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USO DE RAZÓN

Aquí cayó Ovidio… y el Wall Street de Culiacán

Jesús María, Sinaloa.- Cruzamos este pueblo fantasma una y otra vez sin encontrar un alma. Al final de una pendiente de terracería hacía guardia un “puntero”, que son los vigilantes en motocicleta y con radio que trabajan para el Cártel de Sinaloa. Bajé la ventanilla: “Amigo, buenas tardes. Somos turistas, ¿dónde fue la balacera famosa?”

-Regresen por esta misma calle, hasta arriba, al fondo. Pero no tenemos permitido dar información –contestó sin hostilidad.

La mansión donde detuvieron a Ovidio Guzmán está en un terreno extendido. Por encima de la barda se alcanzan a ver algunas palapas y no mucho más. La protege un portón café de madera gruesa y hierro, junto a la entrada peatonal que tiene estructura de ladrillos.

Todo está perforado, hacia adentro y afuera, por balas de ametralladoras calibre 50 y de fusiles Barret que dispararon los escoltas del hijo del Chapo Guzmán y los soldados del Ejército mexicano en una batalla de dos horas que dejó 20 pistoleros y 10 militares muertos.

“A las cuatro y media de la mañana nos despertó la balacera. Muchos, muchos muertos, y gritos de gente que se moría”, nos cuenta un vecino que salió a ver quién andaba por ahí.

-¿A poco nunca vio a Ovidio? –pregunté.

-No, pues ellos no se dejan ver –dice y vuelve a entrar su casa porque una pick up guinda se paró cerca de nosotros. Nos siguió por el camino de salida, donde vimos cercas de varas con la punta pintada de blanco, que es una señal de que ahí más vale no meterse. Hasta poco antes de la entrada a Culiacán nos escoltó la camioneta, e incluso se detuvo cuando paramos a comprar un refresco. Dio vuelta en u y jamás nos molestó.

Entrar a la zona del Mercadito en Culiacán es, literal, de no creerse. A lo largo de varias cuadras en la calle Juárez y alrededores hay “sombrillas” de cambio de moneda.

Como los viene-viene del Bazar del Sábado, o los revendedores de boletos cerca del Estadio Azul en tarde de partido, chicas guapas (como todas las sinaloenses, pero algo más llamativas) invitan al automovilista a detenerse para comprar o vender dólares. Serían casi un centenar de sombrillas las que conté, donde uno baja, compra o vende, en riguroso efectivo.

-¿En cuánto me dejas el dólar, lo menos? –pregunté.

-16.90.

Todas iguales. Ni un centavo menos ni más.

-¿Por qué no te bajas un poco, amigo? –le sugerí a un señor de sombrero, sentado en una silla de latón que se escarbaba los dientes con un palillo y, se notaba, era el que controlaba algunas sombrillas.

-Abajo de 16.90 no sale. Hay que pagarle a las chicas y hacer otros pagos, pues –contestó con fastidio.

Entre “los otros pagos” está lo que deben entregar a la policía, por operar, y por llevar el dinero (los pesos mexicanos) en patrullas a depositar al banco.

Al Mercadito llegan los rancheros que bajan de la sierra y se sienten más cómodos aquí que en las partes modernas de la ciudad. En la calle donde vi las sombrillas para operaciones de cambio de moneda hay un hospital pequeño, de apariencia humilde, “Clínica de Culiacán”, donde llevan a curar a sus heridos. “Los bajan en avionetas y los traen aquí”, me dicen.

Encuentran todo lo que necesitan en la sierra: herramienta agrícola, motobombas, generadores eléctricos, alimento para ganado, huaraches, botas, joyería, ropa exótica, fundas para pistolas y cachas que chispean brillo aun estando en la sombra.

Pregunto por una cacha que tiene un grabado religioso. “Es san Judas Tadeo”, explica el vendedor, un hombre mayor y sereno, que acaricia al santo de las causas perdidas: “Es para una Browning 9 mm, se la dejo en mil 600 pesos. Tiene baño de oro”. ¿Y esta otra, con la estrella y las piedras que parecen rubíes? “Es para una 38 súper, Colt 45. También en mil 600″.

Más allá, en la colonia Lázaro Cárdenas, a partir de las nueve o 10 de la noche hay filas de autobuses urbanos. Colas y colas. Y no es para cargar pasajeros, sino para abastecerse de diésel a bajo precio. Huachicol, pues. Por la calle 21 de marzo llegan las pipas. También junto al hotel Mayo, en el centro.

Una ganga. Dieciocho o 19 pesos el litro de diésel que en las gasolineras fluctúa entre los 24.69 y los 25.79 pesos. Claro, el huachicol es combustible robado, pero se puede comprar o vender en pleno Culiacán y protegidos por la policía. No hay riesgo. Tienen al gobierno en sus manos.

Beneficio mutuo es lo que arroja el vínculo poder y crimen. El Cártel de Sinaloa le dio al gobernador lo que necesitaba para tomar el control político de la justicia.

¿Cómo? Es lo que veremos mañana.

Ámbito: 
Nacional