Víctimas e instrumentos del CJNG
Con un abrazo solidario a los familiares del periodista Jaime Barrera, a todo el gremio en Jalisco, con el vehemente reclamo de su aparición con vida, sano y salvo.
Guadalajara, Jalisco.- Alrededor de la Glorieta de los Niños Héroes hay cientos de fotos con rostros de jóvenes, hombres y mujeres, casi infantiles, con brackets algunos, y la pregunta: “¿Lo has visto?”.
Erick Fernando Esparza Magaña, de 18 años. Sus señas particulares son un tatuaje de la Santa Muerte en el dorso de la mano derecha, un Cristo en las costillas del lado izquierdo y una Virgen de Guadalupe en la espinilla derecha. Lo más llamativo es la mirada vivaz y la inocencia que refleja su sonrisa de niño. Desapareció el 16 de septiembre de la colonia Oblatos.
Muy cerca de Erick Fernando está la foto de Mario Alberto Osorio Sánchez, a quien sacaron de su casa el 17 de agosto de 2020, en el fraccionamiento Las Juntas, de Tlajomulco de Zúñiga, en ropa interior, con bóxers, descalzo. Edad: 19 años. ¿Lo has visto?
¿Quién salvará a ese chiquillo, menor que un grano de avena? ¿De dónde saldrá el martillo verdugo de esta cadena?, preguntaba hace casi un siglo el poeta Miguel Hernández en versos que fueron musicalizados por Joan Manuel Serrat.
El sistema educativo no, porque está destruido.
La rehabilitación en los centros penitenciarios no existe.
Del desastre educativo y de la polarización social que hace de la seguridad un motivo de disputa y demagogia, se nutre el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) para reclutar a sus miembros.
Un halcón del cártel gana entre 4 y 5 mil pesos a la semana, lo que jamás podrá obtener un muchacho con la prepa trunca.
¿Qué alternativas le da el sistema educativo –en manos de los sindicatos y de radicales que promueven el odio de clases– a un joven de la colonia Buenos Aires, en las faldas del cerro del Cuatro, en Tlaquepaque, donde han ocurrido los multihomicidios recientes en el estado?
Apenas ahora tienen algunos servicios en esa zona, pero la movilidad social es nula. La educación no se la brinda. A lo más que pueden aspirar es a ser cargadores en la Central de Abastos.
¿Quién salvará a ese chiquillo…?
El CJNG se hizo fuerte con el reclutamiento de pandilleros o delincuentes de poca monta. Empiezan con robo de autopartes, luego a la extorsión, después vendedores de droga y más adelante –no mucho más– llegan a comandar grupos que van a “limpiar” zonas a otros estados. De ahí llegan a ser cabezas gerenciales de la organización criminal.
Un buen ejemplo es el RR (Ricardo Ruiz Velasco), del primer círculo del Mencho, jefe del cártel en Michoacán, Guanajuato y San Luis Potosí.
Tiene 38 años. Fue detenido en 15 ocasiones, entre 2002 y 2009, por alterar el orden público, riña, posesión de mariguana, robo de autopartes, falsificación de documentos, etcétera. Ese es el perfil de los integrantes del CJNG.
Son los típicos personajes de los narcocorridos: de muy pobres llegan a millonarios en pocos años. Desde luego, enloquecen. De ahí que el CJNG sea particularmente sanguinario.
En los cateos de sus casas de seguridad, que aparecen en la prensa, además de armas y drogas, hay bats, alambres de púas, tijeras, objetos punzocortantes y mucha sangre seca en el piso y las paredes. Los suplicios a los levantados, de los que tuve conocimiento, son imposibles de narrar en esta columna por respeto a las víctimas, a sus familiares y a los lectores en general.
A los ladrones de coches les dicen: te vamos a proteger, trabaja sin riesgo, y me vas a dar una cantidad a la semana o a la quincena. O me pagas con coches de lujo, lo que te sea más fácil.
Funciona como una empresa, por así decirlo: “Ahora ponte a vender drogas, nosotros te la damos. Y como vas a ganar más, nos vas a pagar más”.
En efecto, el que inició como ladrón de espejos, molduras, rines o coches, empieza a ganar más con las drogas en su punto de venta, y contrata a otros que se establecen bajo el mismo mecanismo.
Y cuando se siente fuerte con su grupo de narcomenudistas, ve que ellos pueden fabricar su propia droga y se independizan. Entonces el CJNG extermina a sus propias filiales.
A las pandillas las incorporan con argumentos similares. Después no se pueden salir porque su capacidad de fuego no compite con la del cártel. ¿Han visto los videos que salieron en 2020? Un ejército perfectamente equipado, armado y con adiestramiento militar: “¡Pura gente del señor Mencho!”, gritan a coro. A ver quiénes son los guapos que se rebelan: acaban disueltos en ácido o enterrados bajo una banqueta.
En México sólo hay dos cárteles nacionales: CJNG y Sinaloa. Ningún grupo en los estados (salvo uno en Oaxaca, hasta ahora) puede operar solo, sin aliarse bajo la protección de uno de los dos grandes, me explican. De ahí la guerra en Chiapas, Guanajuato, Colima, Michoacán, Guerrero… Zacatecas es zona de disputa sin cuartel por su conectividad con la frontera.
A la par del crecimiento de los dos cárteles nacionales –que son los más poderosos del mundo, según la DEA–, se extiende bajo el suelo de la patria un cementerio clandestino con cientos de miles de jóvenes.
Más los que sigan por años y años en tanto no haya una estrategia de seguridad de Estado, transexenal, y se mejore de manera revulsiva la calidad de la educación pública.
Mientras espero a mis guías frente a un campo de futbol, que era zona baldía donde encontraron 598 cadáveres, leo un anuncio pegado en un poste de la luz: “Se solicitan guardias de seguridad. Sueldo quincenal de 4,500 pesos. Seguro de vida de hasta 100 mil pesos”.
Lástima por ellos, y por todos nosotros.
(Muchas gracias a la agrupación Porvenir México por su invitación a Guadalajara a conversar –entre otros temas– sobre el contenido de mi reciente libro).