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OPINIÓN DE LUIS R. AVELEYRA

PRESIDENTE PEÑA: EL PUEBLO LE LLAMA.

Luis R. Aveleyra

“Veinte millones de mexicanos no pueden equivocarse”

Eslogan publicitario del gobierno federal en 1940.

 

Se cuentan con los dedos las ocasiones en las que el pueblo de México ha expresado su repulsa masiva y reiterada a los gobernantes. No me refiero a las críticas, a los señalamientos diarios, tampoco  a la sorna  que Juan pueblo hace cotidianamente  sobre su situación, o los chistes unos festivos, otros no tanto, sino a la animadversión que causa algo o alguien, a la repulsa compulsiva, visceral.

Históricamente pueden recordarse tres momentos específicos en los que el pueblo mexicano abucheó  con desprecio a un gobernante: la estrepitosa salida  de Santa Anna en la oncena y última vez que ejerció el poder  en 1854; el anuncio y entrega de la dimisión  de don Porfirio Díaz Mori a la Presidencia de la República en 1911; la renuncia y ominosa huida del general Victoriano Huerta en 1914.

El gobierno de Santa Anna se volvió impopular por los préstamos forzosos, los ominosos impuestos como el de las ventanas o el de los perros en las casas y siglo y medio después nadie le quita el sambenito de ser  vende patrias. A don Porfirio le achacaron ser un déspota autoritario, dictador, reeleccionista, pero su problema mayor fue la longevidad, el rechazo al cambio. El caso de Victoriano Huerta es el más patético. Murió apestado por causas de todos conocidas.

La pasada ceremonia del Grito de Independencia la noche del 15 de septiembre fue un trago amargo para el presidente Enrique Peña Nieto. Días antes, con motivo de la controversial visita de Trump, expresó que no le importaba mucho la popularidad, pero ese mensaje fue decodificado como “me vale lo que pienses: voy a seguir igual…

La primera vez que hubo una rechifla masiva fue cuando el Presidente Gustavo Díaz Ordaz llegó tarde a la inauguración del Estadio Azteca, pero no pasó más en ese momento. De ahí en adelante el mal fario acompaña a los mandatarios y el desdoro de la figura presidencial ha venido en decremento constante. Para  los últimos tiempos se convirtió en exponencial.

José López Portillo en su toma de posesión tuvo al pueblo mexicano a su merced completa. El criollo habló con tal vehemencia que muchos le creímos, pero terminó  como “el perro llorón” o lo que es peor “el perro ladrón.” Salinas, llegó con una elección controvertida, un triunfo difícil de creer, pero supo ser Presidente para bien o para mal.

Hoy el señor Enrique Peña Nieto llegó a su cuarto año de gestión, con más débitos que haberes políticos y sociales, con una repulsa y animadversión generalizadas. Esta vez no fue la rechifla sino ya el insulto, lo soez, que es la expresión de la molestia viva, del dolor y que, mal tratado, puede generar encono.

Las tan llevadas y traídas reformas estructurales se significan como la pérdida de soberanía, la polarización de la pobreza para muchos y la riqueza en unas cuantas manos. Es increíble que sea la propia cúpula gubernamental la generadora de los problemas. Su reforma educativa —que está muy lejos de serlo— ha sido motivo de un desencuentro doloroso entre mexicanos; su fallida lucha contra la inseguridad, el doble discurso con el Ejército Mexicano, la caótica situación económica, el desgobierno en los estados, las cúpulas empresariales otra vez en pie de lucha como en los tiempos de Luis Echeverría y, para acabar, el clero otra vez con espada en ristre.

Casi a todos los gobernantes de esta nación les ha preocupado el legado de su gobierno. Casi en todos ha existido un momento de cuestionamiento y catarsis objetiva que les permite retomar caminos, redefinir, recomponer. El presente ha sido un gobierno de ocurrencias, experimentos, de cambios aparentemente meditados pero implantados tan abrupta y torpemente que han dejado en franco descontento a muchos compatriotas y muy mal parado al gobernante.

Es verdad que México no puede sustraerse ya a la vorágine internacional, como también es cierto que es imposible lograr un sistema autárquico en la actualidad, pero más valdría que don Enrique Peña Nieto y  su Secretario de  Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong vuelvan  sus ojos hacia el sentir nacional.

Si verdaderamente el presidente Peña es responsable de sus decisiones—como lo expresó recientemente en Zacatecas— si en verdad le interesa el pueblo que un día votó por él y lo llevó a la Primera Magistratura, que lo demuestre con hechos en vez de palabras, pues cuando la inmensa corrupción, la venalidad de los funcionarios públicos en los tres niveles de gobierno, el abuso,  el prevaricato,  la complicación de los problemas, la disparidad entre los acontecimientos contra la carencia  de respuesta oportuna y  atinada de las estructuras de gobierno y, otra vez, la insensibilidad, crean un clima de disfuncionalidad entre lo que el pueblo piensa, siente  y por lo que se manifiesta ante las medidas gubernamentales  que quieren venderse  como si fueran la panacea o lo mejor para la sociedad, se crean los gérmenes de la descomposición y la repulsa hacia los gobernantes que al igual que los maridos y los hijos—como reza el popular refrán—por sus hechos son queridos.

La equivocación será tratar al pueblo como si fuese un niño al que se le arrebata un juguete o un caramelo.  No olviden la vieja conseja:

 

Vivimos en una crisis que pone a prueba el humanismo, en un momento en el que nadie cree, en el que muchos opinan y pocos piensan, pero si el progreso social se detiene o es indefinido, preocúpese porque tiene una revolución en ciernes…

 

Nicomedes Pastor Díaz

 

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