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SERPIENTES Y ESCALERAS

El enterrador del PRI

El título de esta columna, tengo que reconocer, no es mío. La expresión pertenece al exgobernador del Estado de México, Alfredo del Mazo, que, en los estertores de lo que queda del PRI, ayer le respondió a Alejandro Moreno Cárdenas, el dirigente nacional priista que lo llamó “traidor” y  lo acusó de haber entregado su estado a Morena y al presidente López Obrador, para luego ordenar su expulsión al Consejo Político Nacional del viejo partido que, bajo el control absoluto de Moreno, ayer echó, literalmente, al junior del último jefe del Grupo Atlacomulco, Alfredo del Mazo González.

Hablar de rupturas, desprendimientos, renuncias o purgas en el PRI ya no es algo noticioso. El partido que dominó la política mexicana por más de 75 años, que asombró al mundo por su capacidad de persistencia y que creó un sistema y una cultura política que todavía hoy, en pleno siglo 21, prevalece y ha regresado recargada, revitalizada y mucho más autoritaria en los estilos de gobernar del presidente López Obrador, de Morena y de su 4T, va navegando a la deriva desde el 2018 cuando, después del sueño efímero del “nuevo PRI” de Peña Nieto, que terminó en pesadilla, y si no ha terminado por desangrarse y autoaniquilarse, es porque se aferró al barco de su adversario histórico, el PAN que, paradójicamente, terminó dándole oxígeno a un PRI que parecía desahuciado después de su segunda derrota en la Presidencia.

Porque al final fue el PRI, con su estructura nacional y su base social histórica, el fundamento en el que Andrés Manuel fundó Morena. Los sectores sociales más pobres, que por décadas constituyeron la principal clientela política del viejo priismo, fueron los cimientos sobre los que el tabasqueño trazó y diseñó su movimiento político, en la medida que esos sectores desfavorecidos fueron abandonados y olvidados por la tecnocracia neoliberal que privilegió el crecimiento y la disciplina en los indicadores económicos, sacrificando el ingreso y los subsidios a las clases más necesitadas.

Una vez que, con su cultura y formación de priista, López Obrador detectó eso, fue a por ello. Sabedor del valor político y electoral que tenía esa mayoría de mexicanos olvidados y marginados por el neoliberalismo, lo que hizo fue aprovechar el disfraz de izquierdista que le regalaron Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y el PRD, para rebautizar a las viejas clientelas priistas como “el pueblo bueno” y hablarles casi exclusivamente a esos grupos de población en los que el discurso demagógico de redimir al pueblo y hacer un partido y un gobierno que viera por los pobres, encontró tierra fértil para que germinara lo que hoy es la mayor base política, social y electoral del obradorismo.

Y cuando tuvo el apoyo de las masas marginadas, lo siguiente fue comenzar a minar a la estructura nacional del priismo, aquella vieja maquinaria de líderes de colonia, de municipios y distritales que se fueron convirtiendo al nuevo credo morenista, despechados con un PRI que después de utilizarlos durante décadas, los hizo a un lado y concentró el crecimiento económico para los más ricos y para los políticos de su cúpula que se enriquecían por la corrupción gubernamental. Lo demás llegó solo, los liderazgos locales y regionales del partido tricolor, cuando vieron la fuerza con la que emergía Morena y cómo su partido declinaba y prácticamente entregaba el poder al López Obrador, la fuga de cuadros de base fue masiva entre 2015 y 2018.

Para darle la puntilla final al otrora poderoso partido, Andrés Manuel contó con un aliado estratégico: el presidente Enrique Peña Nieto, quien después de haber sido visto como el “salvador del PRI” y como cabeza de lo que él mismo bautizó en su campaña como “el nuevo PRI”, terminó su sexenio pactando con un López Obrador que ya se veía invencible desde el inicio de la campaña de 2018. Azuzado y aconsejado por Luis Videgaray y su grupo, Peña Nieto no sólo reconoció la derrota anticipada desde mayo de aquel año, sino que, en busca de inmunidad e impunidad para él y los suyos, tras la escandalosa corrupción que afloró al final de su gobierno, terminó escriturándole el país a López Obrador y a Morena.

Lo que vino después, ya una vez en el poder, fue una estrategia del Presidente para terminar de quebrar al PRI en la única fuerza que le quedaba tras su derrota estrepitosa del 18: los gobernadores priistas. Uno a uno, Andrés Manuel, ya con el poder de la presidencia, fue cortejando, seduciendo y cooptando a la mayoría de los 15 gobernadores que le quedaban al PRI cuando él asumió el cargo. Prácticamente todos, salvo el de Coahuila, Miguel Riquelme, los otros 14 mandatarios priistas se fueron doblando, agachando y entregando a los brazos del Presidente y, pretextando que no podían hacer nada para frenar la ola morenista que comenzó a arrasar en los estados, la mayoría de ellos entregaron sus entidades a Morena, obteniendo a cambio premios o huesos como las embajadas y consulados que hoy ocupan varios exgobernadores y gobernadoras priistas.

Hoy Alejandro Moreno y Alfredo del Mazo se encargan de completar la obra iniciada por López Obrador y con su pleito, que se suma a la salida de Eruviel Ávila, Miguel Ángel Osorio Chong y Claudia Ruiz Massieu de la bancada priista y de su militancia de muchos años, y a la baja más reciente de Alejandra del Moral que enardeció a los priistas mexiquenses al anunciar su renuncia y su adhesión a la campaña de Claudia Sheinbaum, lo que estamos viendo son los estertores del PRI que alcanzaron ya al último bastión importante que perdieron en 2023 y que fue la sede del mítico Grupo Atlacomulco.

El PRI que va quedando tras los desprendimientos mexiquenses empieza a ser sólo el de los círculos cerrados y de grupo de Alejandro Moreno y Rubén Moreira, con algunos nombres como el de Manlio Fabio Beltrones y Miguel Riquelme, que llegarán ambos al Senado y el segundo que pretende buscar la presidencia del PRI, si es que Alito se lo permite.

Así es que ahora que Del Mazo salió de su ostracismo para responder a la expulsión que le decretó su partido y acusó a Alito Moreno de ser el presidente priista con los peores números y lo llamó “el enterrador del PRI”, nos vino a la memoria que justo en 2019, cuando vino la contienda interna por la dirigencia tricolor, el entonces gobernador mexiquense apoyaba junto con la mayoría de gobernadores priistas de entonces al doctor José Narro para la dirigencia de su partido. Pero una llamada de su primo, el expresidente Peña Nieto, le pidió a Alfredo que cambiara de bando y que le pidiera al resto de los mandatarios estatales que apoyaran a Alito. Del Mazo no dudó y convocó a los 12 gobernadores que le quedaban al PRI que abandonaran a Narro y apoyaran a Moreno Cárdenas.

Es decir, que gracias Del Mazo, Alito Moreno llegó a la presidencia priista, aunque luego lo maltrató, le impuso candidatos y nunca le reconoció el apoyo. Lo más interesante de todo esto no es el pleito entre los dos priistas que algún día fueron aliados, sino que aquella llamada de Peña Nieto a Del Mazo se produjo justo después de que, desde Palacio Nacional le llamaran al expresidente para pedirle su apoyo para que Alejandro Moreno fuera el dirigente del PRI. Y es que Alito, para poder llegar a ser el líder del viejo partido, había buscado el apoyo del Presidente que, a través de sus operadores políticos de entonces, como Julio Scherer, le dijeron a Peña que “con Alito podríamos entendernos muy bien”. Lo demás es de todos conocido.

NOTAS INDISCRETAS…

Llegamos a este sábado con dos visiones encontradas y opuestas, ya no sólo de país, sino de los escenarios que vendrán en la votación de mañana. De un lado dicen que sus números les dicen que la elección se cerrará a un dígito y hablan hasta de 5 puntos, mientras que del otro insisten en que todos sus números les hablan claramente de 2 dígitos, empezando en 10 y subiendo hasta 30. Por eso tanto nerviosismo de uno y otro lado, pero también por eso tanto ánimo triunfalista en los dos cuarteles. Pero al final, por más números que invoquen, los únicos números reales serán los que defina el electorado que este domingo saldrá a votar, esperamos, en paz, con tranquilidad, legalidad y libertad. Así que no coman ansías ni de un lado ni del otro, pronto sabremos lo que mandató la ciudadanía…Los dados mandan una enorme Escalera Doble para la democracia mexicana que, después de tanta violencia, horror y confrontación en las campañas, tiene mañana una de sus pruebas más grandes. Todos a votar y a decidir, para que no decidan otros por nosotros.

Ámbito: 
Nacional