Escribí esta columna ayer por la tarde, antes de ver el debate presidencial, porque acepté acudir a una mesa televisiva de posdebate y no tuve tiempo de escribirla anoche.
Antes de que empezara el debate había dos cosas claras sobre lo que podía suceder ayer, en realidad dos errores claves. Un error de forma y otro de fondo.
El error de forma se refiere a que el INE y los candidatos acordaron repetir su error de formato del debate anterior.
Pactaron abordar un alud de temas complejos con el respectivo alud de preguntas del público sobre esos temas interminables. Decidieron discutir, nada menos: crecimiento económico, empleo e inflación, seguridad, cambio climático y desarrollo sustentable, pobreza y desigualdad.
Nadie puede debatir todo eso en dos horas sin caer en generalidades insustanciales. Consecuencia: el público se aburre y los candidatos parecen idiotas, cosa que están lejos de ser.
El error de fondo deriva del error de forma. El formato de muchos temas impide la discusión de lo único realmente importante que se juega en la elección de junio.
En mi opinión, lo que se juega es sólo una cosa, los votantes están frente a un solo dilema: continuidad o cambio en el gobierno.
Lo que el debate debiera ofrecer a los votantes es una discusión sobre si el país debe seguir por el camino que lo lleva la llamada cuarta transformación o si debe cambiar de rumbo, cambiar de gobierno.
La candidata oficialista se ha encargado de decir a los cuatro vientos que será una repetición aumentada, un “segundo piso” del de López Obrador. Lo mismo pero peor.
La discusión sustantiva es entre seguir con esto o corregir las barbaridades que el país hereda de Sheinbaum y López en crimen, corrupción, salud, educación, obras inútiles, dispendio energético y autoritarismo presidencial.
Está muy clara la opción que prefiero y la discusión de fondo que me gustaría ver.
La única posibilidad de que esto suceda es que la candidata de oposición rompa el formato y lleve la discusión al debate sobre el gobierno que tenemos y el que podemos tener.
En el fondo, una elección entre autocracia y democracia.