Sólo a él se le cuida y se le defiende, ahí, de la perversidad de sus adversarios, de la sevicia con que sus adversarios subrayan, agrandan, inventan las cosas negativas que hay en toda sociedad, para derrotar la causa de ese mexicano asediado, maltratado, buleado, que defiende como un león, desde su humilde trinchera de la Presidencia de México, la más noble de todas las causas que es la superioridad moral de su proyecto y de su persona histórica.
Es para no darle vuelo a esa conspiración de los enemigos del cambio, que el Presidente debe mantenerse firme, y no dar su brazo a torcer, no aceptar ni siquiera oír que pueden pasar cosas terribles en el país que gobierna.
Por ejemplo, que hay masacres, que la gente sufre por las masacres, porque sus hijos son secuestrados, desaparecidos, obligados a mutilarse y matarse entre sí, y son filmados en videos que se envían luego a los familiares y se difunden en las redes para aterrorizar a la sociedad, como sucedió hace una semana en Lagos de Moreno, Jalisco.
El dueño del discurso presidencial tiene desde siempre su víctima favorita, la enorme víctima que debe defender por el bien superior de México: Él mismo.
No tiene tiempo ni lugar en su discurso para más. No puede distraerse, no puede dejarse vencer por la astucia de sus enemigos, disfrazada cada día de reclamos políticos, periodísticos o simplemente humanitarios.
Porque en esos reclamos están agazapados, enhebrados, trufados, sus pérfidos, implacables, infatigables enemigos.
En la defensa del Presidente de sí mismo y de su causa, encarnada en él, no puede haber treguas, ni excepciones, ni matices, ni compasión, ni generosidad.
Si hace falta, si la causa lo necesita, no puede haber tampoco realidad.
No puede siquiera extender una condolencia pública a los deudos de los muchachos martirizados de Lagos de Moreno, decir que le duele lo que les pasó, que su gobierno hará lo que está a su alcance para castigar ese crimen.
El tamaño de su víctima elegida, Él mismo, no deja espacio para los demás.