La más reciente edición de The Economist pone en su portada esta frase y la acompaña de una ilustración en la cual se aprecia a una persona paseando a su perro, caminando sobre el vacío.
Con esta imagen lo que el influyente semanario británico quiere transmitir es que pareciera que las leyes económicas y de la gravedad se han visto interrumpidas.
¿Será que en realidad ya no funcionan o se trata de una ilusión?
El alza de las tasas de interés en los últimos meses y años, debería haber conducido a un freno en la actividad económica y, sin embargo, pareciera que esto no se ha producido.
En el tercer trimestre de este año, el crecimiento de la economía en Estados Unidos medido a través del Producto Interno Bruto (PIB) fue de 4.9 por ciento, en los términos que usualmente lo contabilizan los estadounidenses.
Por otro lado, pareciera que con las altas tasas de interés que la autoridad monetaria ha definido en Estados Unidos se esperaba una recesión que no ha llegado.
Es más, el hecho de que el bono del Tesoro a 10 años haya llegado hace unos cuantos días a un nivel de 4.9 por ciento anual, implica que se está considerando la posibilidad de que el periodo de altas tasas de interés pueda ser muy prolongado, ya no de algunos meses, sino incluso de algunos años. Es el nivel más elevado desde el 2007.
Si este fuera el caso, será muy complicado mantener un escenario de expansión económica.
Aun quienes en el pasado se endeudaron en la etapa de bajas tasas de interés, en los tiempos del dinero barato, seguramente deberán refinanciar deudas próximamente.
De estos procesos de refinanciamiento, sea que los realicen los gobiernos, o bien las empresas o las familias, derivarán costos financieros elevados, los cuales restringirán el gasto.
Tal vez el caso más visible sea el de los gobiernos.
Como resultado de las políticas fiscales expansivas aplicadas durante la pandemia, el saldo de la deuda pública, como proporción del PIB, en promedio está en más de 100 por ciento en los países desarrollados.
The Economist señala que hay indicios de que es el nivel más elevado desde las guerras napoleónicas a principios del siglo XIX.
Al elevarse el costo de la deuda, lo más probable es que haya que restringir el gasto público para hacerle frente a esta circunstancia.
Incluso, en México, donde la deuda pública como proporción del Producto Interno Bruto está por abajo del 50 por ciento, se aprecia en las previsiones de la Secretaría de Hacienda para el 2024, un crecimiento significativo del costo financiero de la deuda pública, del orden de 17 por ciento en términos nominales o de poco más de 12 por ciento en términos reales.
El problema no se limita a la deuda de los gobiernos.
Por varios años tuvimos señales económicas que favorecían el apalancamiento de empresas o de familias.
No se percibía que hubiera altas tasas de interés en plazos visibles.
Pero lo que ocurrió es que la inflación se desató, las tasas crecieron y ahora, en lugar de provocar un freno en la actividad económica, ésta ha seguido avanzando.
El hecho de que se nos pueda alargar por mucho tiempo una tasa de interés elevada, crea una situación inédita, cuyo desenlace es incierto.
Ese es el gran temor. No sabemos lo que pueda pasar si el dinero caro se convierte en una condición que prevalece por varios años.
Este es el gran misterio que envuelve el riesgo de que se produzca una crisis el siguiente año.
Ojalá que no.