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ESTRICTAMENTE PERSONAL

Ya escuchó el Presidente

Como todos los días, pero con diferente letra, el presidente Andrés Manuel López Obrador encontró una nueva conspiración “perversa” y “fascista”, de “malas entrañas” y “riesgosísima” de “la derecha” –como identifica genéricamente a quien disiente de su pensamiento y creencias– en tres periodistas que coincidimos en los últimos días en señalar el riesgo para la seguridad de la aspirante opositora Xóchitl Gálvez, y un académico que habló sobre la posibilidad de su desafuero. Cada quien expuso sus puntos de vista, derivado de nuestras experiencias en 1993 y 1994 en la sucesión presidencial con Luis Donaldo Colosio, y de la de 2005 con el desafuero del entonces jefe de Gobierno de la Ciudad de México.

El Presidente, al igual que su núcleo duro y las plumas al servicio de Palacio Nacional, adelantaron desde el lunes los argumentos que ayer sostuvo el propio López Obrador, resaltando todos que los cuatro lo hacíamos responsable a priori de un eventual atentado contra Gálvez. Ninguno señaló tal barbaridad. Joaquín López-Dóriga y Héctor Aguilar Camín, dos de los señalados, mencionaron en general la poca seguridad de Gálvez, incluso por parte de ella misma, y el andamiaje jurídico contra ella, que no atenta contra su seguridad, sino su libertad. Beatriz Pagés y yo comparamos el clima político actual con el de 1994, y coincidimos en que la retórica de López Obrador ayuda a enrarecerlo.

Hace dos décadas Salinas no lo envició con palabras, como hoy lo hace López Obrador, sino en la forma como procesó la sucesión. La seguridad para candidatos presidenciales, en ese entonces como ahora, ha sido motivo de preocupación para algunos de nosotros. En diciembre de 1993 Francisco Martín Moreno, con un texto en Excélsior de ficción política, y yo en El Financiero, mediante la interpretación del choque de intereses dentro del PRI, planteamos la eventualidad de un atentado contra Colosio si Salinas no trabajaba para modificar las condiciones que se estaban creando.

Salinas no atendió las observaciones ni el llamado a la acción que se hizo en la prensa, sino que profundizó el conflicto interno. Públicamente daba más apoyo a Manuel Camacho, que se emberrinchó por no ser el candidato, y que en su recomposición se ofreció como negociador de la paz en Chiapas ante la irrupción del EZLN el 1 de enero de 1994, que a Colosio, mientras que en el círculo presidencial decían que su campaña no prendía. Tras el asesinato, Ciro Gómez Leyva y yo entrevistamos al primer fiscal del caso Colosio, Miguel Montes, y a la pregunta directa de si había pistas que apuntaran a Salinas como autor intelectual, dijo que no, pero contextualizó: “Los climas matan”.

 

Es decir, si bien no había responsabilidad directa, había una responsabilidad política indirecta de Salinas, quien al no atajar por semanas la creencia de que podría quitarle la candidatura a Colosio para dársela a Camacho, generó inquietud e incertidumbre en el candidato y la certidumbre de varios de sus cercanos, de que su asesinato sí había sido urdido en Los Pinos. En agosto de 1994, Ciro y yo entrevistamos a Salinas y le preguntamos si tenía evidencia de que hubiera sido un asesinato político. “No –respondió–, pero hay demasiadas coincidencias para ser coincidencia”. Tiempo después escribí sobre la creencia de Salinas de que había sido la “nomenklatura” del PRI la responsable, encabezada por el expresidente Luis Echeverría. Hasta hoy en día, con las conclusiones de cinco fiscales, Mario Aburto fue el asesino solitario de Colosio, del que confesó desde su primera declaración ministerial.

Los climas matan es un axioma. El Presidente no lo ve, como tampoco lo hace en el caso de Joaquín López-Dóriga y Héctor Aguilar Camín, en parte por su atención selectiva de los temas, en parte por sus fijaciones que lo llevan a absurdos, en parte por su narrativa y en buena parte por el odio que todas las mañanas le inyecta en el oído su jefe de propaganda, Jesús Ramírez Cuevas. Nada nuevo. El Presidente es predecible en lo que dice, aunque impredecible en cómo va a actuar cada mañana.

Ayer fue uno de esos momentos. En su larga perorata conspiracionista que se llevó mil 125 palabras de la mañanera, hubo 12 palabras muy importantes y positivas. “Se tiene que hacer”, inició para entrar al fondo de lo que se ha planteado, “que todos los candidatos estén cuidados… protegidos”.

El Presidente, a diferencia de Salinas en 1993 y 1994, ha escuchado las observaciones y llamados a la acción que se le han propuesto desde la prensa en los últimos días sobre la seguridad de Gálvez y quienes aspiren a la candidatura presidencial. De esto se trataban los textos periodísticos –sin hablar por mis compañeros y amigos, no me cabe duda esa fue su intención–, de llamarle la atención para que actuara, sin dejar todo a la deriva. Es muy importante que el aparato del Estado mexicano brinde seguridad a Gálvez, pero también a su delfín, Claudia Sheinbaum, y a todos quienes estén formalmente registrados para aspirar a una candidatura presidencial.

México está envuelto en una polarización y una violencia sin precedentes, que hacen una mezcla donde todo puede pasar. Nadie ha señalado al Presidente por adelantado como el autor intelectual de un asesinato, pero algunos pensamos que si eso se diera, como pasó con Salinas, él se llevaría la responsabilidad política. Por lo que toca a su gobierno y legado, esto es lo que no puede permitir. Hay criminales empoderados y ultras en los dos bandos en los que se ha dividido el país. Sobre estos no tiene control. Disponer de recursos para brindarle la seguridad a quienes compitan por la Presidencia es una obligación política que tiene que dar el gobierno para reducir los riegos de un trágico evento de esa naturaleza. No lo quiere ni lo necesita él, ni el país. Que la lucha sea política, pero nada más. Ya dio López Obrador el primer paso, reconocer la seguridad. Lo inmediato es proveer a todas y todos de ella, en una situación extraordinaria porque, oficialmente, el proceso electoral aún no inicia.

Ámbito: 
Nacional