A la audiencia, en primer lugar, pero luego a las candidatas, a los conductores, a la comentocracia y a los propios consejeros del INE, que se quejaron de las quejas de todos, luego de admitir algunos errores de la empresa que produjo el show, con lo cual habrán dejado también molesta a su empresa productora.
Confieso que la molestia más sorprendente para mí fue la del Presidente de la República, quien se aventó una andanada mañanera contra los organizadores del debate por haberlo organizado en torno a preguntas que no reconocen los logros de su gobierno.
Dice bien Joaquín López Dóriga que si se trata de un bautizo el Presidente quiere ser el centro del bautizo, si se trata de una boda el centro de la boda y si se trata de un entierro el centro del entierro (salvo el muerto).
Entiendo que el reclamo presidencial al INE esconde un reclamo a Claudia Sheinbaum por no haber conducido el debate hacia los logros del gobierno.
El Presidente parece no entender que orientar el debate hacia allá habría sido ponerse más a tiro de piedra , porque los logros de este gobierno son pocos y discutibles, a diferencia de sus fracasos, que son grandes y documentables.
Bastantes logros falsos defendió la candidata oficial durante el debate, bastantes cosas no respondió y bastantes evasivas tuvo que idear para no meterse en el terreno minado de los pobres logros del gobierno federal.
De hecho, la ganancia del debate para el gobierno fue que no se discutieran ahí las cuestiones centrales que aquejan a la República.
Y que no se discutiera, ni por un momento, el dilema fundamental que los electores enfrentan este 2 de junio: ahondar el autoritarismo de ocurrencias catastróficas del actual gobierno o volver al camino de la pluralidad y la democracia, que era falible y desesperante, pero menos desastroso que el actual.
Quien gane la Presidencia en junio, recibirá un país peor que el que recibió López Obrador en 2018.
Mídanlo como quieran. Verán la diferencia entre malo y peor.