El asesinato de Paco Stanley
Un cuarto de siglo después, la serie “El show: crónica de un asesinato”, dirigida por Diego Enrique Osorno, nos lleva de regreso a los días en que el animador de televisión Paco Stanley fue asesinado a las puertas de la taquería El Charco de las Ranas.
Recuerdo la conmoción que la noticia causó en la redacción del periódico La Crónica: la televisión nos bombardeaba una y otra vez con las imágenes de la camioneta, con los vidrios destrozados por las balas, en la que yacía, ensangrentado, el cuerpo del conductor.
Se dijo inicialmente que se había tratado de un robo o un intento de secuestro. Todo se detuvo. A pesar de su estilo, cargado de gandallez y de vulgaridad, Stanley era un conductor adorado por el público.
Más tarde se supo que sus asesinos habían cruzado el Periférico, corriendo por el puente que entonces existía frente al restaurante, para abordar un auto que los esperaba. Aquella fue la última oportunidad que se tuvo de saber quiénes eran.
Todo cambió cuando en la camioneta apareció una bolsa con cocaína y un aparato para molerla. Todo cambió cuando se supo que el amigo y patiño del conductor, Mario Rodríguez Bezares, se había metido al baño minutos antes del atentado, después de recibir una llamada: se tardó en ese sitio más de la cuenta (diría que se había sentido mal); no salió del sanitario hasta que el asesinato fue perpetrado.
Y eso fue lo que lo perdió.
Era el 7 de junio de 1999. Gobernaba la capital del país Cuauhtémoc Cárdenas.
El 2 de agosto de ese año, un interno del Reclusorio Oriente, recluido por asalto a microbuses, llamó a la procuraduría que dirigía el prestigioso Samuel del Villar. Se llamaba Gabriel Valencia.
Según el reporte, Valencia ofreció información sobre el caso Stanley a cambio de ser trasladado a un reclusorio del estado de Puebla.
El documento indicaba que la llamada había llegado a la una de la tarde del 2 de agosto de 1999. Sin embargo, la instrucción de dar parte de esta a la policía judicial fue girada 19 horas con 41 minutos antes de que el supuesto telefonazo llegara.
Valencia había intentado quitarse la vida varias veces. En la última se tragó unas hojas de rasurar, pero los médicos lograron salvarlo. A la sicóloga del reclusorio le dijo que oía voces. Un reporte rendido por una criminóloga y un sicólogo lo describió como un sujeto manipulador y fantasioso. “Tiene severos trastornos de personalidad… no tiene ningún respeto por los demás y no mide las consecuencias de sus actos”.
El prestigioso Del Villar no tomó en cuenta o no tuvo conocimiento de estos hechos. Envió dos agentes a entrevistarlo. Según los reportes, Valencia les dijo que era “cocinero” del narcotraficante Luis Ignacio Amezcua Contreras, uno de los reyes de las metanfetaminas –aprehendido en Jalisco en 1998.
Les dijo que había sido testigo de dos entrevistas de Amezcua con un sujeto apodado El Cholo y con una mujer apodada La Güera. “Ahí se pusieron de acuerdo para privar de la vida a Stanley”, aseguró. Según Valencia, la segunda entrevista había ocurrido el 8 de agosto. En su informe, los agentes pusieron una “nota importante”: que se trataba de un sujeto calculador y fantasioso.
Pero esto tampoco fue tomado en cuenta. A partir de la entrevista con el que a partir de entonces fue llamado “el testigo estrella”, y bajo la presión brutal de los medios que exigían respuestas, Del Villar armó un caso al vapor. Se implicó en el asesinato a Mario Rodríguez Bezares, como el que “puso” a Stanley ante sus asesinos, y se implicó a la edecán Paola Durante –la única rubia que aparecía en el programa del conductor– como La Güera que había visitado al narcotraficante Amezcua. A partir de un retrato hablado se señaló como asesino material a un expresidiario con serios problemas de adicción: Erasmo Pérez Garnica.
Paola Durante negó conocer a Amezcua. De hecho, presentó pruebas de que el 8 de agosto había trabajado todo el día en el Auditorio Nacional. Amezcua negó conocer a Durante. La fiscalía de Del Villar consiguió tres testigos que dijeron que, en 1999, entre febrero y marzo, la habían visto llegar a su casa en una Suburban en la que viajaban sujetos armados. Uno de ellos la había tomado de la cintura y la había cargado hasta la entrada de su casa. Los testigos identificaron a aquel sujeto como Jesús Amezcua, hermano de Luis Ignacio.
Dos héroes olvidados de esta historia, el titular de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, Luis de la Barreda, y el primer visitador José Antonio Aguilar Valdés, probaron que en la declaración de estos testigos había once cláusulas idénticas, en una de ellas, 170 palabras se repetían de manera exacta.
Por lo demás, los hermanos Amezcua estaban en prisión desde 1998. “Ninguno de ellos pudo haber tomado a Paola de la cintura en 1999”, declaró De la Barreda.
Para colmo, a través de la declaración de Valencia se había realizado un retrato hablado de Paola Durante. Valencia la describió como una mujer de ojos azules y mentón partido. Durante tenía los ojos verdes y su mentón no estaba partido.
Todos los involucrados acabaron en la cárcel. En el caso de Paola Durante, De la Barreda y su equipo probaron que en los 50 tomos del expediente no había un solo hecho que la imputara.
En la serie dirigida por Diego Enrique Osorno, otro amigo de Stanley, Benito Castro, habla de la relación de amistad, no se sabe si de negocios, entre el famoso animador y el narcotraficante Amado Carrillo, el Señor de los Cielos, jefe del Cártel de Juárez.
Pero todos los que pudieron saber algo, agrega Castro, ya están muertos.
Nunca sabremos lo que ocurrió. El procurador Del Villar se encargó de enterrar la verdad, por el simple hecho de dejar de buscarla.
Un cuarto de siglo después, el caso Stanley emerge cargado de memorias, de recuerdos, de actualidad.