Los nombramientos del Presidente en su gabinete indican que el último tramo del sexenio lo recorrerá con la izquierda dura, totalitaria y golpeadora. Ellos seguirán gobernando.
Por ahí va la sucesión.
AMLO se va, pero se queda.
Lo tendremos, a él, como el coordinador de la defensa de la cuarta transformación.
La polarización que sembró durante los primeros años de su gobierno va a continuar con los radicales que tomarán la estafeta con la candidatura presidencial.
A eso responden los nombramientos en Gobernación y Trabajo. No es el gabinete que acompañará en su despedida al Presidente, sino el que continuará en los siguientes años.
El Presidente se ha encargado de borrar el centro político que existía en su movimiento. Los socialdemócratas, para afuera.
Ni Ebrard ni Monreal están en los planes del siguiente gobierno, pensado para ser la continuación radicalizada del actual, salvo que acepten algún papel decorativo.
El Presidente le dejará –o intenta dejar– a Claudia Sheinbaum el esqueleto del gabinete y una agenda legislativa inmediata.
Ya dijo en qué consiste este último: hacer cambios constitucionales para acabar con el INE, con los órganos de transparencia y rendición de cuentas, y con la independencia de la Suprema Corte.
No es una suposición ni es análisis, lo ha dicho con todas sus letras.
También está en la agenda terminar con la prensa libre, a la que ha ahorcado económicamente y amenazado de forma personal y abierta para lograr un mayor sometimiento.
Por lo general los presidentes, cuando se acerca el final, tienden puentes de conciliación con quienes de alguna manera agraviaron durante su gestión. Lo hacen, con buenos o malos resultados, porque dejarán el poder.
Ahora no hay acercamientos con los lastimados porque el Presidente no se va a ir, sino que la idea es seguir mandando desde Palenque como el defensor de su proyecto que comienza a poner en manos de radicales.
Faltan unos 10 años para lograr la transformación que necesitamos, dijo AMLO en la conferencia del martes. ¿Qué es lo que falta?
Falta lo que ya ha dicho y lo que perfila con su viraje hacia la izquierda dura. Ya acabó con las reformas de Peña Nieto que se lograron con el Pacto por México. Y otras.
Anunció que necesita ganar la mayoría calificada en el Congreso para desaparecer al Instituto Nacional Electoral y al Instituto Nacional de Transparencia (Inai).
¿Qué pendientes hay, entonces, para los próximos años en que ya no esté formalmente en el poder?
También lo ha dicho: acabar con las reformas estructurales de la época neoliberal. No lo pudo hacer en su gobierno porque no están las condiciones internacionales ni lo permiten el equilibrio de poderes y de fuerzas al interior del país.
El andamiaje democrático del país, y los tratados internacionales que hemos suscrito, se lo han impedido.
Con la mayoría calificada en el Congreso, elecciones controladas y una Corte al servicio del Ejecutivo, estarán dadas las condiciones para revertir las reformas salinistas.
Son: Tratado de Libre Comercio de América del Norte, autonomía del Banco de México, campesinos propietarios de sus parcelas y el fin del reparto agrario.
No hay misterio, lo ha dicho el Presidente y antes el candidato López Obrador: los problemas de México se originan en las reformas estructurales del neoliberalismo.
Son las reformas mencionadas arriba, porque las de Fox (salud y transparencia) y las de Peña Nieto con el pacto del PRI, PAN y PRD ya las destruyó o están en proceso de demolición.
El IFE-INE empezó a construirse desde 1991 y en esa participaron todos los gobiernos posteriores y todos los partidos políticos (cómo olvidar al doctor Jorge Carpizo). Hasta que –dice AMLO– le llegó su hora. A la guillotina “porque yo lo padecí”.
A eso llega la izquierda dura que comienza a tomar la estafeta en el gabinete, y tendrá su colofón con la candidatura presidencial de Claudia Sheinbaum.
A hacer de México el resumidero de todos los experimentos fracasados del socialismo autoritario en América Latina.
“Con sello propio”, el de la 4T, sí se va a poder, dicen.