El Presidente convirtió el Grito de este año, un ritual de unidad, una fiesta nacional, en un día de exclusión y pleito.
Decidió no invitar a los miembros de la Suprema Corte a la ceremoniade celebración de la Independencia de México. Tampoco invitó a las representaciones del Congreso.
Sólo se convocó a sí mismo. Fue el día de su Grito, su ceremonia, su bandera.
Fue una apropiación ilegítima de la fiesta nacional. Porque no es sólo el poder Ejecutivo quien representa al Estado y a la nación. Los representa la unión de los tres poderes.
Si se excluye de la ceremonia al poder Legislativo, se excluye la representación de la soberanía popular.
Si se excluye al poder Judicial, se excluye la representación de la ley.
En el Grito de Independencia solitaria del Presidente, no estuvieron la representación de la soberanía popular ni la representación de la ley. El presidente que dio el Grito estaba simbólicamente disminuido en su representación.
"No estamos de acuerdo, tenemos diferencias", dijo el Presidente para explicar su negativa a invitar a la presidenta de la Suprema Corte.
Del poder Legislativo, ni habló.
No se da cuenta de lo que dijo: excluyó al poder Judicial por cumplir con lo que le exige la nación. Por diferir de los otros poderes y equilibrarlos.
Un poder Judicial que no tenga diferencias con el poder Ejecutivo, no cumple su tarea constitutiva. Y lo mismo puede decirse de los poderes Legislativo y Ejecutivo.
Sin poderes que existen juntos para diferir, para equilibrarse. Para eso están diseñados. Querer fundirlos en la misma voluntad, querer desaparecerlos, es querer establecer la tiranía.
Todo esto es simbólico, quizá trivial, pero expresivo de que, en la cabeza, el Presidente, la nación y el Estado tienen dueño, y el dueño es él.
Salvo que no lo es.
Al día siguiente, 16 de septiembre, durante el desfile militar, el jefe del Ejecutivo le impuso a la nación otro capricho: hizo desfilar como fraternos a la Independencia de México representaciones militares de dictaduras latinoamericanas, Cuba, Venezuela, Nicaragua, y la de un país genocida, Rusia, invasora de Ucrania.
No fue el Grito de todos. No fue la hospitalidad que nos enorgullece.
Fue una celebración agraviante para millones de mexicanos.