Las acciones de Lozano las explica la teoría de la herradura, que incorporó a la ciencia política el filósofo francés Jean-Pierre Faye, y que demuestra que entre más polarización y mayor radicalización política y del pensamiento exista, las posiciones antagónicas se acercan. Esta teoría ha sido utilizada para entender cómo la extrema derecha y la izquierda se tocan y se asemejan en ciertos momentos, como sucede con los populismos que tomaron fuerza tras la crisis financiera global de 2008, que agudizaron y aceleraron la condena del modelo económico neoliberal, y cuyas primeras acciones de repudio se encuentran en el movimiento globalifóbico de los 90.
El fenómeno planteado por Faye lo tenemos ahora en el proceso de sucesión presidencial mexicano, y Gálvez es quien lo está padeciendo. Se han visto claramente los intentos de López Obrador, y desde el poder, para neutralizar a la senadora panista, pero no así lo que ha estado haciendo la extrema derecha, que en un principio había apoyado política y económicamente a la senadora Lilly Téllez, que llegó a la cámara vestida de Morena y actualmente es azul. Téllez era el mejor perfil que tenían para avanzar en sus políticas, particularmente en el tema del aborto y la búsqueda para su penalización, y sirvió para tender los primeros lazos con Vox, el partido ultranacionalista y ultraconservador español, a cuyo líder, Santiago Abascal, invitó a México para reunirse con líderes panistas en 2021.
Téllez fue perdiendo fuerza y los grupos de extrema derecha, empresarios agazapados y organizaciones civiles que por años han expuesto su oposición al aborto y a la educación pública, decidieron quitarle el respaldo. Téllez decidió no entrar en la contienda por la candidatura de la oposición y se fue a unas largas vacaciones. Los financieros de la extrema derecha le habían prometido mucho, pero no le vieron las alas suficientes para encabezar su lucha por el poder. Le habían prometido abrirle las puertas en los sectores conservadores de Estados Unidos, Latinoamérica y Europa, pero se las cerraron y optaron por Eduardo Verástegui, que ha adquirido una renovada notoriedad últimamente por ser actor y productor del largometraje Sound of Freedom (Sonidos de Libertad).
El documental fue estrenado en Estados Unidos el 4 de julio pasado, día en que se conmemora la independencia en ese país –en México está programado su estreno el 31 de agosto–, luego de estar un largo tiempo enlatado por la corporación Disney. Sound of Freedom se basa en la historia de Tim Ballard, que fue agente especial y encubierto del Departamento de Seguridad Territorial estadounidense, investigando el tráfico de niños, pornografía infantil y las redes de pederastia, pero que tiene como trasfondo que esos delitos son parte de una conspiración fraguada por los demócratas liberales, y que la crisis explotó en la frontera con México en 2020, luego de que Donald Trump perdiera la Presidencia.
Como parte de la campaña del largometraje en Estados Unidos, los grupos detrás de Verástegui lo llevaron con sus pares ideológicos, empezando con el expresidente Donald Trump, que organizó una función privada en su residencia y club de golf en Bedminster, Nueva Jersey, no muy lejos de Nueva York, el pasado 19 de julio, tras cuya exhibición llamó a Verástegui “posible presidente de México”.
De ahí viajó a Washington, donde el presidente de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, organizó una exhibición en el Capitolio del largometraje el 25 de julio, y anunció una iniciativa para buscar a 85 mil niños latinoamericanos desaparecidos en Estados Unidos, que preparó junto con el diputado republicano de Nueva Jersey, Chris Smith, y Roger Severino, que trabajó en la administración Trump y es ejecutivo de la Fundación Heritage, un tanque de pensamiento ultraconservador que tiene posiciones contra el aborto y la planificación familiar, además de promover la discriminación de personas LGBTQ.
En la gira promocional con grupos conservadores y de extrema derecha en Estados Unidos, Verástegui coincidió en un evento organizado por la revista conservadora Human Events, con Roger Stone, el ideólogo de extrema derecha acostumbrado a jugar en las cañerías políticas, que incurrió en violaciones electorales para ayudar a George W. Bush a ganar la elección en Florida en 2000, y fue asesor de Trump en la última campaña presidencial, quien lo invitó a su programa de radio, muy escuchado entre el electorado radical.
La estrategia para tejer alianzas con la extrema derecha global se trasladó la semana pasada a Centroamérica, donde se reunió con el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, con quien Verástegui firmó una carta de intención para el combate y erradicación del tráfico y explotación sexual de los niños en ese país.
Verástegui, que ha sido un activista provida por años, encabeza el movimiento católico ¡Viva México!, que está sirviendo como la plataforma y cara pública de los grupos de extrema derecha nacionales, que quieren llevarlo a la contienda presidencial mexicana del próximo año como candidato independiente. Para esto, al igual que como a López Obrador, Xóchitl Gálvez les estorba, porque del resto de la oposición no ven a nadie, por ahora, con la capacidad para ser competencia de quien elija López Obrador.
El activista, al venir de la sociedad y no de la política, como Téllez, es la carta de la extrema derecha, que hoy necesita que caminen las denuncias penales contra Gálvez, para profundizar la polarización, borrar a la oposición y luchar por el poder.