Las encuestas políticas se multiplican como negocios, al tiempo que se diluyen como fuentes de datos creíbles.
Quizá su salto peor es haberse vuelto instrumentos de campañas anticipadas, vertientes del conocido método del “arroz cocido”: encuestas pagadas que dan ganadores seguros para elecciones que ni cerca están.
Un viejo lobo del medio resume las cosas con un dicho: “Todas las encuestas están pagadas: al 120, o al 100, o al 80, o al 50, o al 30, o al 15%”. Se salvan dos o tres, dice, pero a esas dos o tres “les tengo afecto, no puedo hablar”.
Palabras más o menos, este es el credo común de medios y opinantes: las encuestas no son creíbles, cada quien usa, literalmente, la que le conviene.
Conclusión: la opinión pública ha perdido un referente clave.
Con rigor y claridad que lo honran, uno de los mejores encuestadores de México, Alejandro Moreno, hizo una revisión fina de este hecho en su columna “La evolución de las encuestas” (El Financiero, 20/10/2023).
Moreno lista los cambios técnicos, informativos, políticos y comerciales que han creado esta plaga de encuestas, su disparidad loca de datos, y su uso como cocinas de arroz cocido.
El cambio técnico mayor es el paso de la encuesta directa, en vivienda o teléfono, a la encuesta digital.
El cambio periodístico clave es que las encuestas se volvieron noticias obligadas.
El cambio político final es que las encuestas definen candidaturas. Tanto así, que el partido en el poder tiene en sus estatutos que decide sus candidaturas por encuesta.
La mercantilización de las encuestas no es sino consecuencia de lo anterior. Comprar encuestas paga políticamente. Y la política paga con creces lo que se pagó por las encuestas.
Resumo con brusquedad lo que Alejandro Moreno analiza con finura. Pero creo que lamentamos lo mismo: la pérdida de un campo clave de la observación en la democracia.
Cito a Moreno :
“La evolución de las encuestas se concebía a la par del desarrollo democrático. Significaba una función informativa con calidad, rigor, transparencia y rendición de cuentas.
“Por el contrario, la involución de las encuestas refleja mayor control político, calidad cuestionable, opacidad y un potencial descrédito a la labor demoscópica”.