De esa manera crea la percepción de que el triunfo de Sheinbaum es inevitable. Desmoraliza a opositores, capta a indecisos que prefieren estar del lado ganador, refuerza la idea que tienen los abstencionistas de “para qué votar” si ya se sabe quién va a ganar.
Que no le digan, que no le cuenten, porque a lo mejor le mienten.
La coalición gobernante superó a la oposición por 1.4 millones de votos en las elecciones de 2021. Y el padrón electoral es de 97 millones de votantes.
Xóchitl Gálvez tiene la misma posibilidad de ganar la Presidencia que Claudia Sheinbaum. Esa es la realidad.
El oficialismo satura con mensajes que hacen ver a su candidata como la próxima presidenta de la República, como un valor entendido. Eso no es guerra sucia, se llama estrategia.
“Un ejército victorioso gana primero y entabla la batalla después”, dijo el general Sun Tsu, 500 años antes de Cristo, en El arte de la guerra.
Es lo que hace el oficialismo: busca ganar la elección antes de que inicien las campañas.
Por eso vemos, oímos y leemos en medios tradicionales y en redes que “Xóchitl ya no creció”, “la van a cambiar”, “ya se sabe quién entrará al relevo como candidato”, “la dejaron sola”, “se desinfló”.
Eso es propaganda, nada más. Hay quienes lo creen, y se disemina una percepción hasta convertirla en realidad. Para eso es la propaganda, el rumor, el manejo de medios de comunicación.
La presencia de Morena en medios tradicionales en estas semanas es aplastante. O pretende serlo. Hasta los precandidatos locales, si son de Morena, son entrevistados en medios nacionales de comunicación.
Vemos a la candidata de la coalición oficialista arropada por el aparato del gobierno, del sector privado, de medios de comunicación, gobernadores.
Eso no es nuevo ni debería impresionar a nadie. Me recuerda tanto al arranque de la campaña de Francisco Labastida en 1999-2000.
Iba con más de 20 puntos (¿o 30?) arriba del candidato del PAN. Fue arropado por el gobierno, su campaña recibió más de mil millones de pesos desviados de Pemex, todos los medios estuvieron de su lado, las iglesias, las cúpulas empresariales, centrales obreras.
Un par de meses antes de la elección se notó un descenso del candidato del PRI en las encuestas, y su coordinador de campaña dijo que era una estrategia para que el equipo no se confiara.
¿Y? ¿Qué pasó? Los ciudadanos dijeron otra cosa.
No se dejaron impresionar por la propaganda que daba por hecho el triunfo arrollador del abanderado del gobierno. Y eso que Labastida era un buen candidato.
“Los partidos dejaron sola a Xóchitl”, dice la propaganda y la rumorología oficialista. No es verdad. Cuando aparecían Marko Cortes y Alito Moreno en los templetes o giras de la precandidata opositora, la consigna era: qué hacen ahí, son impresentables, bájenlos, ella es buena persona pero esa compañía revela que es igual a todos los demás.
Ahora que no van Alito ni Marko, la versión es que “la dejaron sola, no tiene el respaldo, se va a hundir”.
Es El arte de la guerra aplicado a la política.
Si el oficialismo carga con tal denuedo su esfuerzo por frenar a Xóchitl, es porque enfrenta a una candidata formidable a la que es preciso bajar antes de que inicie la campaña, pues de lo contrario va a ganar.
En campaña, una a una, la hidalguense lleva las de ganar porque tiene una historia que contar, con la cual conmover a la ciudadanía.
Dicen que los votantes se mueven por emociones. De acuerdo: ahí está la historia de Xóchitl. ¿Cuál es la historia de la candidata del gobierno?
Y además tiene argumentos. Si encima padece el ataque y el hostigamiento del Estado, más crecerá su imagen de luchadora contra toda adversidad. Es una candidataza.
No será un día de campo para el gobierno y su partido.
Por eso el oficialismo dedica tiempo y esfuerzo a entusiasmar al gobernador de Nuevo León para que lance su candidatura presidencial por Movimiento Ciudadano, que es un partido de oposición.
Otra vez el general Tsu: “Si utilizas al enemigo para derrotar al enemigo, serás poderoso en cualquier lugar a donde vayas”.