La xochitlización de las mañaneras ha sido la mayor equivocación política del presidente López Obrador en lo que va de su gobierno.
El problema lo provocó hace dos meses, cuando incumplió su palabra de respetar el derecho de réplica de una senadora sin partido que se proponía competir por el gobierno capitalino y que hoy, gracias a los frecuentes ataques presidenciales, es la más fuerte y popular (no populista) precandidata de la oposición para suceder en el cargo a su poderoso agresor.
La continuas despreciativas y misóginas referencias a Xóchitl Gálvez condujeron al bochornoso fallo de que AMLO ha venido cometiendo el delito violencia política de género.
El enojo por el señalamiento es tanto que el Presidente cometió ayer la imprudencia de amenazar a un juez (“no se la voy a dejar pasar”) y plantear una pregunta insensata: “¿(En) todo lo que me dicen a mí no hay violación de género, o el género es nada más femenino…?”.
La interrogante pasma y desde luego no:
Nada de lo que se le diga constituiría violencia política de género porque solo es aplicable a quienes transgreden los derechos humanos de las mujeres (a la educación, salud, desarrollo, trabajo, participación política, vida libre de violencia, derechos sexuales y reproductivos).
Son justas y explicables normas concebidas exclusivamente para ellas.
Y como el Presidente no lo sabe, su Consejería Jurídica (ya no puede pretextar que está “de vacaciones”) debiera informarle que la Ley General en Materia de Delitos Electorales establece definiciones como estas:
Comete el delito de violencia política contra las mujeres en razón de género quien por sí o interpósita persona ejerza cualquier tipo de violencia contra una mujer, que afecte el ejercicio de sus derechos políticos y electorales o el desempeño de un cargo público; amenace o intimide a una mujer, directa o indirectamente, con el objeto de inducirla u obligarla a presentar su renuncia a una precandidatura o candidatura de elección popular; realice o distribuya propaganda político electoral que degrade o denigre a una mujer, basándose en estereotipos de género, con el objetivo de menoscabar su imagen pública o limitar sus derechos políticos y electorales…
En todas caben las ofensas a Xóchitl.
Y todo este lío por haber dicho una rotunda mentira: que la senadora “dijo que va a quitar los programas de apoyo a los adultos mayores”, cuando lo cierto era lo contrario (“estoy de acuerdo en apoyar a los que menos tienen; por supuesto que estoy de acuerdo en esas transferencias, pero me parece que es insuficiente”).
Después lo que vino fue impedirle ingresar a Palacio y destaparla para la Presidencia (hace apenas cinco semanas), calumniándola con que es una pelele de la “mafia del poder” (que encabezan puros hombres) y señalándola (sin prueba ni consecuencia legal alguna mediante denuncia formal) de haber hecho negocios turbios como funcionaria.
Lo mejor que puede hacer es acatar y no volver a mencionarla porque cada que reincide le va peor…