueden ir’”.
Solo los socios y un escolta fueron presentados a las autoridades.
Ese día, “Alfonso” y un compañero de trabajo se refugiaron en una plaza. Él decidió pasar la noche en un hotel.
“Sentía miedo, tenían mi dirección, todos mis datos. No supe qué hacer. Esa tarde vi en redes sociales la noticia de que habían decomisado droga y armas. Dije: ‘¿Cómo? ¿Cómo que droga y armas? Si yo estaba ahí’. Sentí que el mundo se venía encima. Pensé que cada peso del dinero se podía justificar porque de todo hay contratos, pero… ¿cómo íbamos a justificar la droga?”.
En las imágenes que se lograron rescatar, como relaté ayer, se advierte que al momento de la entrada de los agentes de la fiscalía no hay nada fuera de lo común en los escritorios. Las imágenes muestran incluso cómo los elementos abren cajones que se encuentran vacíos.
En los videos presentados más tarde por la fiscalía de la CDMX, en los mismos escritorios aparecen armas largas y envoltorios con droga. Aunque en el acta circunstanciada firmada por los casi 30 elementos que tomaron parte en cateo se afirma que la sustancia contenida en esas bolsas corresponde a cocaína, un dictamen químico realizado por la Fiscalía General de la República con el folio 25176 y firmado por la perito en química forense Berenice Garcés Martel, concluye que el indicio presentado “no contiene ni corresponde a alguna sustancia considerada como estupefaciente o sicotrópico”.
Peor aún: videos del exterior de la empresa obtenidos por la defensa, muestran a dos agentes bajando pequeños envoltorios de un vehículo e introduciéndolos en las oficinas.
Concluye “Alfonso”: “El colmo fue cuando vi que solo reportaban el hallazgo de 169 mil dólares. Yo sabía que había tres millones de dólares ahí. Yo había visto cómo se llevaron las maletas y las bolsas. Tuve más miedo aún. Porque esa era la policía, y esas eran nuestras autoridades”.