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LA SABATINA

La mezcolanza morenista

 

Enrique Peña Nieto no quería a Eruviel Ávila como sucesor en el Estado de México. El entonces alcalde de Ecatepec no provenía del grupo Atlacomulco; este, con EPN como líder, tenía como favorito a Alfredo del Mazo. Eruviel ganó la batalla al amagar con irse al PRD si no le daban la candidatura....

En 2011, cuando Del Mazo junior tuvo que bajarse de la carrera por el Edomex, ya había hecho escuela el chapulineo. Caso emblemático fue el de Ricardo Monreal, quien en Zacatecas en 1998 dejó al PRI, que le negó candidatura en su Estado, y desde el PRD le ganaría a sus excompañeros.

Detrás de ese pragmatismo estaba Andrés Manuel López Obrador, expriista él mismo y por entonces líder nacional del partido fundado tras la salida del tricolor de la llamada Corriente Democrática del PRI, encabezada por Ifigenia Martínez, Porfirio Muñoz Ledo y, por supuesto, Cuauhtémoc Cárdenas.

De hecho, AMLO fue el primer candidato estatal del neocardenismo. A fines de 1988, tras las elecciones de ese año, donde la izquierda reclama fraude en contra del hijo del general, el tabasqueño se convertiría en el primer aspirante local del movimiento que, de alguna forma, hoy es parte de Morena.

Es preciso hacer un matiz. López Obrador y Monreal enfrentaron a un PRI aún muy poderoso y vengativo, al partido de a balazos llegamos y a balazos nos sacarán. Andrés Manuel no pudo ser gobernador de su Estado. Y lo de Ricardo no fue trivial. Mas en tiempos de Eruviel era ya otra cosa.

Cuando el de Ecatepec chantajeaba a Peña con irse al partido de la Revolución Democrática, este ya tenía facturado a su nombre el colindante Distrito Federal, territorio pródigo en recursos que ya había hecho suyo en tres elecciones seguidas, comenzando con la de Cárdenas en 1997.

Y por entonces Michoacán era otro frente perredista en las colindancias mexiquenses; mientras que en su frontera hidalguense, en comicios del 2010, el PRD y el PAN habían dado, con Xóchitl Gálvez en la boleta, un sustazo al PRI. Peña Nieto no podía perder Edomex si realmente quería ser presidente.

Si entonces EPN dio muestra de oficio al bajar a su primo de la candidatura ―a quien premiaría en el gabinete federal y ya como presidente en 2017 compensaría, ahora sí, con la gubernatura del terruño―, Eruviel dio color de la melcocha de sus principios, tan veleidosos como los de Groucho Marx.

Ávila, senador intrascendente en la actual e histórica legislatura, fue noticia esta semana por su anuncio de que, junto con otros saltimbanquis, a partir de ya será claudista. Ayer llamó incapaz a Sheinbaum, hoy le profesa lealtad. Hay biografías de una pieza, como la de Eruviel: dúctil al poder en turno.

Lo notable en este caso no son los arribistas del momento, sino la enorme penetrabilidad de la casa lopezobradorista que, cuando mejor dicen que van las cosas, menos hacen para cotizar el precio de la membresía, una contradicción misma a la lógica y un atentado a la promesa de purificación.

Que el PRI sería succionado por sus primos morenistas se había vaticinado tiempo atrás; que a la hora de aceptar priistas, Morena se convierta en lo más parecido a un vertedero, sorprende hasta en casa, y ahí está de prueba el cartón que en La Jornada el moreno monero Hernández publicó el jueves.

Si bien la raíz priista del Movimiento Regeneración Nacional data de la primera hora, no es lo mismo Manuel Bartlett que Alejandro Murat. Aquel se sumó a un lopezobradorismo sin garantía de triunfo, Este –como Eruviel—se arrullará en la hamaca hegemónica, feliz de que ahí lavan pecados a precio de ganga.

Qué gran paradoja: si en la persona de Claudia Sheinbaum llega a darse el triunfo de la primera izquierdista sin pasado priista que alcanza la presidencia de la República, lo hará habiéndose abrazado de tricolores que lo único que pueden presumir es, precisamente, que ya no tienen credencial priista.

El valor de la renuncia de estos cuadros es eminentemente mediático, pasto de redes sociales, ruido y tiempo aire para echar una palada más a la idea que obsesiona a Palacio Nacional: insacular en la cabeza del electorado la inevitabilidad del triunfo de su pupila.

“Vean, hasta los impresentables quieren con nosotros”, es el credo lopezobradorista. Harta chamba tendrán los quiroprácticos en fin de año con tanto moreno maromero afanado en acrobacias a la hora de cuadrar el no robar, no mentir y no traicionar con el aro donde brinca una Nuvia Mayorga.

El reino de los cielos es de los arrepentidos, pero la magnanimidad de AMLO ni siquiera impone una mínima penitencia antes de abrir de par en par las puertas por las que priistas que les denostaron y hasta robos de elecciones les infringieron pueden pasar a sentarse en la mesa del señor. Y de la señora.

Luego de cinco años cumplidos en el poder, el lopezobradorismo no tiende a la purificación sino a la más promiscua mezcolanza.

Y si no es por necesidad (¿será que las abultadas ventajas en las encuestas rumbo a 2024 son pura piña y Palacio lo sabe?), entonces qué motiva a Morena a no discriminar, a decir bienvenidos a quienes nomás tardaron 35 años más que Andrés Manuel en captar que el PRI no era democrático.

Como dicen sus exégetas, López Obrador juega en dos o más bandas. Para empezar, qué le importa el oscuro palmarés de quienes no ocultan su cara de éxtasis en la súbita conversión, si su imagen, como eterno dador de indulgencias, crece al verse nada vengativo y harto bondadoso. Tata AMLO.

Y aunque por ahí no sobra algún saltimbanqui panista, lo cierto es que la otra jugada del presidente es desfondar las posibilidades del blanquiazul, su verdadera némesis. Todo descalabro del PRI aliancista abona a aislar al partido que realmente provoca repugnancia a Andrés Manuel.

Desde su veta revolucionaria por su lado callista, y desde su adhesión a la fe cardenista, se nutre una de las más claras misiones del sexenio: sepultar a la organización surgida para enfrentar a los generales, erradicar al partido que además de anticardenista llegó al extremo de ceder candidaturas a la iniciativa privada.

Que la derrota de Xóchitl sea en realidad el peor momento del PAN sería el verdadero festejo en Palacio en junio próximo. Si para ello hay que ser un resumidero donde caen uno a uno ejemplos de nepotismo, latrocinio y de mapacherías todos los tiempos, un futuro sin Acción Nacional vale ese sapo.

Qué pena que ya murieron López Mateos y Díaz Ordaz, que si no Andrés Manuel los sube al omnibús que acaso por mínimo pudor no dirá tan alto que no son iguales a los que mataban líderes campesinos y encarcelaban a sindicalistas. Para qué es el Gobierno si no para abrazarse a líderes charros.

Y este cachar todo buscaría, también, ahuyentar miedos de quienes creen que la eventual administración de Sheinbaum será radical, o un gobierno de verdadera izquierda. Éjele, se la creyeron, ella viene del CEU pero sus nuevos compañeros son más ajenos al romanticismo estudiantil que Jorge Carpizo.

Al mirarse al espejo, el joven movimiento descubre sus harapos y ondas arrugas en una piel se presumía como lozana. En este cuento de navidad no nació algo nuevo: porque lo viejo nunca se fue, y los jóvenes que se sumaron a la promesa de una nueva era ahora llaman compañero a Eruviel. Albricias.

Si, a pesar de todo, en las urnas gana la doctrina de López Obrador, quedará pendiente una agenda crucial para México. El presidente habrá cargado de lastre la nave que tendrá que capitanear Sheinbaum a partir de octubre. Y, a cada paso que esta dé, se topará con la corrupción de sus nuevos amigos.

Cada foto y cada tuit de estos priistas (y los que se sumen en cuestión de días) tendrán un alto precio. Un costo incluso desmedido. Para operar ellos necesitan recursos, y esos se traducirán en compromisos que habrán de acotar a Claudia en su presidencia.

Porque eso es lo más increíble de que Morena acepte la abyección de supuestos liderazgos: compromete la eventualidad de justicia y resarcimiento del daño que las dinastías priistas causaron a la gente pobre de Oaxaca, el Estado de México… La transformación será priista o no será. Aleluya.

Felices fiestas y próspero 2024 a los amables lectores. Nos leemos el 6 de enero.

Ámbito: 
Nacional