Sobre las elecciones del próximo domingo pende una vieja sombra, nuestra vieja conocida: la sombra de la ilegitimidad.
Penderá en particular sobre las victorias del oficialismo, pues las trampas y las ilegalidades para sesgar estas elecciones han venido del gobierno.
No recuerdo unas elecciones de los últimos 30 años donde la intervención del gobierno y del presidente hayan sido tan constantes, donde se hayan violado más las reglas de la imparcialidad y se hayan usado más recursos públicos, monetarios y de los otros para inclinar la balanza, subordinar al árbitro y al Tribunal Electoral.
Ha sido una injerencia sin recato alguno, incluso con la comparsa de un partido paraestatal, destinado a confundir y dividir el voto de la oposición y a cuidarle las espaldas a la candidata oficial.
Es visible la cancha dispareja diseñada por el presidente López Obrador.
Lo he dicho muchas veces en estos meses y lo repito ahora porque me parece que es el rasgo fundamental de estas elecciones: la destrucción del equilibrio democrático en la contienda.
Para muchos, el “daño está hecho”. Escribe Jesús Silva-Herzog Márquez:
El doble legado político del lopezobradorismo es la formación de una autocracia popular y el despotismo del crimen. Decía Fernando Escalante, al final de su ensayo Ayer y hoy, que había pocas claves para anticipar cómo se gestionarían las tensiones del futuro. Se percibía el debilitamiento de la autoridad, una creciente dependencia de Estados Unidos y el predominio de un Ejército enriquecido, corrupto y fragmentado. La sensación era que había que ‘volver a empezar’. Coincido en lo esencial con su percepción (“¿Cambio de régimen?”, Nexos, Mayo 24).
Pero donde hay urnas abiertas todo es posible y, tratándose del gobierno de López Obrador, no hay garantía de eficacia en ningún ámbito, así que en este también puede fallar, a pesar de todo lo invertido.
El hecho es que la cancha dispareja deslegitima la elección. Pero lo hace en forma dispareja.
Los triunfos de la oposición no tendrán para nadie el sabor de una imposición. Serán triunfos de la democracia en cancha dispareja.
Pero los triunfos del oficialismo vendrán con una sombra de ilegitimidad, como hijos de la elección de Estado que son.