“La muerte está en todas partes en Gaza. Vives en el norte, sobrevives a los bombardeos y te marchas al sur, obedeciendo las órdenes israelíes y pensando que estarás más seguro, pero te matan igual. Eso es lo que está pasando, se llama genocidio”. Samir Zaqut, subdirector de la organización humanitaria gazatí Al Mezan, habla atropelladamente desde la casa de un familiar en la región de Rafah —limítrofe con el punto fronteri...
zo que está previsto que se abra este viernes para el paso de ayuda humanitaria—, donde literalmente se hacina junto a otras 25 personas. Minutos antes de recibir la llamada de este diario, se ha enterado de que al menos seis civiles murieron en el ataque de una escuela de la ONU en el campo de refugiados de Al Maghazi, en el centro de la Franja, donde se habían refugiado desplazados del norte, y no contiene su rabia. “Vinieron aquí para salvar sus vidas y mira. Nadie se salva”, resume.
Según la ONU, un millón de personas, es decir, casi la mitad de la población de Gaza, se ha desplazado desde el 7 de octubre y 400.000 de ellas han buscado cobijo en estructuras de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA). En la región de Rafah, en el extremo sur de la Franja, limítrofe con Egipto, donde antes de que comenzara esta nueva ofensiva contra Gaza vivían unas 260.000 personas, según cifras oficiales palestinas, las casas familiares y las escuelas se han quedado pequeñas para tanta gente.
“Ya no sé ni cuándo llegué aquí. Creo que hace tres días. Como no salimos de casa, no tenemos electricidad y vivimos contando los bombardeos, hemos perdido hasta la noción del tiempo”, dice Zaqut. El miedo, la falta de sueño y de alimentos y las escenas de muerte y destrucción que han presenciado en estos días comienzan a hacer mella en parte de la población.
Los testimonios desde Rafah recogidos por este diario describen unas condiciones de vida durísimas, que empeorarán si no se permite la entrada de la ayuda humanitaria que aguarda al otro lado de la frontera. Este miércoles, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, anunció en una visita a Tel Aviv un acuerdo para la entrada a Gaza de comida y medicamentos desde Egipto, por el paso fronterizo desde Rafah. Unos 20 camiones podrán cruzar previsiblemente este viernes, cuando se reparen los daños de bombardeos israelíes en la vía de acceso.
Muchas personas salieron apenas con lo puesto de sus casas del norte de Gaza y están durmiendo en el suelo, en las escaleras de una escuela de la ONU o en cualquier rincón. No tienen casi agua, racionan la comida dando prioridad a los niños, malviven sin electricidad y sin gas para cocinar y cada vez están más aislados debido a las pésimas conexiones a internet.
“Los hospitales tampoco pueden seguir trabajando, porque no hay combustible, electricidad, ni agua. Aun así, están abarrotados y los médicos no han descansado desde hace una semana. Un número importante de médicos también ha muerto en los bombardeos. Esto es horrible. La vida aquí se cuenta por horas, no por días. Y no tenemos un minuto de tregua”, afirma Zaqut.
La noticia del bombardeo del hospital Al Alhi al Arabi, el martes en la ciudad de Gaza, donde hubo 471 muertos, según cálculos de las autoridades palestinas, ha multiplicado el miedo, la impotencia y la rabia en la zona de Rafah.
Para Zaqut, “está muy claro que ahora la comunidad internacional forma parte de esta agresión. Ya no es solo Israel, es Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Alemania… Todos ellos son parte de esto también. Están destrozando la ley humanitaria internacional. No puedo entender cómo una persona libre, que ve lo que está pasando, no hace nada frente al exterminio que se está produciendo en Gaza”. Sostiene, además, que hay países que intentan criminalizar “a quien defiende a los palestinos”.
En torno a Rafah también se han concentrado gazatíes que esperan a que se abra el paso del mismo nombre y puedan ser evacuados a Egipto gracias a su pasaporte extranjero. En la Franja, donde hace 20 o 25 años se vivía con una mayor libertad para entrar y salir, hubo personas que estudiaron y trabajaron fuera durante largos periodos, formaron una familia y adquirieron la nacionalidad de aquellos países. Pero, hasta ahora, el paso de Rafah, que ha sido parcialmente bombardeado en estos días por Israel, ha estado cerrado del lado egipcio y nadie entra ni sale.
“Cuando lo abran, será para que se vayan los extranjeros, primero los estadounidenses. Pero nuestras vidas no le importan a nadie”, considera un miembro de la familia Harb, que prefiere no dar su nombre. En este momento son más de 30 en un pequeño apartamento de Rafah, donde les acogió un pariente. Comen una vez al día y beben lo indispensable. “No sabemos cuánto va a durar esto, así que racionamos. Pero lo peor es que no podemos recargar los teléfonos porque no tenemos un generador funcionando ni nos quedan baterías. Así que salimos a la calle a cargar el móvil en la batería de un coche que tenemos aparcado abajo. No podemos quedarnos incomunicados”, explican.
Entre las personas que aspiran a salir de Gaza hay también alrededor de un centenar de palestinos con pasaporte español que ya el pasado sábado fueron al paso fronterizo con la esperanza de poder ser evacuados. Tras esperar seis horas al aire libre, tuvieron que dar marcha atrás porque la puerta de salida nunca se abrió. “Sur o norte… no hay diferencia. Los bombardeos israelíes tienen la misma fuerza. Se nos está acabando todo: la comida y el agua, pero también la paciencia”, lanza, desperado, Salah Awad El Sousi, portavoz de este grupo de gazatíes que pensaba estar en Madrid a principios de esta semana.
Otros, como Zaqut o la familia Harb, ni siquiera contemplan la posibilidad de marcharse de Gaza. Creen que salir de la Franja podría significar no poder volver nunca, como ocurrió con sus abuelos, que llegaron al enclave en 1948 tras dejar sus casas en otras zonas a la fuerza después de la creación del Estado de Israel.
“La gente no se quiere ir. Es más, hay personas al otro lado de la frontera con Egipto a los que esta violencia les sorprendió fuera de Gaza por razones familiares o sanitarias y que quieren volver a reunirse con sus familias. Y, además, hay gente que decidió refugiarse en el sur, pero ha regresado a sus casas en el norte o se plantea hacerlo porque ven que en toda la Franja no hay lugar seguro”, estima Zaqut.
El centro de derechos humanos Al Mezan, del que Zaqut es subdirector, brinda asistencia legal e información sobre las consecuencias del bloqueo israelí en Gaza. Sigue alimentando sus redes sociales y su página en internet gracias a colaboradores que están fuera de los territorios palestinos. “Nuestros trabajadores en Gaza no tienen ni posibilidad de cargar sus teléfonos móviles. Por eso tenemos compañeros fuera, algunos de ellos en Europa, que mantienen viva la llama de Al Mezan y el contacto con otras organizaciones internacionales con las que trabajamos”, explica. “Mientras, nosotros estamos luchando día a día por lo más básico: sobrevivir. Para ello necesitamos combustible y medicinas porque si no, esto va a ser un desastre”, insiste.
Zaqut teme que haya aún “cientos de personas bajo los escombros en toda Gaza” y cree que los balances de víctimas que suministra el Ministerio de Salud, que sitúa los fallecidos por encima de 3.000, “son muy inferiores a la situación real”. “Pero no tenemos en este momento capacidad para rescatar a estas personas, vivas o muertas, e incluirlas en nuestras estadísticas”, insiste. “Israel nos presenta como animales, como salvajes que matan a niños, los usan como escudos humanos, les cortan la cabeza… Y matar a animales, ¿a quién le importa?”, lanza.