Crear un “país de leyes” —un país donde se cumplan las leyes— es el más viejo propósito de los gobiernos de México. Es también el fracaso político más repetido de nuestra historia.
Desde su fundación independiente, las obligaciones y derechos de la ciudadanía legal de México no han logrado coincidir con los comportamientos de la ciudadanía real.
La causa originaria de esa distancia la hemos apuntado antes: la nación jurídica adoptada en México durante el siglo XIX, bajo el credo liberal, inspirado en la Ilustración, era radicalmente distinta, opuesta, incluso, a las tradiciones monárquicas y corporativas de la Nueva España, donde se habían formado lenta y profundamente las costumbres políticas mexicanas.
El desencuentro de la ley y la costumbre que nos enloquece hoy ya enloquecía a nuestros grandes pensadores decimonónicos, José María Luis Mora y Lucas Alamán.
Por razones inversas, Mora y Alamán lamentaban que las leyes del nuevo país no coincidieran con sus costumbres. Una cosa decían las leyes y otra cosa hacía la sociedad.
Mora, el reformista, deploraba la ausencia de costumbres que pudieran dar sustento cívico a las leyes liberales en las que creía, pensadas para regir una república federal y democrática, de ciudadanos industriosos, ilustrados, prósperos e independientes. Alamán, el conservador, quería más bien lo contrario: adecuar las leyes a las costumbres vigentes y fundar la nueva nación sobre sus continuidades, no sobre sus ilusiones. Alamán reconocía la fuerza histórica de la herencia colonial, sus hábitos políticos monárquicos, su religiosidad católica y el vasto tejido de equilibrios, derechos y privilegios corporativos en que estaba fundado el antiguo orden.
La causa liberal ganó, pero su triunfo puso las cosas en el peor o el más largo de los caminos para la formación de un “país de leyes”.
A partir del triunfo liberal, en vez de tener leyes que pudieran ajustarse a las costumbres, hubo que crear las costumbres que le dieran sustento a las leyes.
Creando esas costumbres —costumbres democráticas, republicanas, federalistas, en un país monárquico, corporativo y centralizado— ha pasado México su historia desde la promulgación de la Constitución de 1857.
Lo que produjo en los hechos el triunfo liberal fue una dictadura, la de Porfirio Díaz.
Lo que produjo la democracia el 2 de junio fue el regreso a una hegemonía política de rasgos autocráticos, no democráticos.