Dice la gente de la comunidad que los malos van a regresar a Texcaltitlán tan pronto como la Guardia Nacional y el Ejército se vayan para apagar otro incendio, porque eso es lo que pasa siempre una vez que se olvidan las tragedias que ocupan durante algunos días los titulares de la prensa nacional. Una más, que pronto será rebasada por la siguiente. Dice el presidente López Obrador que “no se va a olvidar” del municipio, que hace unos días fue escenario de una aterradora batalla a muerte entre miembros del grupo criminal de la familia michoacana y pobladores, hartos de la presión y las extorsiones a los que los someten desde hace años estos criminales.
A juzgar por lo que el presidente ha hecho en los últimos cinco años y medio, Texcaltitlán pasará a la lista de lugares donde “se está trabajando”, pero “fueron muchos años de corrupción”, así que mejor a otra cosa. Incapaz de ver o aceptar el fracaso de su estrategia de seguridad, López Obrador no concibe replantear los términos bajo los que esta opera. Cree que reconsiderar es mostrarse débil, y por ello prefiere negar o justificar el fracaso, aun a costa de renunciar a devolverle a los mexicanos un sentido básico de seguridad y libertad, de proveer una certeza mínima de que, frente al crimen, hay algo que se llama Estado al que se puede recurrir y al amparo del cual se pueden recuperar poco a poco los espacios, hoy cooptados por el crimen organizado.
Es una pena que el presidente no quiera o no vea que no hay de otra: como muestra, el botón de Texcaltitlán. Ahí, los criminales cobran por metro cuadrado de cosecha; les indican a los pobladores dónde y a cuánto deben comprar azúcar, huevo, carne y otros productos básicos; controlan los materiales de construcción y les obligan a comprárselos a ellos, y les dicen cuántos animales pueden tener. Lo mismo sucede con los recursos naturales de la comunidad: una lana por sacar agua de los pozos o cortar madera en los bosques. Les cobran hasta por el permiso de celebrar sus bodas, bautizos o primeras comuniones. Nada pasa, si no pasa por ellos.
Si al presidente le molesta escuchar a expertos, periodistas u organizaciones de la sociedad civil decir que su estrategia de seguridad es insostenible, quizá pueda escuchar a la propia gente que está viviendo estos infiernos: “Están amenazando con subir a la comunidad para quemar casas y terminar con cualquier ser humano, ya sean niños, ancianos o lo que sea. Dicen que ellos no van a dejar nada vivo. (…) Nos sentimos vulnerables, temerosos. Tenemos muchas amenazas y estamos muy preocupados por el futuro de nuestra población. (…) Están muy enojados, están muy molestos. Y yo realmente no lo entiendo, porque nosotros solo nos defendimos. No somos gente de pleito ni delincuentes, somos campesinos que sembramos para el propio consumo de nuestras familias (sic). No somos comerciantes, no hacemos negocio con las siembras, solamente sembramos para nuestro consumo. (…) Nos piden una cuota por metro cuadrado. No puedo dar cantidades. Nos la piden, ya sea que se logre la cosecha o no, y esta es una zona de temporales inciertos. Ahora vienen las nevadas y a veces la cosecha se pierde totalmente. Los cultivos están en flor y ellos ya quieren la cuota por algo que no sabemos si vamos a cosechar. Y no es posible, vivimos al día, somos campesinos”.
“Empezaron con poco, pero ahora todo el mundo les tiene que dar, los comerciantes del mercado, todo mundo. Y cada vez nos presionan más. Ya no podemos. (…) Ya no se esconden. Ya andaban por todas partes transitando con sus camionetas. Es descarada su presencia aquí y no entiendo por qué no ponen un alto, no entiendo por qué los han dejado dominar tanto el Estado. Nosotros éramos una población tranquila y, poco a poco, fueron infiltrándose. Yo creo que el Gobierno tiene el poder y la solución en las manos. No creo que las autoridades desconozcan los hechos. No creo que no sepan quiénes están al frente de esto. Ya deben poner un límite, es demasiado, es demasiado. (…) Son las seis de la tarde y todo está vacío, en tiempos anteriores nuestros niños salían a las canicas, a patear el balón, a dar la vuelta por el centro, a caminar. Esa libertad ya no la tenemos porque levantan a quien se les da la gana y los desaparecen.”
Dicen que los malos van a regresar a Texcaltitlán. Bajo advertencia no hay engaño. ¿Quién le avisa al presidente?