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El mundo afronta el peor escenario bélico en medio siglo

El calado estratégico de los conflictos en Ucrania y Oriente Próximo, la fricción de EE UU y China y el regreso de Trump configuran un horizonte de alto riesgo

Europa vive por primera vez desde 1945 una guerra de gran envergadura, en la que una gran potencia invade un país no solo para subyugarlo, sino para anexionarse territorio. En la contienda, una treintena de países occidentales suministra ayuda a Ucrania para repeler la agresión de Rusia, a su vez asistida militarmente por Irán, Corea del Norte y Bielorrusia. El apoyo estadounidense a Kiev se tambalea, lo que refuerza la posición de Moscú. Las circunstancias son tales que varios líderes políticos y militares europeos han subrayado ante sus ciudadanías que el riesgo de que el conflicto llegue a Europa occidental es real. La perspectiva de un regreso a la Casa Blanca de Donald Trump, que desprecia el compromiso de Washington con la OTAN, agita aún más las aguas.

“Putin podría atacar un país de la OTAN algún día. Ahora es improbable, pero nuestros expertos creen que hay una ventana temporal de entre cinco y ocho años en la que esto es posible”, dijo recientemente el ministro de Defensa de Alemania, Boris Pistorius, un socialdemócrata. El ministro de Defensa danés, un liberal, rebajó esta semana esa ventana temporal a entre tres y cinco años. “Puede haber guerra en Suecia”, dijo en enero Carl-Oskar Bohlin, un conservador moderado ministro de Defensa Civil en el país nórdico.

Oriente Próximo, por su parte, experimenta “la situación más peligrosa desde 1973, y puede que desde incluso antes”, en palabras de Antony Blinken, secretario de Estado de Estados Unidos. Como se temía, el conflicto entre Hamás e Israel ha escalado y una decena de países están ya implicados de forma directa en hostilidades de varios tipos. EE UU ha bombardeado, en acción de represalia, objetivos en Yemen, Irak y Siria. El golpe a activos de la Guardia Revolucionaria iraní en esos países pone a Washington y Teherán en una peligrosa línea directa de fuego. Ambos emiten señales de no querer una escalada. Pero en la región hay actores que se escapan de su control que, de forma más o menos intencionada, están alimentando el fuego.

Mientras, en el este asiático, Corea del Norte ha dado en las últimas semanas un abrupto giro al quitar de su Constitución el compromiso de buscar una “reunificación pacífica”, a la vez que desarrolla nuevas armas y estrecha lazos con la Rusia de Putin. Más al sur, la cuestión de Taiwán sigue siendo una incógnita repleta de riesgos, en un contexto de competición no violenta pero descarnada entre las dos superpotencias, EE UU y China. Esta se produce en un momento de cambio de equilibrio de fuerzas, los más peligrosos, como recordaba recientemente en el Foro de Davos Graham Allison, ex secretario adjunto de Defensa de EE UU.

Otras guerras con terribles consecuencias humanas e importantes repercusiones geoestratégicas se han producido en las últimas décadas, desde las de Afganistán a la de Irak, desde las de los Balcanes a la de Congo o Siria, que también tuvo una fuerte implicación internacional. Pero el momento actual, junto a datos numéricos nefastos en cuanto a víctimas, suma un componente de riesgo geopolítico sin parangón desde que la Guerra Fría se fue encarrilando y apagando. Eso es lo que oscurece de forma tan especial el escenario.

En términos numéricos, con las dificultades propias de la recopilación de datos en esta materia, el momento actual es dramático. Según un estudio del Instituto de Investigación para la Paz de Oslo ( IIPO), 2022 fue el año con el mayor número de muertes por guerras de carácter estatal —en las que al menos un actor es un Estado— desde principios de los setenta con la excepción de 1984: algo más de 200.000, con los conflictos en Ucrania y Etiopía como grandes focos (1994 también sería más elevado si se incluyera también el conflicto de Ruanda, que el IIPO contabiliza en otra categoría). Cabe pensar que 2023, donde el de Etiopía se ha calmado, pero ha estallado el de Gaza, también será un pésimo año en el balance todavía no publicado. Las intenciones del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que apunta al sur de la Franja, ahondan en esa senda. El número de refugiados y desplazados en el mundo, más de 100 millones, es el más alto registrado.

Pero el peligro reside sobre todo en el cuadro geopolítico. “Hemos entrado en un periodo con mayor conflictividad interestatal. Estamos en una era de competición directa entre países importantes”, dice Meia Nouwens, experta del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos. “Esto es preocupante. Y también lo es el nivel de cooperación que vemos, por ejemplo, entre China, Rusia, Irán y Corea del Norte, que es en cierto sentido nuevo. Y como contexto, es muy inquietante el colapso de la comunicación de la confianza, de los mecanismos que habría asegurado la estabilidad en el pasado”. Los viejos tratados de control de armas entre EE UU y Rusia colapsan, y no hay ninguna perspectiva de que se firmen nuevos con China.

Sergey Radchenko, historiador especializado en la Guerra Fría y profesor en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins, también incide en el elemento del pulso de potencias. “El periodo actual tiene diferencias con la Guerra Fría. No hay una confrontación ideológica como entonces. Hay democracias por un lado y regímenes por el otro, pero no es lo mismo. Y hay una interdependencia que entonces no había”, comenta. “Pero sí hay cosas que se parecen: una es la lucha de poder entre potencias. Otra es cómo el espectro nuclear condiciona esa lucha”, prosigue Radchenko.

El futuro no está escrito, y la situación no tiene por qué empeorar. Hay señales alentadoras, como los intentos de Washington y Pekín de contener el deterioro de sus relaciones, las claras señales que emiten EE UU e Irán de no querer una escalada y los movimientos en marcha para buscar una salida negociada al conflicto de Gaza.

Pero es evidente que hay actores decididos a buscar una desestabilización y no puede descartarse que otros se sumen o que haya escaladas no intencionadas, que son más probables en momentos de tensión, y son especialmente peligrosas cuando se ven implicadas grandes potencias. La perspectiva del posible regreso a la Casa Blanca de Donald Trump, que no muestra ningún compromiso con la OTAN —el sábado dijo que “alienta” a Rusia a “hacer lo de le dé la gana” con los aliados que no cumplen con el nivel de gasto militar requerido—, complica aún más el escenario. Por ello, si la guerra de Corea (1950-1953) o la crisis de los misiles de Cuba (1963) encarnaron momentos de tensión superior al actual, la fase en la que nos adentramos tiene rasgos de riesgos desconocidos durante la etapa final de la Guerra Fría y el periodo calificado de unipolar por la hegemonía de EE UU.

A continuación, una mirada sobre la situación de los tres principales focos de tensión geopolítica, de la mano de expertos entrevistados telefónicamente el pasado jueves.

Volodímir Zelenski, presidente ucranio, dijo en su discurso en la sesión plenaria de Davos: “Si alguien cree que esto solo va de Ucrania, se equivoca por completo. Las posibles direcciones e incluso un calendario de una nueva agresión de Rusia más allá de Ucrania se torna cada vez más obvia”. Zelenski no aclaró el calendario y las direcciones. Pero, en una posterior reunión con un grupo internacional de periodistas, su suspiro cuando se le preguntó por la perspectiva de un regreso de Trump a la Casa Blanca fue elocuente. Hay claros visos de que su victoria conllevaría un colapso de la ayuda estadounidense a Kiev y un enorme interrogante sobre el compromiso de mutua defensa de Washington con sus aliados. El calendario del que habla Zelenski tiene bien marcada la fecha de las elecciones en EE UU. Y el mapa subraya en rojo países como los bálticos.

Putin suele decir que no tiene ninguna intención de atacar otros países, y lo reafirmó en su entrevista con Tucker Carlson. También negaba con toda su palabra que atacaría a Ucrania. En cualquier caso, es interesante recordar lo que dijo en el último foro de Valdai: “Este no es un conflicto territorial y no es un intento de establecer un equilibrio geopolítico regional. Esta cuestión es más amplia y fundamental y concierne los principios subyacentes del nuevo orden internacional”. La consecuencia lógica es que, si esto no va solo de Ucrania y la región, sino de supuestos principios, nada excluye que pueda querer defender esos mismos principios en otro lugar.

En Occidente, desde luego, no solo nadie con cierto conocimiento de causa está tranquilo, sino que esa perspectiva se toma cada vez más en serio. “Las declaraciones alarmistas de responsables políticos y militares europeos son un intento de evitar que eso ocurra”, comenta Radchenko, que en mayo publicará To Run the World: The Kremlin’s Cold War Bid for Global Power (Dirigir el mundo: la apuesta del Kremlin por el poder global en la Guerra Fría). “El conflicto se puede evitar si Europa está preparada para ello. Rusia es hoy un país que, bajo Putin, busca aprovechar la debilidad. La debilidad invita a la agresión, la fortaleza la disuade. Por esto, las alertas buscan concienciar, crear un entendimiento que facilite la preparación, que es la mejor manera de evitar una guerra”, opina el historiador.

Rusia está afrontando ahora un esfuerzo enorme en Ucrania. Un 35% de todo el gasto público ruso va dirigido a la guerra. China ha echado una mano para compensar las restricciones en el acceso a tecnologías occidentales, y el comercio bilateral ha crecido mucho, situándose por encima de los 200.000 millones de dólares en 2023, pero Pekín aprieta de forma despiadada a Moscú, por ejemplo, frenando en la puesta en marcha de un nuevo gasoducto ruso-chino a la espera de que el Kremlin ceda y garantice condiciones más favorables. A pesar de ello, es evidente que Putin ha estabilizado la situación después de una fase muy difícil y está tornando Rusia en una economía de guerra.

Radchenko señala que el objetivo estratégico de Putin es “recuperar para Rusia una plaza de gran potencia” y, en paralelo, utilizar este movimiento “para legitimar su posición”, como líder indispensable en este regreso a la grandeza, en la resistencia ante quienes presuntamente quieren humillar a Rusia. Todo ello no induce a la tranquilidad a medio plazo.

Y Europa está lejos de tener una capacidad defensiva claramente disuasoria si EE UU no garantiza su respaldo. Es así porque no está unida. Sus fuerzas armadas están fragmentadas, sufren problemas de interoperabilidad, y no están acostumbradas al combate. Pero, sobre todo, no hay una unidad política. “Si los estadounidenses renuncian a su liderazgo, lo que bien puede ocurrir si gana Trump, ¿podemos realmente esperar que los europeos empujen hacia adelante como una fuerza unida? No podemos”, resume Radchenko.

Así, la guerra en Ucrania atraviesa ahora mismo una fase complicada, con escasez de suministros a Kiev. Pero la perspectiva es potencialmente mucho más problemática. Es un desafío estratégico clave para el mundo, existencial para Europa, y sin parangones claros en décadas.

Mientras todo eso pasa en Europa, Oriente Próximo atraviesa la fase más convulsa en décadas. La tensión corre en dos planos, distintos pero comunicantes. Uno es el conflicto entre Hamás e Israel. Otro es la confrontación de fuerzas en la región, con Irán y sus socios por un lado, EE UU e Israel, por otro.

En el primer plano, la respuesta brutal de Israel al ataque de Hamás está provocando un sufrimiento humano terrible en Gaza. Hay en marcha labores diplomáticas para lograr un cese de hostilidades, en las que ejercen papeles relevantes EE UU, Qatar, Arabia Saudí y Egipto.

“Este esfuerzo de mediación se topa con graves problemas, sobre todo porque Netanyahu tiene un interés en que los combates sigan. En Israel está muy extendida la sensación de que en cuanto terminen las hostilidades, también lo hará el mandato de Netanyahu”, comenta Hugh Lovatt, experto en Oriente Próximo del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. Netanyahu era, ya antes de la actual crisis, un líder divisivo y en gran dificultad por casos de presunta corrupción y por promover medidas que gran parte de la sociedad israelí considera como lesivas para la democracia. El total fracaso en prever y contener el ataque de Hamás son una responsabilidad que le deja tocado de una manera que parece irrecuperable.

“Y el problema consiguiente es que el conflicto en Gaza empuja la escalada regional. Si bien los problemas en la región tienen sus propias causas y dinámicas, la crisis de Gaza los exacerba”, prosigue Lovatt. “Ni Israel, ni Irán, ni Hezbolá quieren una guerra regional, y sus acciones han sido medidas para evitarlo. Pero si la crisis en Gaza sigue, los riesgos aumentan, por varios motivos. Porque Irán y sus socios sienten la presión de hacer ver que hacen algo. Porque Teherán no tiene un control absoluto sobre sus socios y algunos pueden actuar por interés propio. Por último, porque crece el riesgo de escalada no intencionada. Es probable que el ataque a la base jordana que mató a soldados estadounidenses no contemplaba tener ese resultado”, dice Lovatt.

EE UU, que tampoco quiere la escalada, ha respondido de forma muy calculada para evitarlo, dejando tiempo a Irán para reubicar sus fuerzas y golpeando de forma quirúrgica una semana después. Pero cuando se juega con fuego, los incendios son probables.

“A mi juicio, ya estamos en una guerra regional, pero es una guerra en gran medida contenida y de baja intensidad, con ataques medidos. Pero mientras la guerra en Gaza siga, el riesgo de escalada plena y descontrolada crecerá incluso si son pocos los que tienen un interés en ello”, concluye Lovatt.

Las últimas noticias son alarmantes. Netanyahu ha ordenado a sus Fuerzas Armadas que preparen una ofensiva contra Rafah, en el sur de Gaza, donde se atesta gran parte de los gazatíes desplazados por la brutal acción militar llevada a cabo en los últimos meses en la Franja. Se trata de una fase bélica con terrible potencial de daño sobre los civiles y grave potencial de ulterior desestabilización geopolítica. Mientras, los enemigos de EE UU observan encantados cómo Washington debe ocuparse de otros frentes.

La tensión en el este asiático completa el grave cuadro contemporáneo. El líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, ha dado un abrupto giro político, renunciando al tradicional objetivo de reunificación pacífica con el sur, mientras sigue desarrollando sus arsenales, incluido el nuclear. Reputados analistas temen que se trate de un intento de poner cimientos ideológicos a una acción bélica. El veterano diplomático de EE UU Robert Carlin y el científico nuclear Siegfried Hecker han escrito que consideran la situación la más peligrosa desde los cincuenta.

Algunos expertos temen que la percepción de un EE UU en declive, con una política disfuncional, en retirada abrupta en Afganistán, ocupado en Ucrania y Oriente Próximo, y ante una posible complicada transición de poder, puede motivar a algunos a tomar iniciativas bélicas. Mientras, Corea del Norte ha ido estrechando lazos con Rusia, entregándole una ingente cantidad de municiones para la guerra en Ucrania.

“Creo que las declaraciones de Kim Jong-un son especialmente inquietantes. Asistimos a la concienciación de que el líder norcoreano podría en algún momento tomar decisiones muy arriesgadas”, dice Meia Nouwens, del IISS, que está especializada en el análisis de China y el este asiático. “Creo que este año él desarrollará nuevas capacidades de defensa. ¿Es esto una preparación para un ataque militar? ¿O un posicionamiento estratégico para tener más palanca de cara a 2025 y un posible regreso de Trump? Yo creo que es más probable lo segundo”, dice la experta.

El otro punto de fricción potencial es Taiwán. La tercera victoria seguida del Partido Progresista Democrático de Taiwán (DPP) en las presidenciales no es una buena noticia para Pekín. Sin embargo, nota Nouwens, el hecho de que el partido no haya ganado una mayoría parlamentaria hace que se haya evitado el peor escenario desde el punto de vista del Partido Comunista de China (PCCh). “Lo que esto significa, creo, en términos militares, es que no habrá grandes cambios en los próximos cuatro años. Seguiremos viendo el foco de Pekín en la zona gris, incursiones marítimas y aéreas, y desinformación”, dice la experta.

Mucho, en esta región, depende del desarrollo de las relaciones entre China y Estados Unidos. Las dos superpotencias han dado señales de querer poner un suelo al deterioro. “Desde [el encuentro entre Biden y Xi en] San Francisco, vemos un desarrollo positivo, en el sentido de que los dos países intentan dialogar, establecer canales, incluso entre Fuerzas Armadas. Pero, es un acercamiento muy limitado. Hay una desconfianza brutal entre los dos países. Ambos reconocen que no tienen interés en un conflicto. Pero es una estabilidad muy frágil que acontecimientos inesperados pueden hacer descarrilar”, considera Nouwens.

China se halla en un momento de desaceleración económica. Esto puede causar descontento interno. Hay quienes temen que, para desviar la atención, el régimen podría tocar más fuerte la tecla nacionalista. “Este argumento no me convence. Creo que Xi ha sido claro ante su población en que hay por delante un periodo en el que toca aguantar. No creo que usen el instrumento del conflicto para distraer. Pekín no ha actuado así en el pasado y además diría que, ahora mismo, las Fuerzas Armadas de China no están en un estado muy estable, por lo menos en lo que concierne a las alegaciones de corrupción dentro de la fuerza misilística y los consiguientes cambios en los altos mandos y la desaparición de líderes como el exministro de Defensa”, dice Nouwens.

Este es el cuadro. La gran incógnita es qué consecuencias tendría una victoria de Trump.

Mientras, la violencia brutal sigue. En Ucrania, en Gaza y en otras partes, como en el terrible conflicto civil de Sudán.

de los conflictos en Ucrania y Oriente Próximo, la fricción de EE UU y China y el regreso de Trump configuran un horizonte de alto riesgo

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