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SERPIENTES Y ESCALERAS

Marcelo y el síndrome de Estocolmo

En el 2012, cuando las tres encuestas que mandó a hacer el PRD para elegir a su candidato presidencial hablaban de un empate técnico entre Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard, pero con ventaja en dos de los sondeos para el entonces Jefe de Gobierno de la CDMX, el grupo de Los Chuchos, que tenía entonces el control del partido, le dijo a Marcelo que reivindicara su ventaja y que ellos lo apoyaban para que fuera el candidato, haciendo a un lado al tabasqueño; pero Ebrard dudó en enfrentarse a AMLO y al final decidió hacerse a un lado y cederle la nominación para las elecciones de aquel año.

Y volvió a negarse a enfrentarlo incluso cuando el presidente Felipe Calderón le ofreció a Marcelo que se lanzara como candidato del PRD y que el PAN haría una alianza con el sol azteca para postularlo como candidato común en las elecciones presidenciales. Los Chuchos habían hablado con Calderón y éste les ofreció que el panismo postularía a Ebrard en alianza con tal de que él no tuviera que regresarle la Presidencia de la República al PRI, algo que para el entonces presidente era una afrenta que lo atormentaba al grado de que visitaba la tumba de su padre en Morelia para llorar,  angustiado, porque no quería ser el presidente panista que devolviera al priismo a Los Pinos.

Pero además Calderón, al ofrecerle una alianza en favor de Marcelo, también mataba dos pajaros de un tiro: primero evitaba la vergüenza de tener que regresarle la banda presidencial al priista Enrique Peña Nieto, que era el favorito en las encuestas, y segundo también eliminaba de la jugada presidencial a López Obrador, quien después de sus plantones y acusaciones de fraude en 2006, ya se había convertido en un opositor muy incómodo para la presidencia calderonista. Cuando Felipe buscó la alianza con el PRD para postular a Ebrard era candidata panista Josefina Vázquez Mota, pero su campaña ya había dado señales de que no levantaría.

Es decir, que una y otra vez, a lo largo de las dos últimas décadas, Marcelo Ebrard evitó enfrentarse y romper con Andrés Manuel López Obrador, a quien conoció desde la época de 1991 cuando, en su “éxodo por la democracia” desde Tabasco, llegó al Zócalo a protestar por los resultados electorales de aquel año en su estado. Es bien sabido que como regente capitalino Manuel Camacho Solís toleró y cobijó la protesta de López Obrador en el Zócalo, al grado que el tabasqueño recibió financiamiento desde el gobierno del DF y era precisamente Ebrard el encargado de tratar con Andrés Manuel y llevarle los apoyos con los que extendió su plantón en la plancha de concreto por casi dos meses.

Pareciera que la “lealtad y congruencia” que argumenta el excanciller para no romper con AMLO es más bien una suerte de Síndrome de Estocolmo, en donde el secuestrado desarrolla un afecto y cariño por su secuestrador, aun cuando le esté coartando su libertad y lo mantenga cautivo bajo sus órdenes y control. Y en ese sentido, Marcelo peca de ingenuidad al creer que, así como él interpretó en 2012 que tras cederle el paso al tabasqueño, éste reconocería su gesto y lo haría candidato en el futuro, ahora se está creyendo que Claudia Sheinbaum y sus amigos “Los Puros” le van a cumplir con sus demandas de reconocimiento a su corriente política dentro de Morena y con espacios y candidaturas para sus seguidores que son diputados y senadores.

Más tardó Ebrard en presentarse ante los medios para compartir su decisión de quedarse en Morena, a partir de su negociación con Claudia Sheinbaum, que la virtual candidata presidencial saliera a desmentirlo y a decir que “en Morena no hay corrientes internas porque las prohíben los estatutos” y a desmentir a Marcelo en sus afirmaciones de que acordó con ella el reconocimiento a su grupo como “la segunda fuerza” dentro del morenismo. Y no sólo fue Sheinbaum la que le corrigió la plana al excanciller; toda una batería de personajes, analistas e ideólogos de la 4T salieron a coro para descalificarlo y decirle que se equivoca si cree que se le reconocerá como disidencia interna.

“¡Así no, Marcelo! Sorprende que un político con tanta experiencia actúe con tanta altanería. Pretendió Ebrard, en su regreso al partido, al que endilgó epítetos feroces, abrirse paso a patadas, en lugar de restaurar heridas, de ganarse la confianza de dirigentes y militantes a los que ofendió públicamente”, decía ayer en sus redes sociales el productor Epigmenio Ibarra, uno de los ideólogos de la 4T y panegirista de Claudia Sheinbaum y del régimen.

Así que, en su incapacidad para enfrentarse a quien ha sido su captor político, Marcelo Ebrard apostó de nuevo por la congruencia y la lealtad que ya en otras ocasiones le ha demostrado a López Obrador. Y lo hizo sentándose a dialogar y negociar con una mujer a la que desprecia políticamente con tal de evitar la confrontación directa con el presidente, que de inmediato lo felicitó y le reconoció el que “sea un político responsable y sensato”.

Pero de eso a que los odios irreconciliables entre él y Claudia Sheinbaum se hayan terminado por más acuerdos políticos y civilizados, hay todo un trecho. Y si apenas unos días después de haber negociado, la virtual candidata y sus fieles operadores e ideólogos, salen a desmentir y a corregir a Ebrard públicamente, diciéndole que no se crea líder de ninguna corriente interna o disidente, entonces queda muy claro que difícilmente le cumplirán al excanciller sus peticiones, mucho menos si la señora llega a tener el poder. Porque a estas alturas para todos queda claro lo que advierten dentro y fuera de Morena: que “Claudia no es Andrés Manuel”, y si su amigo en el que tanto confiaba nunca le cumplió ni valoró su lealtad, mucho menos lo hará Sheinbaum a quien tanto cuestionó.

NOTAS INDISCRETAS… En medio de los ataques que ha sufrido la Suprema Corte de Justicia de la Nación, uno esperaría que todos sus ministros cerraran filas para defender al Poder Judicial, su autonomía e independencia pero también su integridad y honestidad. Sin embargo, cada vez son más los indicios de que algunos ministros están incurriendo e prácticas escandalosas que suponen negocios o al menos un presunto tráfico de influencias. Ese es el caso del ministro Juan Luis González Alcántara Carrancá, quien de manera extraña decidió atraer a la Corte un litigio mercantil y un juicio entre particulares que, curiosamente es litigado en una de las partes, los demandantes, por el despacho de abogados “Carrancá, Beceiro & Rojas Díez de Bonilla Abogados” del cual el tío del ministro, Raúl Camilo José Carrancá y Rivas, es socio. Por un lado, el despacho citado construye asuntos en contra empresas o particulares, sin importar mucho el sustento de los casos, pues cuando los asuntos llegan a tribunales federales, los mismos son curiosamente atraídos por la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en donde actúa el ministro González Alcántara Carrancá. Acto seguido, son devueltos al Tribunal de origen, en particular el de la Ciudad de México que, también por pura coincidencia, fuera presidido en el pasado por el hoy ministro de la Corte, que  se sabe mantiene una fuerte influencia sobre los magistrados del máximo tribunal capitalino. Tal es el caso de una importante empresa trasnacional de origen británico, cuyos directivos en el Reino Unido ya están muy preocupados, extrañados y haciendo preguntas sobre el grado de solvencia e imparcialidad de la impartición de justicia en México, y si de verdad hay en el país un Estado de Derecho que le dé certidumbre a sus inversiones. Y es que, aunque la empresa extranjera atendió la demanda en su contra, por parte de un proveedor al que le dejaron de comprar por así convenir a sus intereses, conforme sus abogados fueron respondiendo lo que parecía un asunto menor, sin bases para que el citado proveedor los demandara porque no tenían con él ningún contrato de exclusividad, los directivos británicos se fueron encontrando que las distintas instancias judiciales, si bien les daban la razón, no lograron evitar que la denuncia terminara siendo atraída por la Suprema Corte de Justicia, que le dio la razón al proveedor mexicano y regresó el asunto al Tribunal Superior de Justicia de la CDMX, en donde todo parece estar en contra de la empresa extranjera, sobre todo por las influencias que tienen los abogados que contrató su demandante y sus vínculos con el citado ministro Juan Luis González Alcántara y Carrancá. Y eso hace que el consorcio británico ya se cuestione si de verdad hay justicia en México o si el tráfico de influencias, entre abogados y ministros, puede hacer que le den la razón jurídica a alguien que nunca la tuvo… Y hablando de los ministros de la Corte, ayer el presidente López Obrador mandó su terna para sustituir al ministro Arturo Zaldivar, luego de que la mayoría de Morena y sus aliados le aprobaron su renuncia al cargo por supuestas “causas graves”, que más bien fue su ambición política de confesar su simpatía por la 4T y sumarse a la campaña presidencial de Claudia Sheinbaum. Y, tal y como lo ha hecho en esta última parte de su sexenio, el presidente se radicalizó y ya ni siquiera guardó las formas al proponer como ministras a tres mujeres militantes y hasta dirigentes de su partido y su movimiento político. La terna es encabezada por Bertha María Alcalde, hermana de la secretaria de Gobernación, Luisa María Alcalde, militante de Morena y recientemente había sido impulsada por López Obrador y su gobierno para ser consejera presidenta del INE; seguida de Lenia Batres, militante izquierdista de toda la vida y exdiputada por Morena, además de ser funcionaria de la Consejería Jurídica de la Presidencia y hermana del Jefe de Gobierno de la CDMX, Martí Batres; y finalmente propuso a María Estela Ríos González, su actual Consejera Jurídica y también abogada militante de su movimiento político. Es decir que, igual que Zaldívar que se quitó la máscara para hacer públicas sus simpatías hacia la 4T, a López Obrador ya no le importa ni siquiera aparentar que, más que una ministra de la Corte capaz, jurista experimentada e imparcial para defender la Constitución, lo que quiere es otra empleada en el Poder Judicial que, al estilo de las ministras Loreta Ortíi y Yasmín Esquivel Mossa, le sean totalmente incondicionales y se sometan a todos sus caprichos, órdenes y designios. En eso hemos topado y en eso terminó el que decía querer ser “el mejor presidente de la historia”. Qué lejos está de eso y qué cerca de convertirse en uno de los presidentes más autoritarios, omnímodos y dañinos para la democracia y la República mexicanas… Dados girando. Capicúa. Se repite el tiro.

Ámbito: 
Nacional