Pequeños síntomas:
Al Presidente se le pegan hashtags que antes le hacían lo que el viento a Juárez.
Dedica días a responder un reportaje publicado en un medio internacional, Pro Publica, y no puede salir de él.
Loret de Mola añade a lo escrito en Pro Publica un testigo presencial de los hechos, avalado en su identidad por un obispo emérito.
Leo columnas periodísticas y trascendidos diciendo que no todo va bien en Morena y no todo va mal en la oposición.
Leo que el Presidente ha perdido el control de la narrativa y no puede recobrarla con sus habituales matamoscas mañaneras.
Empiezo a ver que los medios atienden más lo que pasa en la oposición.
Veo a una candidata de oposición más clara en su discurso y más atractiva para los medios.
Oigo en ambientes financieros que Carlos Urzúa no estaba muy desencaminado con su idea de que este gobierno le heredará al siguiente un cartucho encendido. En particular, un cartucho fiscal.
Oigo que el gobierno está con menos dinero en las manos de lo que ha desviado a las elecciones con moches y subejercicios presupuestales.
Veo repetitivos al Presidente y a su candidata, y a periodistas críticos ganando terreno y credibilidad.
Fui a una marcha opositora cuyos tamaño y espontaneidad no ha tenido este gobierno, una marcha como las que este gobierno tenía cuando era oposición.
Veo al gobierno acechado por malas noticias sobre sus grandes proyectos, como el rescate de Pemex, la violencia, la corrupción, Dos Bocas o el Tren Maya.
Veo a un presidente incapaz de pisar las calles destruidas de Acapulco, y veo al estado completo de Guerrero, en manos del crimen.
Veo un país donde el crimen gana territorio cada día, sin que el Presidente haga otra cosa que culpar al pasado.
El peso está firme, disminuyó la pobreza moderada, mejoraron los salarios, las remesas están altas, el nearshoring promete inversiones, la economía crece, mejora el consumo.
Pero cambia la marea. La oposición ciudadana toma las calles y el gobierno está de mal humor.
Su arroz cocido huele un poco a arroz quemado.