Es el año de Villa. Vuelvo a él:
No consta que Villa tuviera un proyecto de revolución o de gobierno nacional.
Tenía en cambio una utopía colectivista, el sueño de un país de colonias militares donde los soldados, que habían peleado por su tierra, se dedicaran a trabajarla y a convivir en una viril armonía de temibles soldados vueltos admirables rancheros.
La encarnación de su utopía fue la hacienda de Canutillo, que le fue entregada en junio de 1920, a cambio de su pacificación, por el entonces presidente Adolfo de la Huerta.
Villa tenía una historia con Canutillo. Había extorsionado y muerto a sus dueños en 1916, para tratar de quedársela, y había tomado a sangre y fuego la hacienda de Las Nieves, parte de Canutillo, de las manos de su compadre Tomás Urbina, quien se había retirado de la guerra, afrentando a Villa, y se negaba a compartirle sus ganancias de predador. Lo mató Rodolfo Fierro con anuencia de su jefe.
Canutillo le fue entregada a Villa con una escolta de 50 dorados pagados por el gobierno para que se avecindaran ahí ochocientos villistas que entregaron sus armas y querían empezar, con sus familias, una nueva vida.
Canutillo tenía 64 mil hectáreas, mil 700 de ellas irrigadas, con ricos pastizales y dos grandes valles cruzados por el río Conchos.
Era una hacienda de haciendas. Contenía dentro de sí, en Durango, la hacienda de Las Nieves y la del Espíritu Santo; y en Chihuahua, el rancho Ojo Blanco.
Antes de la Revolución, habían llegado a pastar en Canutillo 24 mil ovejas, 4 mil chivos, 3 mil cabezas de ganado, 4 mil caballos.
Cuando Villa y sus hombres la recibieron, en 1920, los animales y la bonanza se habían ido. Canutillo había sido depredada por innumerables partidas, sobre todo villistas, y por el propio Villa y su compadre Urbina.
En sus primeros días en Canutillo, Villa reunió a sus hombres y les dijo, famosamente:
“Yo les enseñé a robar, a matar, y ahora les enseñaré a respetar y a trabajar”.
Así tomó posesión de su utopía.
(R.Mendoza: Crímenes de Villa p. 347; Katz: Villa, II, p.330 y ss).