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ESTRICTAMENTE PERSONAL

Acapulco: realidad vs. narrativa

El presidente Andrés Manuel López Obrador no fue a Acapulco para supervisar personalmente los trabajos de limpieza y restablecimiento de la normalidad tras la devastación del huracán Otis, pero se fue a supervisar el Tren Maya. Recomendó al equipo de beisbol de los Padres de San Diego un nuevo mánager, mientras la policía impedía que una marcha de protesta de acapulqueños por el abandono federal llegara al Zócalo. Hizo que la coordinadora de Protección Civil dijera que se había equivocado al declarar la emergencia en 47 municipios de Guerrero, y limitarla a dos de los que resultaron afectados por el peor ciclón en la historia del estado. El número de víctimas fatales y desaparecidos se mantiene deliberadamente a la baja, y reclama a los medios que no digan que no nos fue tan mal con el monstruoso huracán.

¿Por qué si Otis fue un desastre natural insiste el Presidente en alejarse de la realidad? Porque quedaría al desnudo la pésima respuesta que le dio al huracán, al que no sólo minimizó su impacto, sino que mintió a la nación de manera inexplicable, unas horas después de la devastación. Fue duro, dijo el Presidente sobre Otis, pero no tenemos información. En realidad, poco antes de la mañanera, en el gabinete de seguridad, los secretarios de la Defensa, general Luis Cresencio Sandoval, y de la Marina, almirante Rafael Ojeda, le dieron el parte de lo que había causado.

Miguel Ángel Godínez, hijo del exjefe del Estado Mayor Presidencial en el gobierno de José López Portillo, que refleja regularmente en su colaboración semanal en Excélsior el sentir de las Fuerzas Armadas sobre los asuntos públicos de la nación, escribió el viernes: “No fue verdad lo que dijo el Presidente que carecía de información sobre la magnitud del desastre. La 27A Zona Militar, que comprende las regiones de Acapulco, Costa Chica y Costa Grande y que cubre 25 municipios de Guerrero, así como la IX Región Militar, la Sexta Zona Naval y la Décima Segunda Región Naval, dieron parte de novedades por teléfono satelital, señalando a detalle los daños causados por el huracán”.

López Obrador sí entendió que no podría ocultar toda la realidad. De ahí vino su decisión apresurada de irse por carretera a Acapulco ese mismo día, contra las opiniones de su entorno. Insistió en que de esa forma centraría en él la atención de los medios y dejarían a un lado la crónica del desastre. A nadie convenció. Le sugirieron que si era un asunto mediático, que viajara en el helicóptero que ofreció el general Sandoval y que se bajara poco antes de llegar a Acapulco para entrar por tierra. Tampoco hizo caso y se quedó atrapado en el lodo de Chilpancingo.

La cobertura de los medios lo enfureció, como lo documentaron muchos periodistas. Lo que había sucedido es que Otis le arrebató el control de la narrativa y quedó rebasado por la realidad. Su vocero, Jesús Ramírez Cuevas, le reportó constantemente las críticas por su gestión y la falta de empatía, pero él seguía insistiendo en que desde la mañanera controlaría la conversación. La molestia escaló cuando apareció la línea de tiempo del Centro Nacional de Huracanes de Miami, donde quedó evidenciado que en Palacio Nacional hicieron caso omiso a las alertas de un fenómeno “extremadamente peligroso” ocho horas antes de impactar Acapulco.

El enojo fue tan grande que Ramírez Cuevas comenzó a preparar una estrategia contra Carlos Loret y quien esto escribe –los primeros en enfocarse en la línea de tiempo para argumentar la inacción del gobierno– para intentar presionar por su exclusión de los medios –lo que no se ha hecho– y escarbar en todo aquello que pudiera cuestionar su trayectoria profesional, en un nuevo intento de daño reputacional. La cronología de las alertas del Centro Nacional de Huracanes fue retomada de manera general por los medios posteriormente, mientras los medios eran fustigados constantemente por el Presidente.

López Obrador operó políticamente la tragedia causada por Otis, en lugar de tratarla simplemente como lo que fue, un monstruoso huracán ante el cual poco se podía hacer. El problema es que no hizo nada. Como escribió Godínez, el general Sandoval y el almirante Ojeda activaron de inmediato los protocolos del Plan DN-III-E y el Plan Marina para proporcionar ayuda y auxilio a la población, en espera sólo de la orden del Presidente, como comandante supremo, que no sucedió hasta un día después.

El Presidente pudo minimizar la deficiente gestión por la magnitud de Otis y retomar el liderazgo y la iniciativa, pero en lugar de ello ha intentado un mayor control de información. Pidió monitorear las declaraciones de todos los empresarios involucrados en el sector turístico, así como lo que pudieran decir a los medios los familiares de víctimas o desaparecidos, para desactivarlas y que no contrastara con la narrativa que impulsa en la mañanera, una épica de la reconstrucción de Acapulco, al tiempo de banalidades, en el contexto, como el costo del boleto del Tren Maya o fustigar a sus enemigos de siempre.

López Obrador no se sale del libreto: la guerra cultural contra el pasado, y la epopeya de su gobierno, con su mira en un lugar en el nicho de los grandes héroes nacionales. Hoy está luchando contra la realidad, cometiendo el mismo error de su antecesor, Enrique Peña Nieto, cuando desestimó la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Peña Nieto y su gobierno se equivocaron al pensar que todo se podría acotar a Guerrero. López Obrador piensa que con labia y distractores le dará la vuelta a Otis y lo encerrará en Acapulco y el vecino Coyuca de Benítez.

López Obrador, que presume de conocimiento histórico, no utiliza la historia como aprendizaje. Peña Nieto pagó sus omisiones y falta de sensibilidad con la acusación de “crimen de Estado” en Ayotzinapa, un espejo que el Presidente debería ver. Es cierto que la capacidad retórica de López Obrador es única, pero la devastación causada por Otis está a la altura de cualquier desafío. La lucha es realidad contra narrativa y, hasta ahora, el Presidente va perdiendo.

Ámbito: 
Nacional