Aquí los expertos coinciden: la fiesta del 24 dejará al país en la orilla de una crisis fiscal: urgido de ingresos y lleno de deudas.
Entre ellas, dos innegociables: el aumento de las pensiones y el aumento de los programas sociales.
A esto hay que añadir los costos de Pemex, CFE y lo que haya costado y sigan costando las obras emblemáticas, el Tren Maya, Dos Bocas, el Tren Transístmico.
Todo, con un déficit heredado de 5.4% del PIB, el cual habrá que reducir a un razonable 3% para que los mercados no decidan que México es un riesgo y su deuda soberana una basura.
Nada nuevo: al siguiente año de las elecciones presidenciales, la economía baja, las deudas suben, el peso sufre, los indicadores crujen.
Nada nuevo, pero en gran formato:
Luego de su fin de fiesta de 2024, ganador o derrotado, morenista u opositor, el gobierno estará en cueros, con la única luz en el horizonte de las inversiones del nearshoring, cuyos tiempos de maduración no tienen nada que ver con los tiempos de las crisis fiscales.
Necesitan años para volverse riqueza e ingresos del gobierno. Véanse los retrasos de la inversión Tesla en Nuevo León, que iba a estar lista en nueves meses y ahora se dice que tardará cuatro años en producir el primer auto.
Es notable el argumento de Hacienda según el cual el déficit de 5.4% de 2024 podrá reducirse fácilmente en 2025, porque se habrán terminado ya las inversiones grandes en infraestructura.
Primero, está por verse que terminen las obras en 24, como dice Macario Schettino (El Financiero, 13/9/23).
Pero, segundo, para bajar el déficit ¿el gobierno deberá dejar de invertir del todo, una vez terminadas las obras de este gobierno?
¿Deberemos hacer pausa de un año o dos en obra pública para regresar el déficit a su nivel manejable?
Hacienda es siempre cómplice, en mayor o menor medida, de lo que quiere el Presidente. Parece hoy cómplice en gran formato.
Está jugando con unas cifras de cuyo potencial ruinoso nadie duda. La duda es sólo si el costo será muy alto o directamente catastrófico.