En medio de unas duras negociaciones, Mario Delgado jugó la carta del órdago a la grande. “Nos va a tocar desaparecer al PRI del mapa”. Era noviembre de 2021, poco después de arrebatar al histórico partido mexicano 8 estados de una tacada y con otras dos citas electorales por delante con los últimos cuatro estados priistas en juego. El presidente de Morena contaba, o al menos alardeaba, con seguir arrasando y engullir por completo al PRI, un fantasma cada vez más real a medida que avanzaban las elecciones. Dos años después de aquel órdago, la profecía aún no se ha cumplido del todo. Con mil heridas, acorralado y debilitado como nunca, El PRI todavía sigue en pie, pero prolonga una agonía cada vez más al límite.
Este domingo perdió su trinchera más importante, el Estado de México, aunque ha retenido Coahuila y de carambola el año pasado logró hacerse también con Durango. Su improbable pacto con el PAN, otro signo de los tiempos desesperados por los que atraviesa, le ha servido para sumar votos para sus lideres locales más solventes y amarrar un puñado de asientos en el Congreso. Un colchón salvavidas que le está permitiendo vender caro su apoyo tanto a la oposición como al Gobierno, convirtiéndose así en una pieza valiosa para ambos bandos. Un ejemplo fue aquella negociación de hace dos años, cuando Delgado lanzó la amenaza y que, por cierto, acabó encallando. Con las elecciones presidenciales del año que viene en el horizonte, el reto del partido será mantener ese precario equilibrio.
“La muerte anunciada del PRI parece que no va a ser tan precipitada. Para estas fechas, Morena contaba con que desaparecieran sus gobiernos estatales y sus militantes, e incluso afiliados, terminaran por completar el trasvase a Morena como partido hegemónico al que han estado acostumbrados durante tanto tiempo. Pero este partido moribundo tiene todavía fuerza para dar batalla, sobre todo por la capacidad de sus líderes locales, como demuestra el caso de Coahuila”, apunta Khemvirg Puente, coordinador del centro de Estudios Políticos de la UNAM.
Pese a la acumulación de derrotas, la amenaza de Morena en su mismo espacio político, los escándalos de corrupción —desde el caso Odebrecht hasta la investigación abierta al expresidente Peña Nieto— o la guerra dentro del partido, el PRI ser resiste a morir porque mantiene última reserva infatigable, su voto más duro. Es otra de sus paradojas: la marca PRI es la que más rechazo genera entre los votantes. Pero también es, después del partido de López Obrador, la que conserva un voto fijo más sólido: en torno al 12%, según la media de los analistas.
Para Rogelio Hernández, profesor en Ciencia Política del Colegio de México (Colmex) y experto en la trayectoria del histórico partido, “la derrota del Estado de México es sobre todo simbólica, pero también muestra que su maquinaria electoral, pese a estar en el poder, ya no funciona como antes”. El PRI jamás había perdido en este territorio, convertido de paso en el epítome de la eficaz fórmula que le permitió gobernar el país por más de 70 años. “Control de las organizaciones sociales, cooptación de liderazgos, utilización de los recursos institucionales para someter a sus adversarios y en general, una identificación entre el partido, el Estado y la sociedad”, sintetiza Hernández.
Desde el nacimiento de Morena, hace poco más de una década, el partido enfrenta una amenaza existencial, redoblada casi tras cada visita a las urnas. La agenda de López Obrador —nacionalismo económico, subsidios, regulación de los mercados y aspiración hegemónica— ha sido interpretada como una especie de reformulación del PRI antes de los 80, que marca la entrada de una elite de gobernantes formados en escuelas estadounidenses que comenzaron a darle un predomino mayor al mercado frente al clásico estatismo priista.
El crecimiento orgánico de Morena durante estos años se ha nutrido, de hecho, de cada vez más políticos con experiencia y pasado en el partido histórico mexicano, agrandando la tesis de un solapamiento ideológico que podría poner en peligro la supervivencia del PRI. Desde militantes de base a exgobernadores veteranos, como en Sonora o Sinaloa, que al perder la plaza en favor del morenismo se pasaron al bando de López Obrador. Durante estos últimos comicios, el perfil bajo de Alfredo del Mazo, el gobernador del Estado de México, que apenas ha mostrado apoyo público a su candidata, también han levantado sospechas en el mismo sentido. El politólogo del Colmex considera, en todo caso, que Del Mazo, último eslabón de un poderoso linaje priista en el Estado de México, “siempre ha tenido un liderazgo gris y silencioso”. Pero afirma a la vez que también es “una muestra de la perdida de calidad de los políticos priistas”.
Pesos pesados del último pico de poder priista, el gobierno de Enrique Peña Nieto, como Miguel Ángel Osorio Chong o Claudio Ruiz Massieu han perdido influencia y espacio en el partido, arrinconados por el presidente del partido, Alejandro Moreno, al que también le rodean las acusaciones oportunismo y corrupción. Los analistas consultados consideran, sin embargo, que Moreno está acertando al avanzar, seguramente por la única vía que le puede mantener vivo. “Su agenda programática no es muy diferente a la del Gobierno, pero le conviene mantenerse en la alianza de cara a 2024. Aunque no está tan claro si le conviene al PAN cargar con el desgaste de la marca PRI. Lo más conveniente sería que el PAN pusiera candidato y el PRI los votos y liderazgos locales que aún conserva”, cierra el politólogo de la UNAM.