Fue un juramento en sesión solemne y el viernes se volteó contra él.
Se tendría que ir.
Aunque para una sociedad cuyas élites y sectores informados perdieron su capacidad de asombro, tal vez lo ocurrido sea sólo una anécdota.
Dijo en su discurso de toma de posesión: “Habrá un auténtico Estado de derecho, tal como lo resume la frase de nuestros liberales del siglo XIX, al margen de la ley nada y por encima de la ley nadie”.
Le faltó agregar: ‘por encima de la ley nadie, salvo yo’.
A unos meses de terminar su periodo constitucional, el viernes reciente, lo expresó con todas sus letras: “Por encima de esa ley está la autoridad política, la autoridad moral”.
El Presidente nos informó que “la autoridad política”, es decir él, está por encima de la ley.
Y “la autoridad moral”, es decir la suya, también está por encima de la ley.
¿No que nadie por encima de la ley?
Fue una mentira más, podría alegarse con excesiva indulgencia. No es así. Ésta tiene un peso y significado diferentes.
Un presidente que se proclama “por encima de la ley” es un presidente fuera de la ley. No hay mucho que darle vueltas.
El Congreso tendría que pedir la dimisión de Andrés Manuel López Obrador, con base en su autoproclamado poder supralegal, y porque actúa en consecuencia.
No lo va a hacer porque hay mayoría de legisladores morenistas en ambas cámaras. No son demócratas.
Aunque si hubiera sentido de responsabilidad en sus diputados y senadores, obedecerían a la obligación política de exhortar al Presidente a que se vaya, luego de romper expresamente con el régimen constitucional.
La oposición tampoco insistirá en la renuncia del mandatario que se proclamó fuera de la ley. Por encima de ella.
Vienen las elecciones y ya se va, dirán algunos.
¿Ya se va? ¿De veras?
¿López Obrador se va a ir el 1 de octubre?
En realidad, sucederá lo que diga su dedito.
No lo sabemos. Depende de quien gane.
Si triunfa la oposición, ni soñar con que va a dejar el poder.
Él está por encima de las leyes y no va a reconocer una derrota. Nunca lo ha hecho. Menos ahora que está en el poder y nos anunció a los ciudadanos que más allá de lo que obliguen las leyes está lo que dicte él.
Si pierde su candidata en junio, AMLO se quedará hasta repetir las elecciones tantas veces sea necesario, para que se haga su voluntad.
Es posible que, a pesar de oírlo de sus labios y constatarlo con sus acciones, no se haya calibrado lo que significa que un Presidente se haya proclamado la “autoridad moral” que está por encima de las leyes.
Se trata del anuncio del fin de la legalidad. Del Estado de derecho. De las garantías individuales. De la democracia.
En caso de que gane su candidata a la Presidencia en junio, él seguirá siendo la “autoridad moral” que, como lo dijo, estará por encima de las leyes.
No tenemos esa figura en nuestro orden legal.
La hay en algunos países islámicos, y se llama ayatola.
En los regímenes fundamentalistas, como Irán, el presidente y el Congreso están sujetos a la autoridad moral del ayatola.
Esa es la decisión que tomaremos en las urnas el próximo 2 de junio: queremos un país de libertades o no.
Igualdad ante la ley o no.
Una autoridad política por encima de las leyes, o no.
Consagraremos una “autoridad moral”, un ayatola, o preferimos Estado de derecho.
Los que dicen que se equivocaron hace seis años tienen ahora la oportunidad de corregir.
Será, tal vez, la última oportunidad.
Es una tarea titánica, porque vencer al régimen presidido por un hombre que se piensa, se proclama y actúa por encima de la ley, es más difícil que quitarse de encima a un autócrata.
No va a soltar el poder.
Para confirmarlo, ahí está la autoproclamación de ser la autoridad moral por encima de lo que mandan las leyes.
Esa “autoridad moral” no le va a entregar el poder a sus enemigos. O al Adversario, para usar el término bíblico que se emplea para referirse al demonio.
Porque de eso va, más o menos, lo que nos está diciendo.