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USO DE RAZÓN

Treinta años de Azteca

 

Con un cálido recuerdo a Jaime Sánchez Susarrey

Privatizar Imevisión fue un paso trascendental hacia la apertura democrática del país porque arrancó la competencia por un mercado de televidentes que demandaba pluralidad.

La cadena de televisión oficial pasó al sector privado y quedó en las mejores manos, no sólo porque su oferta económica fue, con mucho, la más alta.

Para el país hubo un elemento cualitativamente superior a la oferta: Ricardo Salinas Pliego era el único de los competidores que no había hecho su dinero, o una parte de él, en negocios con el gobierno.

Con la entrada de Azteca a los hogares mexicanos terminó el monopolio de Televisa y, para competir, ésta abrió sus noticiarios a información de fuentes distintas al oficialismo, nacieron programas que mostraban realidades no gratas al gobierno y mejoró su oferta cultural.

Así es que, si bien la pluralidad de la televisión en México tuvo su origen en una decisión política, la apertura que empezó a reflejar en las pantallas al México plural e inconforme, tuvo por motor un componente económico esencial: la libre competencia.

Televisa había jugado un papel positivo en la misión de brindar entretenimiento sano, promover artistas que sin la mano de Emilio Azcárraga Milmo se habrían perdido en el anonimato.

En América Latina, donde sí había competencia, Televisa triunfó con holgura en el campo de las telenovelas, el entretenimiento y los deportes. Trajo dos campeonatos mundiales a México.

Pero en noticiarios y programación que abordara temas de realidad nacional con fondo político o social, Televisa quedaba a deber.

Eso fue lo que se abrió con la irrupción de otra cadena privada de televisión.

La revista Proceso tuvo un programa en Televisa.

Don Julio Scherer García, adversario histórico de la televisora de Azcárraga y de otro gran periodista, Jacobo Zabludovsky, se estrenó en canal 2 con una entrevista al Subcomandante Marcos.

Azteca le dio un programa político a Nexos, dirigido por Rolando Cordera.

Durante el gobierno del presidente Zedillo, Televisa y Azteca se enfrascaron en un pleito que tuvo como espadachines estelares a Ricardo Rocha por la televisora de Chapultepec 18 y a Sergio Sarmiento por la cadena del Ajusco.

El resultado fue que el gobierno, a través de sus tenebrosos brazos, como Pablo Chapa Bezanilla, citaran a las oficinas de la procuraduría a Ricardo Salinas y a Sarmiento, en días distintos, y fueron sometidos a largos interrogatorios.

Por esos azares de la libertad, Rocha se fue a trabajar a Azteca y, en la actualidad, Sarmiento participa en el programa de análisis político Tercer Grado, de Televisa.

Durante la primera elección para jefe de Gobierno del Distrito Federal, el PRI y el PRD acordaron que el debate sería únicamente entre sus candidatos, Alfredo del Mazo y Cuauhtémoc Cárdenas, y dejaron fuera al abanderado de Acción Nacional, Carlos Castillo Peraza.

Esa noche Castillo Peraza no se quedó sin tribuna. Azteca lo tuvo en un programa especial, entrevistado por Javier Alatorre, con los mismos temas del debate del cual había sido excluido.

Tres años después vinieron las elecciones presidenciales en las que podría darse la alternancia de partido en la Presidencia de la República.

En el debate quisieron, PRI y PRD, hacer lo mismo: el encuentro estaba para tal día, entre los candidatos Francisco Labastida (PRI), Cuauhtémoc Cárdenas (PRD) y Vicente Fox (PAN).

Fox venía empujando fuerte, y Labastida y Cuauhtémoc se negaron al debate cuando ya estaban sentados para hacerlo. Aislaron al panista que insistía en debatir “hoy, hoy, hoy”.

Lograron marginarlo, pero el candidato que retaba al gobierno, es decir Fox, encontró en Azteca, esa misma noche, una silla para hablar largamente en entrevista con Sergio Sarmiento.

Luego de la disputada elección de 2006, ya con Felipe Calderón en la Presidencia, el derrotado Andrés Manuel López Obrador (que nunca aceptó la legalidad de esos comicios) tuvo un programa semanal en Azteca.

Así es que, a 30 años del nacimiento de Azteca, no se nos olvide poner en la balanza el papel que jugó la determinación de Ricardo Salinas Pliego en la apertura democrática de México.

Se ha equivocado, no es monedita de oro –y me parece que disfruta enormemente no serlo–, pero su esencia libertaria ha dejado huella.

Tal vez escribo esta columna algo sesgado por el cariño y la gratitud hacia la televisora que hace poco más de 20 años me abrió la puerta para hacer, junto con Jaime Sánchez Susarrey, el programa de entrevistas En Contexto.

Cuando En Contexto cumplió una década al aire decidí dejarlo para conducir el noticiario estelar en otra cadena de televisión.

En la reunión con los jefes en Azteca para explicar los motivos de mi salida, recibí una respuesta insólita de parte de Jorge Mendoza, despojada de arrogancia y reveladora de una faceta noble:

“Aquí naciste en la tele, vete si te conviene, pero haz como los hijos cuando se marchan: ven a comer a la casa de vez en cuando. Quédate en algún programa”.

Eso, que no se ve en pantalla, también es Azteca.

Ámbito: 
Nacional