¿Por qué se rompen marcas en la inversión productiva?
Antes de que comenzara la presente administración de López Obrador, el nivel absoluto más elevado de la inversión productiva (formación bruta de capital fijo) se había alcanzado el mes de octubre de 2018.
En ese entonces, se conoció la decisión del presidente electo de cancelar el proyecto del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, y en noviembre la inversión bajó en 6.6 por ciento en un solo mes.
Durante el 2019 la inversión ya no creció, pero no se desplomó. En noviembre de 2019 estaba 1.1 por ciento por abajo del último mes del gobierno de Peña.
No parecía algo tan extraño, pues usualmente en el primer año de un nuevo gobierno aparecen incertidumbres que frenan este proceso.
No se contaba, sin embargo, que apenas unos meses después estallaría la pandemia que alteró la actividad económica global, y a México más que a otros países, debido a la ausencia de políticas para evitar el desplome.
El nivel mínimo de inversión se presentó en mayo de 2020, con un retroceso de 35.6 por ciento respecto al nivel de enero de ese año.
La recuperación fue sumamente lenta y solo hasta noviembre del 2022 se alcanzó un nivel de inversión semejante al que existía en el último mes del gobierno de Peña.
Después de tres años, apenas se regresaba al punto de partida.
No solo fueron los efectos de la pandemia sino múltiples incertidumbres que se fueron presentando en la primera mitad del sexenio de AMLO.
Pero, de pronto, a partir de los últimos meses del 2022 y de manera destacada, durante todo el año pasado, algo ocurrió y las cosas empezaron a cambiar.
La inversión realizada a la mitad del año pasado, en el mes de junio, ya era 16 por ciento superior a la de diciembre de 2022 y ya estaba 11.3 por ciento por arriba del máximo histórico de los tiempos de Peña.
Esta semana conocimos la cifra de octubre y el crecimiento en este año ya es de 19.7 por ciento respecto a diciembre del año pasado.
¿Qué sucedió?
Algunos consideran que este salto derivó de la realización de las megaobras del gobierno federal, en las cuales se desembolsaron las principales cantidades en 2023.
De acuerdo con las cifras de las cuentas nacionales al tercer trimestre del año pasado, el 88.9 por ciento de la inversión corresponde al sector privado y solamente el 11.1 por ciento al sector público.
Si solo creciera la inversión derivada de los grandes proyectos de AMLO, la inversión pública no tendría la fuerza para remolcar a la inversión total.
De hecho, del tercer trimestre de 2018 al mismo periodo del año pasado, la inversión privada creció en 18.6 por ciento.
En contraste, para ese mismo lapso, la inversión pública cayó en 1.1 por ciento, a pesar de las megaobras.
Se ha dicho, y con razón, que el nearshoring, el proceso de relocalización industrial aún no se expresa en las cifras de inversión extranjera directa.
Si ésta ha crecido poco, entonces lo más probable es que el disparo que vimos corresponda a la inversión privada nacional.
Se sabe desde los tiempos del economista inglés, John Maynard Keynes, que las expectativas, lo que alguna vez él llamó los “espíritus animales”, son determinantes de la inversión productiva.
Si la expectativa de un mejor futuro económico supera incluso los obstáculos generados por las altas tasas de interés, se explica el crecimiento tan destacado de la inversión productiva en los últimos meses.
Si la tendencia se mantuviera, creo que hasta los optimistas se quedarían cortos respecto al buen resultado que tendremos este año.
Pero si la geopolítica nos juega una mala pasada o los procesos electorales de Estados Unidos y México traen consigo algunos sustos, entonces, así como subió, la inversión productiva se nos puede venir para abajo.