La esperanza de un equipo electoral también se mide por la inquietud que suscita en el adversario. En ese sentido pueden leerse los últimos ataques del presidente mexicano a la candidata de la coalición Va por México Xóchitl Gálvez, el fenómeno que ha puesto alas a una oposición que no conseguía levantar el vuelo. En apenas una semana, esta sonriente mujer de 60 años que viste floridos huipiles ha dado un vuelco al ánimo de un electorado huérfano de nombres con capacidad para derrotar a Morena en unas elecciones. Las masivas manifestaciones celebradas hace meses por la defensa del Instituto Nacional Electoral reunieron a miles de contrarios a la Cuarta Transformación de López Obrador y dieron aliento a una coalición que, a base de tener tantas cabezas, lucía descabezada. Los tres partidos, PRI, PAN y PRD, vislumbraron en aquellas marchas una luz que hoy por hoy se concreta en esta candidata que enarbola orígenes humildes, feminismo y una trayectoria autónoma que no le debe nada a nadie. La derecha mexicana levanta la cabeza.
La vida política se mueve a golpes de efecto, máxime en tiempos electorales. Si hace unos días Morena monopolizaba el interés público con la vigorosa salida de meta de sus aspirantes a la sucesión del presidente en 2024, ahora es Xóchitl Gálvez quien acapara la atención. A su paso han ido cayéndose del cartel otros postulantes, como la panista Lilly Téllez, los priistas Claudia Ruiz Massieu y Alejandro Murat o el empresario Gustavo Hoyos. El empuje de Gálvez, que este martes se registró como aspirante de lo que ahora se llama Frente Amplio por México junto a Santiago Creel, deja muy menguadas las posibilidades de manejo interno de los partidos de la coalición para situar a sus candidatos favoritos. Finalmente, se trata de vencer a Morena y muchos parecen compartir una idea: solo Xóchitl puede hacerlo. “Ella es refrescante y de origen popular. Mientras López Obrador ha amarrado a sus candidatos de pies y manos, no pueden hablar de nada, solo de él, Xóchitl hace lo que le da la gana, ha resultado muy rápida”, dice la analista política Soledad Loaeza.
La hidalguense ha encestado ya varias canastas de tres puntos, para lo que se ha servido de las críticas que le llegaban de Palacio Nacional o de la aspirante morenista en cabeza, Claudia Sheinbaum. Cuando López Obrador la acusó de querer eliminar las ayudas sociales, ella respondió con un contundente derechazo (o izquierdazo, según se mire): “¿Cómo creen que yo voy a quitar esa pensión [a los mayores], si mi abuela murió en un petate por falta de atención médica?”. Si Sheinbaum decía días atrás que “no cualquier mujer” sería óptima para dar la batalla por la presidencia, Gálvez viralizó un video de buena factura producido con inteligencia artificial en el que apelaba de nuevo a su crianza indígena y su esfuerzo personal y concluía: “Dime loca, dime india, dime terca, pero nunca me digas que no puedo”. En sus manifestaciones políticas, la exalcaldesa de la capital ha metido a Gálvez en el mismo saco que a todos los aspirantes de la oposición: “Son el pasado, la corrupción, todos ellos son iguales”. Sin embargo, la senadora parece diferente.
Gálvez llegó este martes a registrarse como aspirante electoral en su bicicleta plegable, tocada con un casco, grandes pendientes y mochila a la espalda, como una mujer corriente, lejos, desde luego, del atuendo que lucían su ahora contrincante de coalición, Santiago Creel, y la esposa de este, Paulina Velasco, ambos con una impecable vestimenta formal más del gusto de las parejas presidenciales de Estados Unidos, o quizá de la derecha mexicana. La senadora se revela así como un soplo de aire fresco. En diciembre del año pasado, la política apareció en el Senado con un disfraz de dinosaurio con el que se subió hasta la tribuna y le hizo carantoñas al presidente de la Cámara alta, a quien no le quedó más remedio que sonreír mientras le rogaba que volviera a su curul. Gálvez ya se hacía notar. Recientemente, se plantó a las puertas del Palacio Nacional para enfrentar las acusaciones del presidente sobre los programas sociales y pedir que la escuchara. No consiguió audiencia, pero sumó puntos a su proyecto. Este fin de semana, ha arremetido de nuevo contra López Obrador porque no le gustó que el mandatario dijera de ella que no era más que un nombre “impuesto” por la coalición opositora, en concreto por el empresario Claudio X. González. En esta ocasión, Gálvez ha disparado contra el machismo del presidente, una de las críticas que más guerra le han dado al líder morenista en todo su mandato: “Dice usted que me van a poner de candidata, porque no concibe que una mujer fuerte y capaz se gane por sí misma una posición política. Es un machista y a los machos como usted les asusta una mujer independiente e inteligente”. De nuevo, la candidata copó todos los focos. López Obrador le está dando juego a Gálvez, como si desdeñara el riesgo de quemarse.
Si la política no fuera tan cambiante, si no faltaran todavía meses para que sean las urnas las que indiquen quién va a dirigir de verdad el rumbo de México los próximos seis años, hoy podría afirmarse que esa batalla la librarán dos mujeres, Claudia Sheinbaum, que lidera las encuestas en Morena, y Xóchitl Gálvez, que también lleva las de ganar en sus filas. Sería, en ese caso, una guerra de huipiles, porque la exalcaldesa también gusta vestir ropa tradicional mexicana, y la contienda se pondría interesante. Si a Sheinbaum le pesa su apellido extranjero, Xóchitl saca partido a su nombre indígena. Probablemente, la senadora panista sería, además, la única que podría plantar cara al lema con el que hace valer Sheinbaum su candidatura: “Es tiempo de mujeres”.
Ingeniera y empresaria, Gálvez se fotografía sin empacho con los símbolos feministas e invoca sus raíces, cuando vendía gelatinas de niña, dice, para costearse los estudios. Son banderas que pueden arañar votos de la izquierda o del centroizquierda, así como de las clases medias progresistas, confundidas en ocasiones por los embates del presidente. Pero no deja de ser una candidata del PAN, aunque no esté afiliada al partido, y en la calle se percibe también la simpatía con que la recibe el electorado más a la derecha, ávido quizá de un salvavidas contra el naufragio que hace solo unas semanas presentaba la oposición.
Más reservas había hasta hace poco dentro del partido, en especial de los sectores más conservadores. La salida de Lilly Téllez, invitada ahora por la ultraderecha a sumar con ellos sus esfuerzos, ha podido contribuir a un cierto cierre de filas en torno a la hidalguense. “Tiene muchas posibilidades de ser la candidata del Frente, y si no, tendrán que producir una persona mejor, alguien que no sea de la élite y que no tenga miedo, porque ella es refrescante y fuerte. El otro día le recordaron que tiene una hermana en la cárcel y le importó poco el comentario”, dice Loaeza. “Será difícil para los tres partidos no ponerse de acuerdo detrás de ella”, continúa la analista, que solo le ve un pero: “Hace un tiempo era muy mal hablada, incluso en foros públicos, espero que no lo haga, porque eso sí choquea a la gente. Todavía no sabemos que tiene en las maletas, pero ha aprendido mucho y rápido. Tiene sensibilidad y no está asustada”, concluye Loaeza.
Envalentonada e iluminada, al menos por unas horas, por todos los reflectores mediáticos, la senadora Gálvez ha dicho al presidente: “Usted me va a entregar la banda presidencial y yo se la voy a recibir con una amplia sonrisa”. El partido apenas ha comenzado.