En el verano de 2021, inscribí a mis hijos en una escuela pública en el norte de Manhattan. Muy pronto, mi hijo menor me contó sobre unos simulacros que hacían con frecuencia. Ante la alarma, los niños y su maestra debían correr y asegurar la puerta, colocar una cartulina negra detrás, para que no se viera ni un hilo de luz adentro, apagar las luces, esconderse debajo de sus pupitres y no hacer ningún ruido. A veces, me dijo, pasaban mucho rato agachados, aburridos, en silencio.
Como son chilangos, ellos estaban acostumbrados a los simulacros de terremotos, pero no entendían para qué hacían estos.
El 24 de mayo del 2022, vimos en las noticias que un hombre de 18 años había entrado a la Escuela Primaria Robb en Uvalde, Texas. Llevaba un rifle tipo AR-15, un arma diseñada para asesinar a muchas personas en poco tiempo, que compró legalmente poco antes. Trató de abrir la puerta del aula 106. Estaba cerrada con seguro. Los alumnos estaban agachados, arrimados a su maestra, tal como los míos lo habían hecho tantas veces en Nueva York. El hombre entró en otra aula, al otro lado del pasillo. Allí asesinó a 19 niños y a dos maestras.
"Ya sabemos para qué son los simulacros que hacemos en la escuela, mamá", me dijo mi hijo menor aquella noche. Los llevé a clases al día siguiente, muerta de miedo.
Para entonces, yo llevaba años cubriendo la violencia contra niños en México donde, solo entre enero y junio de 2022, más de 1,200 niños fueron asesinados por violencia doméstica, violencia relacionada con el narcotráfico o que cometen las propias autoridades. Muy pronto entendí que mi nueva realidad no era muy distinta. En ambos países, dicen las estadísticas más recientes, asesinan unos siete niños al día.
En México, casi todas las armas de mis historias han sido estadounidenses, traficadas ilegalmente al país. En el último año, desde la masacre de Uvalde, he investigado por primera vez un crimen atroz -cuyas víctimas son niños- cometido con un arma adquirida legalmente.
Esta semana, revelamos nuestra investigación en Futuro Investigates, la unidad investigativa que dirijo. Publicamos un podcast y varios artículos. También publicamos un documental, que produjimos en colaboración con Frontline y The Texas Tribune.
La protagonista de nuestra historia, Caitlyne, es una niña de 11 años que estaba en el aula 106, la que no pudo abrir el tirador. En los últimos meses, he llorado varias veces viéndola en el video de un mitin afuera del Capitolio de Texas, quebrada por el trauma, cuando recordaba cómo aquel hombre trató de abrir la puerta de su aula, no pudo y después asesinó a Jackie Cazares, su mejor amiga, en el aula al otro lado del pasillo.
Una tarde, mi colega Sofía Sánchez se quebró al escuchar las llamadas que los niños hicieron al 911, mientras los oficiales esperaban afuera, sin rescatarlos, aterrorizados por el arma. Mi colega Reynaldo Leaños Jr. escribió un artículo sobre cómo cubrir Uvalde lo llevó a buscar terapia, y mi compañera María Hinojosa lloró casi todo el tiempo, con nuestras colegas Amy Bucher y Heidi Burke, mientras veíamos este martes el estreno de nuestro documental en la televisión pública estadounidense.
Las periodistas investigativas muchas veces nos aventuramos a cubrir estas historias a pesar del costo emocional que implican. Lo sabemos, pero creemos que debemos hacerlo. Después de publicar, cuando ha bajado la adrenalina, sentimos ese vacío que nos dejó el horror. Nos toca reconstruirnos pronto para seguir contando.
En mis pesadillas de estas semanas, antes de publicar, estaban mezclados los niños desaparecidos en México y los niños muertos en Texas, los legisladores demócratas y republicanos, que no se ponen de acuerdo para votar leyes sobre el control de armas; los policías que permiten el trasiego ilegal de armas a México, los militares mexicanos que han asesinado a chicos, creyéndolos criminales.
En ambos países, el trauma de la violencia acompaña a niños que vivieron un episodio violento, como Caitlyne, u otros muchos, quienes están creciendo con noticias frecuentes sobre niños asesinados o con simulacros en las escuelas.
El trauma también nos acompaña a quienes contamos sus historias, aunque pocas veces hablamos sobre nosotros. En medio está una industria multimillonaria, la de las armas, que se beneficia en ambos lados de la frontera, y muchísima política, con sus divisiones, sus intereses y sus ciclos electorales.
@penileyramirez