Completo el pasaje de Tucídides sobre la polarización que precedió y guió la guerra entre Esparta y Atenas (431-404 A.C):
“Los jefes de partido de las diferentes ciudades, aunque unos y otros se servían de hermosas palabras—la igualdad del pueblo ante la ley o bien un régimen aristocrático moderado—,pretendían consagrarse al bien común mientras hacían del poder público su botín.
“Y en su lucha sin cuartel por derrotar al partido enemigo, osaban los mayores horrores y buscaban venganzas aún peores, pues no las realizaban dentro de los límites de la justicia y de los intereses de la ciudad, sino que las decidían de acuerdo con el capricho del partido propio.
“De esta forma, ni unos ni otros se dejaban conducir por la virtud, y los que mejor fama adquirían eran los que lograban adornar con hermosas palabras acciones cometidas por efecto de la envidia.
“Los ciudadanos neutrales perecían a manos de ambos partidos, bien porque no les ayudaban, bien por envidia de que pudieran sobrevivir.
“De esta forma, la buena fe desapareció en medio del escarnio, prevaleciendo los antagonismos recíprocos y la desconfianza.
“No existía ningún compromiso solemne ni ningún temible juramento que fuera capaz de obrar la reconciliación.
“Generalmente, salían favorecidos los hombres de inteligencia más vulgar, porque, como temían su propia insuficiencia y la inteligencia de los enemigos, pasaban audazmente a la acción.
“En cambio, los más inteligentes, pensando que eran capaces de darse cuenta a tiempo y que no tenían que tomar con la acción precauciones que podían tomar con su ingenio, perecían indefensos en mayor número.
“En estas circunstancias, al quedar perturbada la vida de la ciudad, la naturaleza humana, que ya de por sí suele obrar mal a despecho de las leyes vigentes, sometió las propias leyes a su imperio y dejó ver, llena de gozo, que es incapaz de dominar la pasión, violadora de la justicia y enemiga del mérito.
“Si la envidia no poseyera su maléfico poder, no se preferiría el crimen a la virtud y la codicia a la inocencia. Los hombres no vacilan entonces en derrocar las leyes comunes a todos que dan a todos la esperanza de salvarse, aunque caiga su fortuna” .
Historia de la guerra del Peloponeso, III, 83 y 84.