México no se rinde
La gigantesca manifestación de ayer, formada por gente pacífica y libre, fue un grito a tiempo en el Zócalo capitalino y calles aledañas para frenar la consolidación de un régimen antidemocrático y arbitrario, cuyo motor es el resentimiento con ropaje de “justicia social”.
Ayer vimos que debajo de la pesada niebla gris y desalentadora que crean las miles de mentiras, amenazas e infundios que por más de cinco años han salido de Palacio Nacional, hay un país vibrante que no se ha rendido al supuesto destino inevitable de la continuidad del odio y la destrucción.
Pese a todas las trabas puestas por el gobierno y sus enviados de la CNTE para inhibir la participación de los que casi nunca marchan, la ciudadanía se volcó ayer a las calles del centro en un acto de inusitada participación cívica en favor de la democracia.
México no se rinde, fue el mensaje que dieron ayer los votantes que salieron a dar una respuesta presencial al avasallamiento del aparato del Estado para hacer perder a la candidata que representa los valores de la democracia y el Estado de derecho.
Increíble el número de manifestantes que salieron, a pesar de que el Presidente de la República los tildó de “traidores a la patria”.
Un grito fuerte. Un grito a tiempo, porque el 2 de junio se elige entre la libertad y la opresión.
Los venezolanos y los nicaragüenses no tuvieron la oportunidad o la perspicacia para gritar antes de que se consolidaran las dictaduras del chavismo y del sandinismo. Lo hacen ahora, sin jueces ni prensa que los defienda del atropello.
México, en cambio, demostró ayer que no se ha rendido antes de la batalla electoral del 2 de junio. Si se pierde, será la última en décadas que se celebrarán en condiciones de libertad.
No es lo mismo gritar ahora que después de una derrota, porque la candidata de Morena tiene en su proyecto de gobierno la destrucción de los contrapesos del poder, es decir, de la democracia.
Hace seis años, los que llevaron a López Obrador a la Presidencia hacían burlas cuando alguien decía en público, en redes o en la prensa, que la democracia estaba en riesgo porque caería en manos de un destructor antiliberal.
Incluso el propio AMLO y sus propagandistas ganaron la partida cuando se señaló que era el candidato de Putin y de Maduro.
“Jajaja, soy Andrés Manuelovich”, reviró desde Campeche a una columna en ese sentido, y generó una ola de festejos de los que hoy hacen maromas ante el golpe de la cruda realidad.
De buena fe creían que “esto no va a pasar en México”.
Quizá nadie imaginó que por el Zócalo capitalino desfilaran tropas de asalto rusas luego de invadir Ucrania, donde han cometido crímenes de guerra y robo de niños que se llevan a su país para formarlos como ciudadanos rusos.
No era fácil pensar que el Día de la Independencia nacional, el orador haya sido el dictador cubano Miguel Díaz-Canel, lo que fue un ominoso respaldo al encarcelamiento de ciudadanos cubanos que sólo pedían comida y libertad.
A cambio nos mandaron agentes de la inteligencia cubana disfrazados de médicos a hacer quién sabe qué trabajos en favor de la causa que comparten López Obrador y Díaz-Canel.
O que se haya dado un espaldarazo al dictador Daniel Ortega, que encarceló a sus opositores para reelegirse en la Presidencia de Nicaragua y competir solo. Exilió a periodistas y asesinó a jóvenes que se manifestaban por elecciones libres.
Y la cobertura brindada a Maduro para que, con una farsa de “diálogo” con la oposición, inhabilitó a María Corina Machado de la lucha por la Presidencia.
¿Por qué esas amistades y esos favores infames?
Porque hacia allá nos quiere llevar el “segundo piso de la cuarta transformación”.
¿Cuál es la duda?
El proyecto AMLO-Sheinbaum es la transferencia de todo el poder a una sola persona.
Tal concentración tiene un nombre que muchos no quieren pronunciar: tiranía.
Una sola persona, la titular del Poder Ejecutivo, va a controlar a los otros dos poderes. Así, la Constitución no dirá lo que dice, sino lo que ella interprete.
Va a encarcelar a quien ella quiera encarcelar.
Los que están contra el despotismo serán “traidores a la patria”.
Qué a tiempo fue el grito de ciudadanos y partidos de oposición ayer.
Nada de derechas e izquierdas. Había de todo. Por encima de diferencias, una gran coincidencia: salvar al país de las manos de la arbitrariedad, la ineptitud, la opresión y el odio.
El Presidente llama traidores a la patria a más de la mitad de sus gobernados. Nos pone a pelear por lo que nos ha unido: la bandera nacional.
No se inmuta ante cientos de miles de muertos por la ineptitud de su gobierno en el manejo de la pandemia.
Ni ante 180 mil asesinatos durante su sexenio.
Ni ante los cárteles de las drogas que también tienen el control del tráfico ilegal de migrantes, de las fronteras, de la extorsión y el derecho de piso en casi toda la república.
La candidata Sheinbaum ofrece continuidad de esa obra destructiva.
Ella lo expresa, lo defiende sin ambages.
¿Cuál es la duda de que el 2 de junio México elegirá entre la libertad y la opresión?
Claudia Sheinbaum basa sus expectativas de triunfo en la acción ilegal del Presidente y los gobernadores de Morena para cargar la balanza en su favor.
Y, factor clave, en el reparto de dinero individualizado y condicionado que realiza el gobierno, con el disfraz de “programas sociales”.
Xóchitl Gálvez cuenta con el respaldo de partidos que están por la democracia y el de ciudadanos libres que se niegan a entregar para siempre su futuro, el de sus hijos y el de su país a un grupo dominado por el rencor y la ineptitud.
Por lo que vimos ayer, México no se rinde.