En vísperas del asalto sorpresa de Hamás contra Israel del día 7, el consejero de Seguridad Nacional estadounidense, Jake Sullivan, se ufanaba de que “Oriente Próximo no ha estado tan tranquilo en dos décadas”. Apenas dos semanas después de esa frase, Estados Unidos está volcado en una región que amenaza con estallar en llamas. Sus aspiraciones de retirar gradualmente el foco de su política exterior sobre la zona para ponerlo en Asia y la guerra en Ucrania han quedado aparcadas. Mientras Israel se prepara para lo que se teme una sangrienta invasión de Gaza y se deteriora la situación en la Franja, Washington, que ha cerrado filas con el Gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu, concentra sus esfuerzos en contener la respuesta israelí y evitar que el conflicto se extienda.
El presidente estadounidense, Joe Biden, que desde el primer momento ha expresado su apoyo a Israel, se declaraba contrario el domingo a una ocupación de Gaza por parte de ese Estado. “Creo que sería un gran error”, declaró en una entrevista emitida en el programa 60 Minutes de la cadena CBS, en su intento más claro de contener a Israel desde el comienzo de la crisis. El inquilino de la Casa Blanca opinó a favor de la necesidad de derrotar a Hamás, pero matizó que debe lograrse con “una vía hacia un Estado palestino”. Según el digital Axios y otros medios estadounidenses, que citan a altos cargos de la Administración, Biden se plantea desplazarse a Israel tras haber recibido una invitación del primer ministro en este sentido. Hasta el momento, la Casa Blanca se limita a indicar que “no hay nuevos viajes que anunciar”.
La postura de EE UU, el principal aliado de Israel, ha evolucionado en cierta manera a lo largo de la semana. El respaldo a su socio se mantiene inquebrantable: no ha formulado la más mínima crítica, al menos en público, al ultimátum imposible para que 1,1 millones de palestinos en el norte de Gaza se desplacen al sur. Pero, a medida que empeoran las condiciones en la Franja y aumentan las voces de denuncia, ha ido poniendo el énfasis en que “la población palestina no es Hamás”, que la respuesta a la milicia radical no debe conllevar el sufrimiento de la población civil y en facilitar asistencia humanitaria a la Franja. Fuentes estadounidenses sostienen que, entre bambalinas, ha aumentado la presión sobre Israel. El consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, afirmaba en la CNN que sus homólogos en Israel le han notificado el restablecimiento del suministro de agua al sur de Gaza, cortado —como el de la electricidad— en respuesta al ataque de Hamás.
El secretario de Estado, Antony Blinken, de gira por los principales aliados de la región, ha alargado su viaje y regresará este lunes a Israel, donde ya se detuvo el jueves, para realizar “consultas adicionales”, según anunció su portavoz. En Washington, Biden, que desde el primer momento se alineó con Israel, indicaba: “No debemos perder de vista que la mayoría abrumadora de los palestinos no tienen nada que ver con los despreciables ataques de Hamás, y están sufriendo como resultado de ellos”. El sábado, Biden había conversado por teléfono con Netanyahu —por quinta vez en ocho días— y por primera vez en esta crisis con el presidente palestino, Mahmud Abbas.
Los contactos se suceden a velocidad vertiginosa. Mientras Blinken completaba su gira por Israel, Jordania, Qatar, Baréin, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Egipto, también hablaba por teléfono con su homólogo chino, Wang Yi, al que pedía que Pekín utilizara su influencia para evitar intervenciones de terceros países y quien a su vez le advertía de que la situación puede quedar fuera de control. El secretario de Defensa, Lloyd Austin, que también efectuó una visita relámpago a Israel, dialoga a diario con su homólogo, Yoav Gallant.
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Los acontecimientos de la semana pasada han supuesto un terremoto para la política exterior estadounidense, cuando el país está a punto de entrar en campaña electoral. “Una Administración que al llegar no priorizó Oriente Próximo, y que opinaba que Estados Unidos debería reducir su presencia (en la región), se encuentra con una crisis que la obliga a enfrentarse a esos asuntos”, apuntaba Brian Katulis, del Instituto para Oriente Medio en Washington, en una charla informativa.
A lo largo de los últimos dos años y medio, la Administración de Biden había dado prioridad a su rivalidad con China y a la guerra en Ucrania. En Oriente Próximo, intentaba llegar a acuerdos que resolvieran, o estabilizaran, los conflictos regionales: por un lado, mediaba para que Arabia Saudí e Israel normalizaran sus relaciones. Por otro, trataba de limar asperezas con Irán, la gran némesis de EE UU y sus aliados en la región. El mes pasado cerraba con ese régimen un acuerdo para el intercambio de prisioneros.
Ahora, su prioridad es evitar una escalada que pudiera dejar la región en llamas. Por un lado, busca disuadir a “otras entidades en la zona” (léase Irán y su protegida, la milicia libanesa Hezbolá) de tratar de intervenir para sacar provecho de la situación. El envío del portaaviones Eisenhower, y a comienzos de esta semana del Gerald Ford, es un firme gesto de advertencia. La gira de Blinken también iba encaminada en este sentido: uno de sus objetivos era que aliados como Qatar, con buenas relaciones con Teherán —el ministro de Exteriores iraní llegó a Doha el sábado—, dejaran claro al régimen islámico que no debe dar ningún paso que pueda agravar la crisis.
Por otro lado, y pese a que desde el primer momento se ha alineado con el Gobierno de Netanyahu, Washington trata de asegurarse de que la previsiblemente virulenta campaña israelí se contiene con medidas de protección hacia los civiles. En Qatar, un Blinken visiblemente ojeroso sostenía que el objetivo es “establecer zonas seguras” en Gaza y garantizar que los civiles pueden recibir ayuda humanitaria.
Aparcada la normalización con Arabia Saudí
La nueva realidad sobre el terreno se ha cobrado ya lo que debía haber sido la joya de la corona en la política estadounidense hacia la región. Coincidiendo con la visita de Blinken, fuentes próximas al Gobierno saudí indicaban el sábado a la agencia France Presse que Riad “ha decidido suspender las conversaciones sobre una posible normalización con Israel, y ha informado [de ello] a los responsables estadounidenses”. Washington esperaba que esa normalización entre el guardián de los santos lugares musulmanes e Israel contribuyera a estabilizar la región y crease una pinza sobre Irán.
Pero ese acuerdo, por el que el reino árabe hubiera seguido el camino de Marruecos, Emiratos Árabes Unidos y Baréin, condenaba definitivamente a la papelera la solución de los dos Estados —uno israelí y uno palestino— para el conflicto de siete décadas en Oriente Próximo, al eliminar el último incentivo que aún quedaba para que el Gobierno de Netanyahu entablara conversaciones con los palestinos. Una de las conjeturas de los expertos es que Hamás lanzó su ataque precisamente para desbaratar las negociaciones entre Riad y el Estado fundado en 1948.
“Una consecuencia de la crisis es el recordatorio de que no se puede hacer caso omiso de las cuestiones por resolver en torno al pueblo palestino. Necesitan plantearse y darse prioridad con una mayor participación de Estados Unidos en la región”, apuntaba Katulis.
Aunque esa pausa en las negociaciones puede ser solo temporal. Jon Alterman, director del Instituto para Oriente Medio del laboratorio de ideas CSIS, señalaba en una conversación con periodistas el viernes: “Los gobiernos árabes comparten absolutamente la evaluación de Israel sobre Hamás, lo ven como un grupo armado con una visión política del islam que emana de los Hermanos Musulmanes. También lo ven como una marioneta de Irán, su otra gran némesis. Desde el punto de vista de los gobiernos, tienen un gran interés en ayudar a crear una situación en Gaza donde se destituya a Hamás del poder”. Y añadía: “El instinto de los gobiernos es que si pueden ayudar a sacar a Hamás del poder, les encantaría”.
Ello puede dar pie a nuevas rondas de negociaciones en el futuro, que incluyan algún tipo de solución para los palestinos, según Alterman. “Llegará el momento de la diplomacia, y lo que el secretario Blinken está haciendo ahora mismo en Oriente Próximo es plantar las semillas para esa diplomacia”, sostiene este experto.
Acusado un hombre del asesinato de un niño de seis años por ser musulmán
M. V. L
Un hombre en el Estado de Illinois ha quedado acusado de un crimen de odio por matar a cuchilladas a un niño de seis años y dejar malherida a la madre del pequeño. El sospechoso, identificado como Joseph Czuba, de 71 años, atacó a las víctimas por su religión musulmana y como represalia por el ataque de Hamás contra Israel del día 7, según denuncian funcionarios locales y activistas de derechos humanos. Utilizó un arma blanca de estilo militar, con una hoja serrada de 18 centímetros de largo.
El menor recibió 26 cuchilladas y, aunque llegó con vida al hospital, falleció poco después. Su madre, de 32 años, sufrió también múltiples heridas, aunque se espera que pueda recuperarse del ataque ocurrido el sábado en la localidad de Plainfield, a unos 64 kilómetros al suroeste de Chicago. "Los detectives pudieron determinar que ambas víctimas de este brutal ataque fueron acuchilladas por el sospechoso debido a que eran musulmanas y al conflicto actual en Oriente Próximo que implica a Hamás e Israel", ha indicado la oficina del sheriff del condado de Will, donde se encuentra Plainfield.