La implosión del Titán y el pesquero libio
Es falso el debate de “muertos de primera y muertos de segunda” a raíz de la atención mundial a la peripecia del sumergible con cinco millonarios que exploraban en las profundidades del Atlántico los restos del histórico Titanic.
Hasta el expresidente Obama –en entrevista con Christian Amanpour, de CNN– se quejó de la insensibilidad ante la tragedia de 700 migrantes pobres en el Mediterráneo y la sobrerreacción por cinco ricos muertos en un submarino.
No es un asunto de dinero ni de clases sociales, sino de lo que Mario Vargas Llosa llamó “la civilización del espectáculo”: la avidez universal por lo novedoso, lo que arranca de la rutina, lo que entretiene o nos emociona hasta hacernos llorar.
La vida o la muerte de los demás ha dejado de tener importancia, en izquierdas y en derechas, así lastime a ricos y pobres.
Hace casi 14 años el mundo tenía la mirada en las imágenes que traía la televisión desde el norte chico en Chile, donde 33 mineros estaban atrapados en el fondo de una mina y fueron rescatados en una proeza inédita luego de 69 días bajo tierra.
No eran ricos, sino todo lo contrario, muy pobres. Pero hubo espectáculo, emociones, incertidumbre por el desenlace, como en el intento por salvar a los acaudalados pasajeros del Titán la semana pasada.
El menosprecio por la vida de los demás y la insensibilidad hacia el dolor ajeno es un signo generalizado de la degradación del espíritu humano en nuestro tiempo. En casi cualquier parte del mundo.
Hay una manera infalible para no ser leído en México: poner la palabra “migración” en el título de una columna. Y es, junto con el cambio climático, el principal tema de nuestro tiempo.
El año pasado estuve unos meses como enviado de El Financiero en Colombia, donde conté a unos colegas mi intención de hacer el recorrido de los migrantes venezolanos y haitianos por la selva del Darién hacia Panamá.
“Ya se ha hecho mucho eso, está muy leído, muy visto”, me comentaron y tenían razón. A casi nadie le interesa leer la tragedia de familias que lo dejan todo en sus países y se internan en la jungla. Mueren niños en el camino y la marcha sigue.
La migración atrae a politólogos y estudiosos como fenómeno disruptivo del sistema democrático en países de Europa y en Estados Unidos.
Y a los votantes que quieren sacar a patadas de sus países a los extranjeros que llegan a buscar techo, trabajo y libertad. Si se mueren, tanto mejor.
En Grecia, el primer ministro Kyriacos Mitsotakis se ufana de haber bajado la inmigración ilegal en 90 por ciento, por las medidas “duras pero justas” que ha tomado su gobierno.
A los migrantes que atrapan en sus costas los suben a balsas inflables y los llevan a altamar donde los sueltan. Eso es más que una deportación extrajudicial: es un crimen. Y al mundo le importa un comino.
(Dejo el link del New York Times con las imágenes de lo que hacen los costeros griegos. Y sí, bajaron la migración en 90 por ciento. Pero el fenómeno sigue, ahora con destino a otros países del Mediterráneo. https://www.nytimes.com/2023/05/19/world/europe/greece-migrants-abandoned.html )
La madrugada del 14 de este mes se hundió un pesquero libio con 750 migrantes a bordo, que huían de la pobreza y de la guerra en sus países, en una chalupa de 30 metros de largo, semiesclavizados por traficantes de seres humanos.
En la guardia costera griega hay la consigna de no ayudar. Que se ahoguen, como escarmiento. Hasta que la embarcación se hundió dieron aviso y rescataron cadáveres.
Afortunadamente se salvaron 100 de los 750 migrantes que naufragaron, porque en las proximidades de la tragedia navegaba el Mayan Queen IV, propiedad de la familia del empresario mexicano Alberto Baillères, que acudió a ayudar y rescató a un centenar de pakistaníes, sirios, egipcios y palestinos.
La migración y sus tragedias no conmueven a nadie.
En desuso están los derechos humanos.
Aquí en México, hace dos meses y medio, murieron 40 migrantes centro y sudamericanos en una cárcel de Migración tras una detención ilegal.
Fueron quemados vivos por la negligencia y el desinterés de funcionarios públicos que siguen en sus cargos. ¿Y quién se acuerda? ¿Quién reclama?
Tal vez con imágenes de esas personas retorciéndose entre las llamas y audio de sus gritos de dolor mientras morían encerradas, habría reacción de la sociedad.
Sin espectáculo novedoso, el hecho no trasciende.
El nobel de Arequipa lo pone como el fin de la cultura tal y como la hemos vivido: “En el sentido que tradicionalmente se ha dado a este vocablo (cultura), está en nuestros días a punto de desaparecer”.