Y que Xóchitl Gálvez está haciendo también lo que debe hacer: tomar la ofensiva, correr riesgos, desafiar a la puntera.

No sólo a la puntera, también al gobierno. Sheinbaum apenas le contesta a su adversaria, no la hace crecer mencionándola, reconociéndola como interlocutora.

Normal.

Pero el presidente López Obrador, promotor de la candidatura de Sheinbaum, no piensa igual.

Xóchitl Gálvez lo desafía y él responde.

Gálvez le acaba de poner enfrente un trapo rudo y el presidente lo ha embestido como, supongo, esperaba la candidata.

Gálvez dijo que la Marina no estaba conteniendo el paso de fentanilo en las aduanas, que no estaban haciendo la chamba.

El presidente le pidió al secretario de Marina que le contestara en la mañanera. Y el secretario de Marina contestó, poniendo en el pizarrón cifras y acciones que a nadie le constan, y menos que a nadie a las autoridades y a los políticos estadounidenses que reclaman la ineficiencia del control mexicano sobre el fentanilo.

El presidente mordió el trapo de Xóchitl: le pidió a su secretario de Marina que le contestara, con lo cual puso al secretario a hacer campaña, a descalificar a una de las candidatas.

Poner al secretario de Marina a responder un dicho de campaña, es hacer campaña electoral desde el gobierno.

No había caído en cuenta de esta violación de las reglas electorales, pero mientras esperaba mi turno, ayer, para hacer mi comentario de cada jueves en el noticiero de Joaquín López-Dóriga, oí a Joaquín subrayar el hecho: el secretario de Marina fue metido por el presidente en un altercado de campaña.

Se entiende que, si el presidente le pide a su secretario de Marina que responda al dicho de una candidata, el secretario cumpla la orden de su jefe nato.

Pero, al refutar lo dicho por una de las candidatas presidenciales, el secretario de Marina se metió a la campaña electoral, cosa para lo cual no está habilitado por la ley.