El rostro del autoritarismo
Del pobre nivel del tercer debate entre las candidatas presidenciales, conservo el escalofrío de haber visto en la pantalla el rostro del autoritarismo en la persona de Claudia Sheinbaum.
Para ella no existen los problemas.
Para ella no existen los que piensan diferente.
Al finalizar el debate borró la sonrisa que forzó durante el encuentro, no volteó a ver a nadie para despedirse, bajó y se fue como si no hubiera nadie más que ella en el foro.
Xóchitl la buscó con la mirada.
Luego, la candidata opositora volteó a ver a Máynez, esbozó un gesto para acercarse y el candidato de Movimiento Ciudadano volteó la cara.
Esa escena final pintó mejor que cualquier frase el momento en que se encuentra el país: en la antesala de una dictadura.
O régimen autoritario con tintes dictatoriales, como se quiera entender.
Y el papel de Máynez, que le esquivó la mirada a Xóchitl para no despedirse. No fue por desprecio a la candidata opositora, sino por terror a Sheinbaum.
Durante el debate Sheinbaum no contestó, no dialogó.
De hecho no fue a un debate, sino a un monólogo de mentiras y a ignorar a los demás.
Con lo enseñado el domingo quedó claro que ella es la antítesis de la democracia.
Es todo lo opuesto a la apertura.
La rigidez personal e ideológica hecha candidata presidencial.
Si López Obrador la impulsó con la idea de que Sheinbaum sea su Medvedev (el títere que usó Putin cuando se retiró cuatro años de la Presidencia de Rusia para volver después), se equivocó por completo.
Sheinbaum no es, en sentido figurado, Medvedev. Es Putin.
Vimos en pantalla a una creyente del pensamiento único: el suyo.
No oye a nadie ni habla con nadie. Tampoco mira a nadie.
Mostró la frialdad del autócrata y no la curiosidad del científico, que supuestamente es.
Cualquier científico, o político con apertura de miras, sabe que para solucionar un problema primero hay que reconocerlo.
Para Sheinbaum los problemas no existen o están en franco declive.
El hecho de que una científica rechace la existencia de problemas que están a la vista de todos nos indica que, de ganar la Presidencia, no habrá políticas públicas para solucionarlos.
Su deshonestidad intelectual fue evidente en el debate.
Escogió de manera selectiva datos aislados y acomodó hechos específicos con el propósito de encubrir la realidad o simular una situación inexistente.
Vivimos los días más violentos del año, hay un vendaval de homicidios en el país, y ella seleccionó otros datos para dar sustento a un argumento falso: la criminalidad va en retirada.
Dio lecciones para disminuir la migración ilegal a Estados Unidos. Atacar las causas, dijo, y sólo señaló la pobreza, y se refirió a América Central.
Eso es deshonestidad intelectual.
México venía de dos sexenios en que la tasa de migración hacia Estados Unidos se había reducido prácticamente a cero (salidas contra regresos).
Durante el actual gobierno el número de detenciones y expulsiones de mexicanos en la frontera (uno pudo haber intentado cruzar muchas veces) ha sido histórico: 2 millones 800 mil.
La pobreza es uno de los factores que impulsan la migración, pero el principal es la inseguridad y la violencia en los países expulsores. México en primer lugar.
Se presentó como la candidata de la democracia, y Morena tiene en el Congreso la propuesta de eliminar la autonomía de la Corte y del INE.
Todo el poder al Ejecutivo y su partido.
Planteó la desaparición de los diputados plurinominales, que fueron creados para darle cabida en el Congreso a las minorías, esencialmente a la izquierda. Ahora, ya en el poder, suprímanse los pluris.
Con asombrosa sangre fría se presentó como la candidata de la honestidad, contra “ellos”, es decir Xóchitl y las fuerzas que la apoyan. Mostró gobernadores priistas y panistas tras las rejas.
Esos gobernadores fueron detenidos en los gobiernos del PRI y del PAN. Ahora los premian con embajadas y, en cambio, persiguen a intelectuales críticos.
Vivimos en el gobierno de mayor opacidad en el gasto público que se recuerde: ha cerrado como datos secretos por diez y 15 años los gastos en las obras dispendiosas del sexenio.
La doctora rechazó, sin ningún argumento, el informe elaborado por un equipo de científicos que concluyó que 300 mil mexicanos murieron de covid en la pandemia por negligencia del gobierno. No debieron haber muerto.
Las maromas anticientíficas de la candidata Sheinbaum, de profunda deshonestidad intelectual, nos recuerdan a los jerarcas soviéticos que quisieron ocultar la catástrofe en la planta nuclear de Chernóbil.
Sacó a colación la matanza del 68 para endosar a Xóchitl y a quienes la apoyan (“ellos”) la acusación de ser “la represión, nosotros la libertad”.
Los principales fundadores de Morena (López Obrador entre otros) entraron a militar al PRI después de la masacre y jamás dijeron nada. Se fueron del PRI cuando el partido gobernante abrió la economía y creó el IFE para iniciar la democratización del país.
Se podría llenar esta plana y diez más con las muestras de deshonestidad intelectual dadas por Claudia Sheinbaum en los debates.
Lo peor está en su talante autoritario o dictatorial.
Arrogante y fría.
Dueña de la verdad absoluta.
La personificación de la antítesis de la democracia.