“No hay títeres con poder”
Entrón a todas las cosas, de las que sabe, de las que no sabe y de las que se le antojan, que son casi todas, el presidente Andrés Manuel López Obrador salió al quite de su candidata presidencial, Claudia Sheinbaum, y le respondió a la opositora Xóchitl Gálvez, que se mofó de la morenista y la retó a debatir con ella, siempre y cuando le dieran permiso, rechazando de manera indirecta que la mangoneara. “En política… no hay títeres con poder”, dijo López Obrador. “Nadie acepta cuando llega a un cargo público ser manipulado”.
Gálvez recogió el pensamiento convencional de que Sheinbaum no es nadie sin López Obrador, y no tendría aspiraciones serias para ser presidenta si detrás de ella no está su creador. La doctora ha alimentado las percepciones, al repetir lo que el Presidente dice, ensalzar lo que hace, no actuar con iniciativa propia –incluso las que aparentemente ha tomado, las ha consultado antes con él– y actuar como un clon o un megáfono de sus dichos.
Sí parece Sheinbaum la títere de López Obrador, pero no lo es.
Nadie espera que Sheinbaum, en caso de ganar la Presidencia, prepare el camino para el regreso de López Obrador a la oficina de la más alta investidura nacional, como hizo Manuel González, a quien hizo presidente su compadre Porfirio Díaz, a quien le entregó el control de las principales secretarías de Estado y cuatro años después le preparó el camino para que regresara para un segundo mandato. Por ahí no van las cosas.
López Obrador ha dejado muy claro que sueña ser el mejor presidente de México, y está sentando bases que parecen muy sólidas, en caso de que Sheinbaum gane la elección, porque uno piensa que sería imposible que tirara a la basura los libros de texto lopezobradoristas, y eliminar de esa forma el registro en sus páginas a su epopeya política –que está reforzando un grupo de intelectuales coordinados por su esposa–, para algo similar a lo que hizo Jacqueline Kennedy en una entrevista con la revista Life tras el asesinato de su esposo que dio origen al mito de “los mil días de Camelot”, la sobreestimación de John F. Kennedy como líder, pese a que los resultados alcanzados lo colocaban como uno de los peores presidentes estadounidenses del siglo pasado.
Sheinbaum, uno puede anticipar, no le quitará su autoinclusión en la Historia de México, lo cual no afectaría de manera letal a su eventual gobierno como si pueden hacerlo otras cosas que le está dejando armadas y enmarañadas, como un gabinete transexenal de cuando menos seis secretarios de Estado, que la dejan atada de manos para armar su equipo o cumplir compromisos que tampoco objetó, o cuando recibió sin rebatir los 10 puntos con las instrucciones que tendrá que obedecer en Palacio, que se detallaron en este espacio en noviembre pasado.
Hay otros ingredientes de control en la cocina que quiere dejar el Presidente instaurados, como las reformas constitucionales que anticipó el martes y reiteró el miércoles, que incluye la del Poder Judicial –jueces y magistrados por elección popular–, las de las pensiones, la nacionalización de ferrocarriles, la del salario mínimo, la del bienestar y la reforma electoral –reducir gastos de campaña y eliminar las plurinominales–, para lo cual necesitará tener la mayoría calificada en el último mes de su sexenio.
López Obrador tendrá en su historial haber escogido candidata, organizado la simulación de un proceso, establecido los tiempos del proceso y los temas de discusión, para posteriormente fijar los temas de la campaña electoral, someterla al ala dura del lopezobradorismo, entregarle el programa de gobierno –donde han participado sus hijos mayores José Ramón y Andrés–, dejarle en las calles a las Fuerzas Armadas, que han asumido el papel de los principales constructores del país, controlan los puertos y son los garantes de la estabilidad presidencial, aunque no del país. Igualmente, le deja una nación con el crimen organizado en creciente expansión y poderío, con la exigencia implícita de no combatirlos.
¿Para qué querría un títere López Obrador en el poder? No estuvo en su diseño, por lo que se está viendo y tendrá que irse demostrando con el tiempo, si gana Sheinbaum, tener en la Presidencia a quien ejecutara las órdenes que le fuera dando desde Palenque. Lo que buscó es que quien heredara el poder fuera incondicional, no para regresarlo a Palacio Nacional, sino para preparar la sucesión de 2030, porque el poder no se entrega, se defiende. Sheinbaum era la persona más dúctil para llevar a cabo su propósito porque piensa como él –quizás es más dogmática que López Obrador–, le debe todo a él y sin él su futuro no sería en la política, sino la academia. Sheinbaum le garantiza la continuidad y la protección transexenal.
Hay quienes sostienen que una vez que se cruza la banda presidencial, el nuevo Ejecutivo absorbe en automático todo el poder, inversamente proporcional a como el saliente lo pierde, aunque esta reflexión utiliza las categorías que se ceñían a las reglas políticas del sistema que, aunque sigue vigente, sus valores entendidos los rompe López Obrador cada vez que las cosas no salen como las tenía pensadas. Quizá lo que sucede es que hay una probable sobrestimación de la autonomía que pueda tener y quiera ejercer la hoy candidata. Pero aun si lo fuera, estaría totalmente acotada y su capacidad de maniobra sería mínima.
López Obrador sostiene que se enclaustrará en su rancho y no hablará de política ni con sus hijos. Como dice, todavía estoy buscando quién le crea. Un animal político de su tamaño no se retira; lo retiran, pero no es algo que uno creería haría Sheinbaum. Aun sin estar López Obrador estará, como hoy, donde está en la boleta electoral sin estar. Pero dejemos abierta la eventualidad de que Sheinbaum actuara con independencia; López Obrador tiene la espada de Damocles sobre su cuello: la revocación de mandato, por si todo lo demás no fuera suficiente.