Peña engañó a Obama (II)
A finales de junio se dio la cumbre anual de líderes de América del Norte, en Ottawa. Durante ese encuentro, funcionarios de la Casa Blanca y la cancillería mexicana hablaron sobre un último encuentro bilateral del presidente Barack Obama con el presidente Enrique Peña Nieto en Washington, antes del relevo de mando en Estados Unidos en enero. Octubre no, dijo la Casa Blanca, porque Obama estaría volcado en la campaña de Hillary Clinton. Quizás noviembre, fue el mes tentativo. Días después, Mark Feirestein, director para América Latina del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, informó a la cancillería que Obama invitaba a Peña Nieto el 22 de julio. ¿Un día después de que Donald Trump aceptara la candidatura a la presidencia? Exacto. Obama quería enviar un mensaje directo a los electores.
La reunión en la Oficina Oval, de acuerdo con diplomáticos de los dos países, fue excepcionalmente cálida entre los dos líderes. Públicamente Obama lo llamó repetidamente “Enrique”, y expresó su confianza de que seguirían fortaleciendo la relación bilateral. En ese momento los dos estaban en el mismo barco de Hillary Clinton, y Peña Nieto había decidido, después de haber visto las encuestas y los rendimientos decrecientes a su analogía de Trump con Adolfo Hitler y Benito Mussolini, que esa beligerancia se había agotado, y debía cuidar la forma como lidiar con el republicano. Pero el presidente se corrió al otro extremo.
El secretario de Hacienda, Luis Videgaray, argumentó la necesidad estratégica de que Peña Nieto hablara con Trump antes de la elección el 8 de noviembre, y le explicara la importancia de la relación, particularmente la comercial, para que matizara sus críticas al Tratado de Libre Comercio de América del Norte. “Con Clinton no había necesidad de ello”, dijo un funcionario. “Como secretaria de Estado, sabía lo relevante que era”. Videgaray, como se describió en este espacio, estableció el contacto con Trump a través de Francisco Guzmán, jefe de la Oficina de la Presidencia, y prepararon en secreto la visita a México el miércoles pasado. Días antes, tanto a él como a Clinton, les habían enviado invitaciones para reunirse con el presidente.
En vísperas de que se enviaran las invitaciones el viernes 26 de agosto, la canciller Claudia Ruiz Massieu expresó su oposición a que se le abriera la puerta a Trump, por el daño a la imagen que causaría a Peña Nieto salir retratado junto a la figura más impopular en el mundo. Funcionarios revelaron que el choque entre ellos fue muy fuerte, donde Videgaray se mostró inamovible. “El presidente ya tomó la decisión”, le dijo. Ante el hecho consumado de enviar las invitaciones, la cancillería lo comunicó informalmente a la campaña de Clinton. “Buena suerte”, le respondieron lacónicamente. El entrelineado era el planteado por Ruiz Massieu. En Trump no se podía confiar, porque era incapaz de mantener un compromiso. Las invitaciones salieron, sin saber nadie, fuera de un muy cerrado círculo de colaboradores de Peña Nieto, que la visita estaba por concretarse.
La embajadora de Estados Unidos en México, Roberta Jacobson, tuvo la primera señal de la visita el sábado 27, cuando el Servicio Secreto le preguntó sobre la logística para la seguridad de una persona de “alto perfil”. Jacobson inquirió en la cancillería ese mismo día si se estaba preparando una visita de Trump. Ahí no sabían nada. Cuando en la mañana del martes 30 empezó el rumor en Washington de que Trump estaba considerando el viaje, Jacobson volvió a comunicarse a la cancillería. Según una fuente diplomática, sólo como prevención, porque aún no tenía confirmación del viaje, dijo que en todo caso cuidaran los detalles. Esa frase retumbaría después de la visita de Trump, cuando quisieron explicar a los estadounidenses que la visita los había rebasado.
Tras la visita, los mexicanos recibieron un mensaje informal, sarcástico e hiriente de los estadounidenses. ¿Quién lo recibió? El subsecretario para asuntos multilaterales, Miguel Ruiz Cabañas. ¿Dónde lo recibieron? En el hangar presidencial. ¿En qué se le transportó a Los Pinos? En un helicóptero Puma del Estado Mayor Presidencial, de los que utiliza regularmente Peña Nieto. ¿En dónde fue el mensaje? En el salón Adolfo López Mateos, donde en visitas anteriores también estuvo Obama. El trato que recibió, subrayaron los estadounidenses, “fue presidencial”. Funcionarios mexicanos y diplomáticos en Washington dijeron que la frialdad en el gobierno de Obama se sintió inmediatamente a través de conductos informales.
La molestia fue al percibir que Peña Nieto había engañado a Obama. En su última reunión en la Casa Blanca, cuando le comentó que cambiaría la estrategia con Trump, el presidente estadounidense lo celebró y le dijo que era muy buena decisión no meterse en la campaña presidencial en ese país. La llegada de Trump a México los llevó a pensar que Peña Nieto se había inclinado por el republicano. Funcionarios en México niegan que esa haya sido la intención, sin embargo, es lo que dejaron ver.
En un artículo en Político el sábado pasado, 70 por ciento de republicanos en un panel de activistas, operadores y estrategas en los 11 estados clave en la elección presidencial, dijeron que el encuentro de Trump con Peña Nieto fue “enormemente” o “moderadamente” exitoso. Un republicano de Iowa comentó: “¿Quién habría pronosticado que el presidente mexicano haría parecer a Donald Trump ‘presidencial’?”. Por las razones que sean, en Estados Unidos piensan que Peña Nieto votó por el republicano.
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